Costa Rica es un pequeño país localizado en el sur de América Central; limita al Norte con Nicaragua, al Este con el mar del Caribe, al Sureste con Panamá, y al Suroeste y Oeste con el Océano Pacífico, donde se encuentra la Isla de Cocos, situada a unos 480 Km. La economía de Costa Rica es básicamente agrícola, concentrándose esta actividad en la meseta Central y en los valles de los ríos. Su principal referente, el plátano, se cultiva en plantaciones de las regiones costeras; una compañía estadounidense, la United Fruit Company, controla en la actualidad las mayores plantaciones de plátano del mundo en la costa del Pacífico, habiéndose construido especialmente los puertos de Quepos y Golfito para la exportación de este producto.
Fue precisamente esta compañía, la United Fruit Company, auténtico poder fáctico en Costa Rica, y conocida entre los trabajadores como la “Mamita Yunay”, quien a finales de los años 30 en plena expansión de sus actividades, comenzó la siembra de miles y miles de hectáreas de plantas de banano, siendo una de las zonas elegidas la del Delta del Diquís, entre los ríos Sierpe y Térraba, donde la compañía bananera halló impresionantes esferas de piedra de diversos tamaños, junto con gran cantidad de tumbas, estatuas y otros objetos arqueológicos de incalculable valor económico y científico, mientras realizaba tareas de deforestación y limpieza del bosque para una posterior implantación de sus cultivos.
Costa Rica, un pequeño país para uno de los mayores misterios.
El tamaño de estas esferas oscila entre algunos pocos centímetros hasta los 2,5 metros, siendo la media entre los cientos de estos objetos que se han encontrado, de 60 a 120 centímetros de diámetro, destacando muy especialmente su perfección esférica y el fino acabado de su superficie. A pesar de ello, inicialmente se pensó que eran producto de la erosión de los lechos de los ríos o de caprichosas formas de la actividad volcánica, pero según se fueron encontrando cada vez un mayor número de ellas, todas estas ideas tuvieron que ser desechadas. El peso de algunas de las esferas alcanza las 16 toneladas, de lo cual se deduce que tuvieron que ser labradas por los antiguos indígenas de bloques en bruto que fácilmente sobrepasaban las 24 toneladas, un auténtico reto para un pueblo primitivo.
Prácticamente se desconoce casi todo acerca del origen de estas esferas. Jamás se han encontrado los talleres donde supuestamente se construyeron, ni el pueblo que las realizó, ni las técnicas utilizadas, y mucho menos el sentido de tan colosal obra. Su disposición abarca amplísimas zonas, desde los más altos cerros hasta lo más profundo de los valles, pasando por alguna isla próxima a la costa. También se especula sobre la forma que lograron transportarlas, un tema enormemente complejo dada las grandes dificultades que representa la orografía costarricense, plagada de ríos, bosques y montañas.
Se pueden encontrar muchas de estas esferas en parques y edificios públicos, como la que podemos ver a nuestra derecha, ubicada en el Campus de la facultad de Agronomía de San José. El traslado de docenas de ellas y la perdida irreparable de otras muchas más, han impedido a los arqueólogos realizar un trabajo más minucioso sobre el terreno que pudiese clarificar sus orígenes.
Todo este desconocimiento fue debido inicialmente a la total improvisación con que fueron llevadas las investigaciones, siempre supeditadas a los intereses de la toda poderosa compañía bananera y de los ricos hacendados de la zona, perfectamente capacitados para derribar y poner gobiernos a su conveniencia (de ahí el termino despectivo de -república bananera-), que permitieron la devastación, destrucción y saqueo de gran parte del patrimonio arqueológico de toda el área, que cayó irremediablemente en manos de coleccionistas particulares, anticuarios, etc. y que fueron sacados del país precisamente en los propios barcos de la compañía americana con total impunidad. Docenas de estas esferas fueron cambiadas de ubicación, unas veces por molestar en sembrados y nuevos caminos, otras por simples motivos estéticos y servir así de adornos en plazas, parques o haciendas particulares. Algunas desaparecieron por movimientos de tierras, quedando sepultadas y perdidas para siempre, e Incluso muchas de ellas fueron destruidas, después de extenderse un rumor que aseguraba que en su interior los antiguos pobladores del Delta del Diquís, admirables maestros en la orfebrería del oro, ocultaban tan preciado metal.
Esfera partida por la mitad. Muchos buscadores de oro animados por viejas leyendas locales destrozaron gran cantidad de esferas en busqueda de tesoros escondidos en su interior.
A pesar de tan gigantesco desaguisado, los primeros investigadores que llegaron a la zona atraídos por las continuas noticias de los increíbles descubrimientos en este pequeño país centroamericano, hicieron enormes esfuerzos por tratar de encontrar algo de luz con que poder iluminar tan oscuro panorama de investigación. La pionera y más importante labor de estas investigaciones, fue realizada por la antropóloga americana Doris Zemurray Stone, allá por el año 1.940, quien pudo observar que, parte de las esferas que habían logrado permanecer en su lugar de origen formaban grupos (normalmente de tres) alineados de forma misteriosa e incomprensible, y acompañados en ocasiones de grandes estatuas de animales y hombres. Del mismo modo determinó que estas esferas estaban realizadas con granodiorita y otras variedades del granito, no encontrando jamás ninguna cantera en toda la región. Desde entonces, los trabajos de Doris Z. Stone han servido como referencia imprescindible al resto de los investigadores que han tratado de desenmarañar el misterio de las esferas de piedra, pero que en nada aclararon las principales dudas y preguntas que rodeaban a las mismas.
Como siempre en estos casos, las distintas hipótesis que existen sobre quiénes, cómo, cuándo y para qué fueron hechas, se sustentan más en especulaciones que en pruebas objetivas. La versión de la arqueología oficial data las esferas más antiguas en torno al año 400 d. C., y creen que dejaron de fabricarse con la llegada de los conquistadores españoles. Su manufacturación piensan que pudo realizarse gracias a las propias cualidades de los materiales graníticos empleados para su construcción, gabro y granodeorita, que permite una exfoliación por capas (al igual que una cebolla) con simples y rudimentarias herramientas de piedra , y cambios bruscos de temperatura, frío, calor, frío, apoyados en moldes y marcos de madera. El transporte, una vez más, es atribuido al esfuerzo humano, en combinación con el animal, y al aprovechamiento de los recursos naturales del entorno, concretamente los propios ríos que conforman el Delta del Diquís, donde se supone que amarraron estas enormes moles a balsas de madera para aprovechar así las corrientes fluviales. Su autoría aparece más confusa, y muchos arqueólogos prefieren abstenerse a la hora de elegir candidatos, aunque lo más recurrido es señalar a culturas locales antiguas como la de los borucas. Respecto a los motivos que llevaron a su construcción, los sectores más ortodoxos se decantan por que el uso de las esferas iba encaminado a señalar enterramientos y delimitar distintas áreas de control de los antiguos caciques locales, quizá asociado todo ello con algún tipo de adoración al Sol, representado en su forma esférica. Algunos otros arqueólogos mucho más atrevidos, pero dentro siempre de la ortodoxia, no pueden dejar pasar por alto en ningún caso, la magnífica perfección geométrica de las esferas, y señalan el alto conocimiento técnico que sus constructores emplearon para que al final tan sólo terminaran siendo simples “elementos de señalización”. Es por ello que piensan que, todo este complejo entramado se corresponda con una representación de mapas astronómicos trazados sobre la tierra, donde aparecerían diferentes estrellas y constelaciones, que en combinación con el resto de complejos arqueológicos del lugar, sirvieron a los antiguos moradores del Delta del Diquís en la elaboración de sus ritos y ceremonias religiosas.
Erich von Däniken protagonizó una de las teorías más increíbles a finales de los años 60 respecto al origen de las esferas de Costa Rica. Para él, estos objetos eran el recuerdo de antiguas visitas extraterrestres y de cómo plasmaron los artistas las formas de las naves que pudieron ser contempladas por los pobladores de aquellas tierras.
Dentro de los investigadores heterodoxos, existen un sin fin de hipótesis. Desde la que el suizo Erich von Däniken señalaba en su obra “Regreso a las estrellas” (año 1.969), donde proponía que estas esferas eran representaciones de las naves en las que se desplazaban los “antiguos dioses extraterrestres”, hasta aquellas que señalan como posible causa de su construcción la de constituir un intrincado sistema de señalización geográfica de los antiguos atlantes, que conectarían con importantes monumentos megalíticos de todo el planeta hace muchos miles de años, que es la que propone el investigador estonio Ivar Zapp. También, y al igual que en otras muchas zonas donde los investigadores no paran de interrogarse sobre el cómo pudieron cortar, tallar y transportar enormes bloques y estatuas de piedra , no han faltado quienes han apostado en señalar que el diseño y construcción de estas impresionantes moles, se produjo gracias al conocimiento de técnicas de ablandamiento de la piedra. Extrañas formulas alquímicas, producto de plantas de cuya existencia tan solo unos pocos chamanes tenían conocimiento y que fueron perdidos por el inexorable paso del tiempo.
Tampoco se sabe absolutamente nada sobre si estas esferas de piedra de Costa Rica, tienen algún tipo de conexión con otras localizadas en menor número en el continente americano, en puntos geográficos tan alejados entre si, como lo puedan ser México o Argentina. Una labor de investigación prácticamente imposible de llevar a cabo como exponíamos anteriormente, dada la destrucción de todas las pistas y pruebas que podrían aclarar parte del enigma. Basta pensar que, a todo el material expoliado y destruido (la mayor parte sin duda), abría que añadirle todo el que todavía permanece oculto, pues se tiene perfecta constancia del gran número de esferas que permanecen aún enterradas junto con otra gran cantidad de objetos arqueológicos, que el desinterés de las autoridades correspondientes y el alto coste económico de una operación de semejante envergadura, impiden por el momento poder realizar.
No es nada raro tropezar entre las plantaciones agrícolas con gran número de estas enigmáticas esferas.
Por: Carlos E. Casero
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