TIERNES - NUMANCIA -  
Auila es la forma más antigua atestiguada (s. I a.C.) en dos 
inscripciones aún inéditas el topónimo actual Ulaca que lleva el gran 
oppidum prerromano del Valle Amblés presupone un *Auulaca; 
*Aulaca; Ulaca.
C. Iberos
Al fin, después de 2.000 años de
 silencio, hablan los iberos. Su voz, limpia y potente, obligará a 
escribir de nuevo la Edad Primitiva de la Historia de España. Más aún, 
nos mostrará una civilización que desde el punto de vista moral y 
social, ha sido la más perfecta que ha conocido el mundo occidental, 
incluída, por supuesto, la actual. ¡Cuánta injusticia, cuánta mentira, 
cuánta ignorancia sobre el mundo ibérico!. Pero, quizá como en ninguna 
otra ocasión, será de aplicación el aforismo que afirma que “en el 
pecado llevamos la penitencia”, porque, si bien es cierto que el español
 ha sido hasta el advenimiento de la democracia un compendio de 
complejos, dudas, rencores y hasta vergüenzas, no lo es menos que de 
haber poseído el conocimiento de nuestro origen como pueblo, de nuestra 
civilización alumbrada y desarrollada durante milenios, de nuestra 
verdadera idiosincrasia, muy distintos hubieran sido nuestro talante y 
nuestro posicionamiento en el concierto de los pueblos. Esto que digo, 
válido por igual para españoles y portugueses, queda más fuertemente 
remarcado si suscitamos la comparación con el pueblo francés, cuya 
antiquísima y permanente soberbia y convicción de “grandeur”, aparte de 
multitud de aditamentos y motivos posteriores, arranca sin duda de la 
admiración hacia sus ancestros, los galos, tanto como del desprecio 
hacia sus verdugos, los romanos. ¡ Y con cuanto menor motivo!. Para 
concluir este breve preámbulo al estudio del pueblo ibero, expondré 
solamente una diferencia entre aquella sociedad primitiva y la actual: 
de la comparación resulta que en ésta se da una tremenda inmoralidad que
 impregna todos los ámbitos tanto públicos (políticos, religiosos, 
económicos, lúdicos, deportivos, etc.) como privados (individual, de 
pareja, familiar, de vecindad, de relación de cualquier tipo); y que tal
 estado de cosas (la sociedad debería avergonzarse de sí misma) parece 
consustancial e inseparable de la “modernidad”. En el análisis que sigue
 hablarán los iberos con palabras y párrafos (siempre en negrita) que el
 lector encontrará en cualquier texto epigráfico de los que siguen a 
esta Introducción.
Los iberos creen en un Ser Supremo 
que lo puede todo. Con una racionalidad (son “los hidalgos de juicio 
perfecto”, esto es, los kaempsos) y una coherencia aplastante (de que 
carecen la Iglesia Católica y otros tinglados semejantes que han 
convertido a Dios en una especie de censo enfitéutico), el pobre mortal 
acude a quien lo tiene todo para pedirle (a Ti el vaso de nuestras 
peticiones), y no para ofrecer a quien no necesita de miserias 
materiales, de donde se sigue la falsedad de las “damas oferentes” que 
son, en realidad, damas suplicantes). Las demandas son incontables y 
variadísimas (ver los seis capítulos Iunstir), desde que queden preñadas
 muchas cerdas o que envíe lluvia fuerte para limpiar las inmundicias, 
hasta el honor o que todos los hermanos sean acogidos (en el refugio de 
La Madre). Porque la nota más llamativa de este Ser Supremo que lo tiene
 todo, que conoce hasta nuestros más recónditos pensamientos, que está 
en todas partes a la vez, es que se encarna con sexo femenino: el 
refugio de La Madre (ama-tei) dicen los iberos; o la invocan como Tú, 
mujer (no). A esta Madre, a la que aman y veneran con toda ternura, le 
ofrecen bienes sin valor material alguno, como las yemas y renuevos más 
tiernos de los árboles del bosque de la colina, las bellotas de las 
ramas, el muérdago, el agua que se filtra en la caverna, pero que 
expresan la mayor delicadeza, la exquisita pureza de sus sentimientos. Y
 a Ella dirigen el grito de su anhelo más íntimo y obsesivo: Quiero ir 
al cielo ¡óyeme!, que nos 
volvamos a encontrar ¡atiéndeme!, quiero contemplarte ¡óyeme! 
eternamente ¡atiéndeme!, quiero ocupar un sitio en la altura ¡óyeme!. De
 aquí que todo su arte, todo su respeto y adoración brille en la inmensa
 dignidad y serenidad de las representaciones de La Madre, tales que La 
Dama de Elche, La Dama de Baza o La Gran Dama del Cerro de los Santos.
Los iberos creen en la inmortalidad 
del alma (gogo, anima), y a partir de aquí su concepción de la vida y de
 la muerte, del destino del hombre, es idéntica a la de la doctrina 
cristiana…, pero anterior en muchos milenios. Meditan sobre la fugacidad
 de la vida (ver capítulos “Fugacidad” I-IV) y sentencian: Pasan los 
hombres. La angustia provocada por la incertidumbre sobre la duración de
 su tiempo terrenal preside sus vidas, y uno que acaba de morir se 
expresa así en la estela funeraria: Ciertamente me detuve cuando menos 
lo esperaba, cansado y rendido en un riguroso lienzo. La muerte se 
apoderó de mí. La separación de alma y cuerpo, la muerte, supone el 
abandono de personas, bienes, tareas, afanes (ver “Abandonar” I-IV), 
abandono que luce en esta frase lapidaria: Tener más, gozar, matar 
cuervos: se acabó. Del finado queda un recuerdo amoroso que sus deudos 
reflejan en panegíricos múltiples, muchos de los cuales parecen 
destinados, más que a los comunes mortales, a La Madre , a modo de 
oración que intercede por la salvación de aquel. Así, cuando se dice que
 fue un difunto tan santo que procuró, en verdad, hacerse y ser igual; 
decimos que lo intentó como persona alguna; o en este otro dedicado a el
 que estuvo siempre lleno de mucho fervor. Pero el difunto ha de 
detenerse ante la puerta o pórtico, ante el paso esforzado y fatigoso, 
metáfora que designa al juicio divino, ya que la dicha se ha prometido a
 cada uno de los muertos, pero solamente para las almas de los difuntos 
buenos será realidad. Es La Madre el juez supremo, la justicia infinita y
 misericordiosa que acogerá al alma en el lugar de paz y bienestar, tal 
como muestra tan gráficamente la maravillosa Dama de Baza que tiene en 
su mano amorosamente al pajarito que simboliza al alma de la finada, 
para siempre, eternamente.
La Madre parece haber grabado en el 
alma humana un código moral de comportamiento. Para hacerlo se vale, en 
primer lugar de la madre terrenal (también del padre) cuya misión 
sobrepasa a la procura de que sean hijos sanos, con carácter, que tengan
 la oportunidad de ser felices; después, del abuelo que registra la 
tradición; finalmente, de la Junta recta que también se ocupa de los 
defectos de las personas. Aquel código no se compone de comportamientos 
casuísticos, ni de ritos, ni de fórmulas: bien al contrario se define 
con líneas o directrices amplias, positivas unas, como la humildad, el 
hacerse iguales, la prudencia, el honor, la paz, la diligencia, el 
ímpetu en el trabajo, la ayuda, el socorro, el amor, la fraternidad…; 
negativas otras, tales que la jactancia, la vanidad, la mentira, el 
odio, el rencor, el egoísmo, la ostentación, la pasión lividinosa, la 
corrupción, la glotonería…Entre la conciencia clara y la actuación 
personal en concreto se configura así un amplísimo espacio de libertad 
con responsabilidad. Junto a la fe, a la igualdad y a la 
responsabilidad, la libertad es el gran pilar de la sociedad ibérica. Es
 bellísima la fábula del buey que pace uncido y amargado al hierro del 
yugo, el cual hasta el agua dulce encuentra salada. El ibero se debate 
permanentemente entre el deber que le marca su conciencia y el apetito o
 la pasión a que se siente inclinado en cada momento. Y cae: Tenemos 
tendencia a la mentira y la equivocación, somos de naturaleza vacilante y
 turbia, sacamos faltas, de ánimo tembloroso,
 nos corrompemos, vivimos con arrogancia, esperando alcanzar la fama, 
con apariencia de glotones y gozadores de la pasión libidinosa. De aquí 
que inste con insistencia que nos guíes, guíanos, el camino justo, el 
don de la verdad, y por último, el perdón. La coacción externa aparece a
 nuestros ojos como inusitadamente débil, casi inexistente: queda 
limitada a los remordimientos que envía La Madre y a la censura moral de
 la propia familia o de La Junta, dado que lo que realmente es 
importante y operativo estriba en la conciencia recta individual y en su
 objetivo determinante de alcanzar el refugio para siempre, pues el 
aposento de La Madre es el más deseable.
Frente a la inmensa soberbia romana, 
la bien fundada humildad de los iberos. Es fruto necesario y acabado de 
su racionalidad: frente a la divinidad de La Madre, el hijo ha de 
reconocer sus tremendas limitaciones y carencias, por una parte; el 
progreso en la forma acostumbrada no ha llegado a librarle de las 
terribles riadas, inundaciones, enfermedades, incendios, hambrunas, 
sequías, miseria, escasez, equivocaciones…, por otra. Aparece como una 
invocación constante y un objetivo imprescindible para el tránsito a la 
vida eterna. Inspira reflexiones tan maravillosas como ésta: Del humilde
 fluye apariencia de niño, y es salvoconducto para el cielo: el que se 
humillaba llama a la puerta. Se suplica directamente el don de la 
humildad o, indirectamente, líbranos de seguir las lisonjas, del peligro
 de la jactancia. Y de aquí se sigue el líbrame el camino d ambiciones y
 vanidades, el imploro para mí la prudencia, el haznos prudentes en el 
hablar, la prudencia en el obrar y el quiero, sobre las pasiones, la ira
 del látigo.
Junto a la conciencia de igualdad 
entre los hombres, al ansia de libertad, a la responsabilidad por los 
actos propios y a la virtud de la humildad, otras muchas virtudes y 
anhelos nos describen a la perfección el sentimiento de la vida de 
nuestros antepasados. En los textos ibéricos encontramos constantes 
apelaciones a la pareja, la familia, los hijos, el hogar, los hermanos, 
los amigos, el honor, la justicia precisa, la verdad, la paz, el buen 
juicio, actuar con calma, ser tranquilos y firmes, a ser liberado de ser
 seco y arisco, de la soledad. Paralelamente se rechaza el odio, el 
rencor, la ira, la mentira, las pasiones, la apatía, el egoísmo… Pero 
los textos ibéricos ponen de relieve, por encima de todo, día a día y 
durante toda la vida, la inmensa virtud/necesidad del trabajo, como 
medio único de sustentar la vida y alcanzar el progreso, frente a la 
feroz y permanente rapiña romana. Así, empiezan los iberos por demandar 
de La Madre ímpetu y fuerza en el trabajo, consumen su vida entera, 
desde muy temprana edad hasta la muerte y sin distinción de sexo, en mil
 trabajos, generalmente penosos, de agricultura, ganadería, recolección,
 caza y pesca, construcción, de variadísima artesanía, conservación y 
transformación de productos, minería, comercio. Y no se excluye el 
trabajo asalariado (nunca esclavo), ni mucho menos el comunal, como se 
observa en el Plomo de Castellón o en las alusiones a la participación 
individual o la parte. Se implora el descanso para poder continuar en el
 esfuerzo, y se presenta al finado orgullosamente, en el momento del 
juicio final ante La Madre como el que se resistía a la fatiga.
De tanta racionalidad, moralidad y responsabilidad podría seguirse un pueblo dogmático y aburrido. Pues no. Parece que, una vez conseguido que la escasez alcance para el sustento de la familia, un ánimo
 festivo y placentero, un inmenso deseo de gozar de la vida en las 
ocasiones y por todos los medios que les ofrezca, está permanentemente 
en sus corazones. Y es que el gran espacio libertad-responsabilidad no 
está ennegrecido por el demonio, por la lúgubre e interesada amenaza, 
por la permanente censura a la naturaleza y condición humana. Los 
límites, muy claros, a la libertad en el obrar serán, por este orden, el
 temor al juicio de La Madre por muy misericordiosa que sea, el respeto a
 los derechos ajenos y, finalmente, la propia dignidad personal. Así, 
respecto del sexo (practicado con gran intensidad entre los iberos), la 
conquista de una mujer es para el hombre la suerte feliz; en ocasiones 
el macho hace muchas, muchas entregas, la pasión se manifiesta con toda 
su potencia, y en la coyunda los implicados mueren de placer. En 
ocasiones señaladas, familiares o sociales, no falta quien pida el vaso 
de vino lleno hasta el borde o para mí más y mejor. la cerveza produce 
un sopor como los rayos de sol, se elaboran licores de variadísima 
procedencia, una impensable riqueza gastronómica con abundantes detalles
 propios de sibaritas y gourmets (véanse los capítulos “Bazka”) alegra 
su mesa; las mujeres, en especial, gustan de los baños de agua caliente,
 se maquillan cuidadosamente y dan pie al eterno sarcasmo masculino que 
estalla con un epigramático para disimular la verdad; lucen 
complicadísimos tocados y vestidos floreados, danzan con los hombres al 
son de la música…Y son estas las mismas mujeres maravillosas que, tras 
una vida de amor y dedicación al marido, yacen en la sepultura juntos 
para siempre; las que han sido madres y educado a los hijos, cuidado el 
hogar, cultivado los huertos, ayudando en mil tareas artesanales y 
domésticas, las que, en ocasiones límite, han sido capaces de empuñar 
las armas y luchar junto al hombre hasta morir degolladas sin proferir 
un solo lamento. Pero en todo momento, al goce se contrapone aquella ley
 moral que condena el exceso que lleva a la indignidad: el coito 
insistente es malo, el borracho se ve bravucón, buey cebón, buitre de la
 noche, bamboleante como un niño, se condena reiteradamente la 
glotonería, la ostentación, la vanidad, la pérdida del buen sentido. El 
ibero, tan próximo a nosotros, en conclusión, se debate permanentemente 
entre la necesidad de alegrar su vida tan dura llena de trabajo, penas y
 sinsabores y su conciencia que le señala los límites de su libertad.
El año 218 a. de C., con la llegada 
del ejército romano, marca sin duda el momento más nefasto de la 
Historia, antigua y moderna, de España. Un pueblo como el ibero, 
religioso, moral y auténtico, se va a ver condenado al exterminio o al 
sometimiento. Este pueblo, pleno de vigor y laboriosidad, luchaba por el
 progreso material, y aparece, ya en el siglo III a. de C., con un 
cierto desarrollo tecnológico nada desdeñable: las constantes 
referencias a los cultivos del ortu, así como el magnífico sistema de 
riegos implantado en Beni-alb(o)ufar (Mallorca) que ha llegado hasta 
nosotros, nos hablan de una agricultura intensiva; la variedad de las 
especies que se citan (ovejas, cabras, camellos, bueyes, caballos, 
mulos, asnos, cerdos, patos, gansos, ocas, palomas, conejos, gallinas…) y
 la enorme cantidad de cabezas (sobre todo si esta cantidad se pone en 
relación con la de habitantes) determina una potentísima ganadería, de 
la que se siguen industrias de conservas, ahumados, salazones, quesos, 
sesos, tuétano, manteca, etc., por una parte; por otra, la industria 
textil con fibras animales como la seda y la lana: o la de curtidos (el 
tanino del bosque). Saben utilizar la fuerza del agua para instalaciones
 de molienda o de aserrado y, a favor de la riqueza de los
 minerales de la Península, logran una rica y a veces afamada metalurgia
 del plomo, cobre, estaño, bronce y hierro, pero también de la plata y 
el oro. Inventan el cabestrante tan útil en las construcciones normales y
 “ciclópeas”. Mantienen un activísimo comercio (saldu) con todos los 
pueblos mediterráneos, en el cual no se limitan a proveer materias 
primas o alimentos (trigo, aceite, vino, minerales y metales, ganados, 
etc.) sino productos industriales y elaborados diversos (tejidos, 
espadas de acero de inmejorable calidad, curtidos, garum…).
Pero, muy por encima de este 
desarrollo material, los iberos descuellan por su maravillosa riqueza 
intelectual. Siempre sobre la base de una innata racionalidad y buen 
sentido, muestran una inteligencia, una sensibilidad y una facilidad 
expresiva sorprendentes. Son impensables las metas que hubieran 
alcanzado en los planos filosófico moral y político si la Bestia romana 
no hubiera yugulado su enorme potencialidad (al igual que ocurrió en el 
lingüístico, donde la lengua ibérica, fundamentalmente aglutinante, 
mostraba ya muchos y claros signos de su tránsito a un sistema de 
flexión). Así, son capaces de observar la naturaleza y explicar un 
fenómeno tan sutil como la aurora diciendo que la diferencia más mínima 
facilita la aurora; de mostrar, acudiendo a una metáfora, la riqueza de 
su vida interior, formada por sensaciones, ideas, sentimientos, dudas, 
anhelos: Profundo es el río que hay en mí. Asimismo, de distinguir entre
 la esencia de las cosas y su apariencia externa: El torpe poda las 
hojas; de recoger el saber popular en aforismos o sentencias como la 
liebre avisada desconfía de los ronquidos, o crecer, conforme; madurar, 
un asco: más vale pollo que gallina; de expresar el dolor: ¡ Clamo al 
cielo! ¿Porqué tanto mal?, o la más exquisita delicadeza: Buscaré la 
alegría de la vida en el hálito del interior mío.
Finalmente, la guerra, en especial la
 larguísima y terrible sostenida contra los romanos, (contra los 
fenicios fueron simples escaramuzas, y contra los cartagineses, si bien 
muy violentas puntualmente, fueron limitadas territorialmente y breves 
en el tiempo, sin poner nunca en peligro la subsistencia del pueblo 
ibero), sirvió para que brillaran esplendentemente otras dos grandes 
virtudes de nuestros antepasados. La primera, un sentido intocable de su
 dignidad personal. Pese a la constante ponderación de la humildad, al 
afán de hacerse iguales, se deja sentir en el pueblo ibero un cierto 
orgullo: se saben religiosos y coherentes con su fe, respetan los 
derechos ajenos y cumplen con los deberes de fraternidad, se entregan al
 trabajo resistiéndose a la fatiga aluden constantemente a su 
racionalidad y buen juicio afirmando que mi fortuna es más el juicio que
 el trigo sin juicio… Diríamos que se sienten, como pueblo, seguros de 
vivir de acuerdo con unas normas supremas, y ello les confiere una 
cierta dignidad y autoestima. De aquí que esta dignidad no pueda 
perderse en ningún momento ni situación, incluso en un estado de 
necesidad (al que la barbarie romana les condujo en multitud de 
ocasiones como ya hemos expuesto), ven con toda claridad que todavía 
pueden escoger entre soportarla o afrontar la muerte, y la historia está
 llena de sacrificios colectivos e individuales. Tanto es así que, como 
narra Estrabón (Geografía, III, 4,18), “es ibérica también la costumbre 
de llevar encima un veneno, que obtienen de una planta parecida al apio,
 indoloro, para tenerlo a su disposición en situaciones indeseables”.
La segunda de dichas virtudes consistió en su inmensa valentía ante el enemigo. El cobarde que huye
 sucumbe, afirmaban, y a fe que supieron plantarle cara. Durante 
doscientos años de guerra siempre defensiva, con audacia, con 
desesperación, con rabia infinita plantaron cara a La Bestia, mataron en
 combate a cientos de miles de romanos y aterrorizaron a todo el Imperio
 fascista; siempre en inferioridad, tanto numérica como en armas y 
vituallas, dieron la lección suprema, hombres y mujeres de Iberia, de 
morir con dignidad. Esta valentía fue reconocida a coro por todos los 
historiadores, y hasta el torticero Estrabón se ve obligado a declarar 
(op. cit. III, 4,17) que “es común también la valentía de sus hombres y 
mujeres”. Para no caer en la reiteración, me limitaré a transcribir el 
siguiente texto de Paulo Orosio (Historias, libro V, 27): “Para no 
recordar en plan de censura el número de pretores, legados, cónsules, 
legiones y de ejércitos que desaparecieron, recuerdo sólo esto: los 
soldados romanos se debilitaron hasta tal punto por su loco temor, que 
ya no podían sujetar sus pies, ni fortalecer su ánimo, ni siquiera ante 
un ensayo de lucha; es más, a partir de ahora, en cuanto veían a un 
hispano, sobre todo si era enemigo, se ponían en fuga, pensando casi ya 
habían sido vencidos antes de ser vistos”.
-- 
el reconocido erudito e investigador Jorge Mª Ribero Meneses pronunciará  la conferencia titulada 
 El origen ibérico de la Humanidad y la civilización: una deslumbrante (y silenciada) evidencia 
Cuando  defiendo el origen autóctono de la lengua castellana, como idioma que  se fragua en el ámbito del Alto Ebro hace decenas de miles de años y que  está, estrechísimamente emparentado con las lenguas vasca y griega,  siendo estas tres lenguas notablemente más antiguas que la latina, no  estoy hablando gratuitamente. Cuento con todos los elementos de juicio  necesarios para efectuar esta afirmación y, por supuesto, para probarla.  Como quiera que la lengua castellana nace en el territorio que antaño  compartieron Cantabria y Castilla, podríamos referirnos a ella como la  lengua cántabra y no nos apartaríamos un ápice de la verdad. Por eso y  porque esta serie que tengo el privilegio de escribir para el dominical  de ALERTA responde al título genérico de 'De los nombres de Cantabria',  ningún espacio más...
A  propósito que este para afrontar la labor de rehabilitación de la  ancianidad de nuestra lengua. Labor  que entraña, al propio tiempo, el  esclarecimiento del verdadero significado de nuestra remotísima  toponimia.
Vamos  a centrar hoy nuestra atención en una palabra cualquiera de nuestra  lengua, demostrando a través de ella hasta qué punto resulta aberrante  esa pretendida paternidad del latín sobre el castellano (y demás lenguas  románicas) que constituye la última servidumbre que el extinto Imperio  Romano ha impuesto, hasta hoy, a todos los países que en otro tiempo se  mantuvieron bajo su dominio militar. Vamos a hablar, por ejemplo, del  verbo alumbrar.
Si  consultamos el diccionario que todos poseemos (o deberíamos poseer) en  nuestro domicilio, veremos cómo se dice en él que alumbrar es hijo del  verbo latino illuminare. Sublime dislate, porque es al revés...Para  empezar, la a es la más antigua de las vocales; el alu- castellano es  infinitamente más antiguo que el illu- latino. Por otra parte, el núcleo  central del término al-umbra-r nos conduce hasta una de las radicales  más antiguas e importantes del habla humana.
Menéndez  Pidal observó, certeramente, cómo la radical ambra- era la que se  reproducía en un mayor número de nombres geográficos de la Península Ibérica.
Y  no cayó en la cuenta este filólogo de que ello se debía a haber sido  Ambra = Lambra dos viejísimas denominaciones de Iberia y del río Ebro.  Lo que se comprueba en el hecho de que nuestro río materno tenga sus  fuentes en Peña Labra, cordillera que retiene su verdadero nombre en los  pueblos aledaños de Lomba y Lombraña.
El  castellano alumbrar, deformación de allambrar es muchos miles de años  más antiguo que el latín ¡Iluminare y nos remite a uno de los epítetos  ibéricos de la diosa solar Allambra, la misma que ha dado nombre a la Alhambra  granadina, al pueblo castellano de Olombrada y a toda la legión de  montes, ríos y sierras de alhambra = alhama = alfambra, que existen en  España.
La  diosa solar Allambra daría vida a la mítica Doña Lambra, madre de los  no menos fabulosos Siete Infantes de Laru, léase de Labra o Lambra. Por  otra parte, su identificación con el sol y con el primer rio sagrado de la Tierra,  el Ebo = Ambra = Lambra, va a determinar la formación de una extensa  familia de términos que en diferentes lenguas, contienen alusiones  inequívocas al fuego y al agua. Por lo que se refiere al fuego, nuestra  lengua ha conservado en este caso las palabras más antiguas de la Tierra  relacionadas don esa raíz; la ya citada alumbrar y sus derivados  lumbre, lumbrera y lámbara = lámpara. O alambre, por su brillo metálico.  Más modernas que las castellanas, el griego contempla también algunas  voces afines: lampa, lampas, lampros, lampo (luz, antorcha, radiante,  brillar). Y digo más modernas porque la letra b es la más antigua de  todas las consonantes. En tanto que la p es harto moderna. Por eso nos  encontramos con las palabras baskas labe y labetz, que significan horno y  llar. Seguimos en tomo al fuego. El latín lampas y el indonesio lampu,  lámpara, se muestran también más modernos que los términos castellanos y  vascos.
Y  en cuanto al agua, la mayor ancianidad es compartida en este caso por  el castellano y el euskera. En nuestra lengua, alambicar, destilar  (término que nos plagiaron los árabes), lamber, forma antigua de lamer,  de donde lambruce ar, o chupar. O lambistón, nombre cántabro de quien  gusta lamer y chupar. O lengua, por lembra.
O las lamedoras lombrices.
O el nombre de la lluvia, deformación de Mambla.
Y  de ahí el euskera lanbo, niebla.O0 lambro, llovizna, término al que  remeda el griego ambos, lluvia. O lobel, líquido, palabra vasca cuyo  paralelo griego es libas.
Y en la misma familia se inscribe el indonesio lampung, flotar, o asombrémosnos, el kechua llampay, de nuevo lamer...
A partir de cuanto antecede, ¿se atreverá alguien a defender que el castellano es hijo del latín?
¿Se cuestionaran los vínculos estrechísimos que unen al griego y al euskera?
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PARÍS O EL PARAÍSO. DE CÓMO EL MITO RESTALLA
Si  la conquista española de América se hubiera desarrollado hace diez mil  años, habiéndose perdido por lo tanto todos los textos históricos que  glosaran aquella gesta, ¿qué otro modo tendríamos de demostrar la  ascendencia ibérica de las más antiguas poblaciones de aquel  continente, que el que proporcionan los nombres, inequívocos, de  ciudades como Cartagena, Los Ángeles, Buenos Aires o Rio de Xaneiro?
Algunas  personas, notoriamente ayunas de conocimientos sobre el pasado remoto  de Iberia y de Europa, se rasgan las vestiduras cada vez que dicen en  estas páginas alguna referencia a la filiación cantábrica de los pueblos  de aquende y allende nuestro continente. Y hasta esas mismas personas,  incurren en la ingenuidad de pensar que el autor de estas líneas ha sido  la primera persona en postular...
La  filiación ibérica de naciones tales como Egipto, Grecia, Persia o Roma  de las que hasta hoy mismo, se nos ha considerado hijos o feudos. ¡Qué  lejos están de saber aquéllos a quienes tanto escandalizo que todas  estas noticias que domingo a domingo voy desenterrando constituyeron un  lugar común hasta hace dos mil años, habiendo perdurado retazos de ella  en la historiografía española hasta que el Padre Mariana, en el siglo  XVI, dio en tildar de apócrifa y falsa toda nuestra historia antigua!.
Pero  sólo son necesarias una mínima clarividencia, una elemental  objetividad, una acentuada independencia de criterio y una colosal labor  de estudio y de investigación para llegar a descubrir, en terrada entre  un cúmulo ingente de falsedades y adulteraciones, esa Historia nuestra  perdida sin la que resulta im posible comprender y reconstruir la  Historia del resto de las naciones del globo.
Y  esto es algo que a nadie viene tan grande, hoy, como a los propios  españoles. De donde el que, salvedad hecha de don José Ortega y Gasset  que algo intuyó respecto a este asunto (aunque no se atrevería a  desarrollarlo), hayan tenido que ser sabios de otros países europeos los  que, sin atan alguno de barrer para casa como el que se le podría  presumir -erróneamente— al autor de estas líneas, han llegado a ver con  prístina nitidez que la matriz no solamente de Europa sino de toda la  civilización humana, se encuentra en la Península Ibérica.
Iremos  conociendo, a lo largo del desarrollo de esta serie, los testimonios de  aquellos que, por caminos completamente distintos al mío, han llegado a  conclusiones muy afines a las que vengo ex poniendo a través de estas  páginas. Es el caso, por ejemplo, del lituano Oscar Vladisluv de L.  Milosz (1877-1939) quien, tras consagrar treinta y siete años al estudio  de los orígenes de Europa, llegó a la conclusión de que éstos se habían  fraguado en suelo español. Tesis que Milosz desarrollará en el opúsculo  Lasorí genes ibéricos del pueblo judío. Pues bien, en este libro  editado en París en el primer tercio de este siglo, pueden leerse frases  tan rotundas como ésta: "Iberia es el más antiguo país civilizado del  mundo". Así como, igualmente, una serie de argumentos científicos que  coinciden textualmente con los escritos por mí en varios de mis libros,  seis años antes de saber de la existencia de de este eminente  historiador lituano.
Escándalo  producen también en algunos mis tesis respecto a la ubicación del  Paraíso bíblico en la antigua geografía cántabra. Algún día desvelaré  los datos incontrovertibles que avalan esta certeza. Más me importa hoy,  sin embargo, aclarar que el Paraíso no fue otra cosa que el país que  albergara a la primera Humanidad inteligente o sapiens. Ninguna  connotación religiosa o sobrenatural debe atribuir se, pues, a un nombre  que como habremos de ver, no es sino una forma evoluciona da de uno de  los topónimos más comunes de la geografía cántabro-castellana: Barzalla =  Bárzena. De donde resulta que tanto Marsella como Barcelona,  poblaciones a las que me he referido en mis últimos artículos, aparecen  distinguidos con el mismo nombre que la capital francesas -Paradís  -París— aunque en una forma muchísimo más antigua. Lo que explica el que  Augustín Chano, un autor coetáneo de Milosz, se hiciera la siguientes  re flexión: "Los hijos de los Pirineos, para designar a sus jardines, no  poseen otro término que "Baratzé”, que significa 'un lugar agradable  para reposar'. Y el mismo sentido tiene la palabra 'Paraíso', como  nombre de un jardín, en todas las lenguas orientales".
Y  es así por este camino, como un sabio lituano, Milsz, al igual que otro  sabio, en este caso español y del siglo XVI, Benito Arias Montano,  desembocarían como yo en la conclusión de que el nombre hebreo de  España, Se-pharad, se halla estrechamente relacionado con el nombre del  Paradiso y con la denominación griega de la propia Iberia: Hes-périda. Y  aunque la historia del nombre de Sefarad es mucho más compleja que todo  esto, si es incuestionable que este nombre significa Paraíso y que los  judíos españoles respondían al nombre de Se-pharadis porque eran los  moradores del Paraíso. Léase los descendientes di rectos de los primeros  pobladores del País del Hebra. Que de ahí su mimbre de Hebreos. Y lodo  esto es tan rotundo y tan incuestionable que incluso produce sonrojo el  que pueda existir alguien que se atreva a cuestionarlo.
Lo  que quiere decir que nuestros antiguos Se-Pharadís son los mismos que  con el nombre de Parisi colonizan una parte de Francia y de Inglaterra,  habiendo dado a la ciudad de Paris el mismo nombres que, antes, habían  otorgado al pico Paraíso = Paraís de Peña Sagra o a los pueblos cántabro  castellanos de Perex y Paresotas.
A vueltas con los celtas
A  falta de noticias respecto a las gentes que moraran en esta tierra con  anterioridad a la malhadada llegada de las tropas romanas a ella, existe  la costumbre de referirse a los pobladores de la Kantabria de hace dos  mil años como los Kántabros puros y por antonomasia. Kántabros son,  pues, según esta escuela, las gentes que vivieron en esta región durante  la dominación romana y no, por Ejemplo, los señores infinitamente más  antiguos –e incuestionablemente indígenas— que muchos miles de años  antes pinta ron las cuevas de Altamira, La Garma o Puente Biesgo.
Nunca  ha sido Kantabria menos kántabra que hace dos mil años. ¿Por qué? Pues  sencilla mente porque la guerra que nuestros antepasados libraron contra  las legiones ro manas fue una guerra de exterminio que dejó estas  tierras trágicamente huérfanas de hombres y mujeres indígenas y de pura  prosapia cántabra. Los pocos supervivientes de la devastadora guerra  contra Roma o fueron dispersados o se refugiaron en las montañas, no  hostigadas, del entorno de Kantabria (principalmente y por razones  obvias en los Picos de Europa). Otros, los más mansos y dóciles al yugo  del invasor, siguieron viviendo en los pueblos de su tierra en los que  siempre había morado. En cuanto al resto de los pobladores de la  Cantabria  de hace dos milenios, fueron gentes de aluvión llegadas de otras zonas  de la propia Península Ibérica. Gentes a las que sin duda se debió  recompensar con tierras, a cambio de que vinieran a establecerse en una  región que de otro modo, habría quedado virtualmente despoblada. Vamos,  para en tendernos, lo de los foramontanos, pero al revés.
Años  más tarde y al igual que sucediera con los judíos sefardíes que  emigraron de España en 1492, no pocos de aquellos Kántabras exiliados de  grado o de fuerza debieron retornar a la amada tierruca de sus mayores,  compensándose en parte el desastre que habría de suponer para esta  antiquísima región el hecho de perder a los hombres y mujeres en los que  pervivían la cultura y la casta de la vieja Kantabria. Que ésta y no  otra es la razón de que Cantabria haya conservado su acervo cultural en  mucho menor grado que su vecina Euskalerría. Porque fueron los kantabros  y los keltiberos, las gentes de la primera raíz de Iberia, los pueblos  que en mayor medida se desangraron para preservar la integridad y la  independencia de la nación ibérica. Dicho con otras palabras, Cantabria y  la primitiva Castilla burgalesa dieron la cara por todos los demás,  habiéndose derivado de ello la brutal de cadencia de una región que sólo  al final de la Edad Media, con la corona de Castilla, volvería por los fueros de sus pérdidas bizarría y grandeza.
Llena  como estaba de gentes foráneas, carece de sentido identificar como  quintaesencia de lo cántabro a hombres y mujeres que repoblaron nuestra  región hace dos milenios. Y ello se pone de manifiesto en muchos de los  nombres que hoy aparecen documentados epigráficamente, aje nos la  mayoría de ellos a la onomástica cántabra que conocemos merced a la  toponimia. Al margen de que resulta impensable que los genuinos  kántabros  escribieran sus nombres con “v” y con “c”, cuando ambas  letras nos fueron siempre completamente extrañas.
Afirmar  que el sustrato lingüístico de la antigua Cantabria es el céltico  constituye un error de alto calibre. Como erróneo resulta suponer que  ese elemento celta entró en pugna con el vascuence. Con lo que volvemos a  incurrir en la inveterada y nefasta costumbre de oponer lo  cántabro-castellano a lo basco, identificado aquello con lo genuinamente  español y castizo y esto con lo primitivo, lo inculto y lo extraño a  nuestra estirpe. Crasísimo error en el que hunde sus raíces el actual  radicalismo euskaldún.
Tan  basco es el sustrato lingüístico y racial de Cantabria, de Asturias y  de Castilla como pueda serlo el de Euskalerría. La única diferencia  estriba en que ésta ha permanecido en cerrada en sí misma y virtualmente  ajena a la evolución histórica, en tanto que las otras tres regiones  citadas han conocido un desarrollo cultural extraordinariamente más  intenso. ¡Si será celta nuestro sustrato toponímico que- Santa-Ander,  Castro-Urdiales, Eskalante, Ampuero, Guriezo, Gornazo, Guarnizn,  Toranzo, Mazkuerras,Kos, Kutxía, Karmona, Eskobedo, Karanceja, Bárzena y  un interminable etcétera ostentan nombres euskéricos químicamente  puros! Y ello porque, hora es ya que se diga, la lengua euskérica o  basca nació en la primitiva Iberia del Alto Ebro, compartida hoy por  Cantabria, Burgos, Álava y Vizcaya. La cuna, a la sazón, no sólo de la  lengua baska sino también la de todos los pobladores del País Vasco. De  donde el que, por ejemplo, los Baskos hayan blasonado, hasta ayer mismo,  de su linaje cántabro. Y ello no producto de una moda o de un error  histórico, como pretendiera Miguel de Unamuno. Si Ignacio de Loyola y  Esteban de Garibay se preciaban de cántabros es porque lo eran. ¡Cómo no  habrían de ser cántabro los baskos si hasta la matriz de Bizcaya, como  desvelaré en su día, se hallaba en Cantabria!  De donde el que tanto a  los Kántabros como a sus hermanos gemelos los Keltiberos, se les  conociera vulgarmente con el nombre de Bizkainos. No ha existido jamás  una línea divisoria clara entre cántabros y bizkainos, en contraste con  la nítida frontera que dividiera siempre a cántabros, astures y  galaicos.
http://emiliocarrillobenito.blogspot.com/2010/10/el-origen-iberico-de-la-humanidad-y-la.html 
IBEROS
CRONOLOGIA
Los iberos o íberos fue como llamaron los antiguos escritores griegos a las gentes del levante y sur de la  para distinguirlos de los pueblos del interior, cuya cultura y costumbres eran diferentes. De estos pueblos escribieron Hecateo de Mileto, Heródoto, Estrabón o Rufo Festo Avieno, citándolos con estos nombres, al menos desde el siglo VI a.C.: elisices, sordones, ceretanos, airenosinos, andosinos, bergistanos, ausetanos, indigetes, castelani, lacetanos, layetanos, cossetanos, ilergetas, iacetanos, suessetanos, sedetanos, ilercavones, edetanos, contestanos, oretanos, bastetanos y turdetanos.
Geográficamente, Estrabón y Apiano denominaron Iberia al territorio de la Península Ibérica
AREA DE INFLUENCIA
El origen del sustrato cultural local que ejerció influencia en los iberos se remonta, cuando menos, al primer neolítico mediterráneo: la cultura agro-pescadora de la cerámica impreso-cardial, que se extendió desde el Adriático hacia occidente, influyendo intensamente en los aborígenes paleolíticos y asimilando toda las regiones costeras del Mediterráneo occidental en el V milenio a.C.
Hacia el 2600 a.C. se desarrolla en Andalucía oriental la civilización calcolítica, que se aprecia en los yacimientos de Los Millares (Almería) y Marroquíes Bajos (Jaén), estrechamente relacionados con la cultura portuguesa de Vila Nova y quizás (no probado) con alguna cultura del Mediterráneo oriental (Chipre).
Hacia 1800 a.C., esta cultura se ve sustituida por la de El Argar (bronce), que se desarrolla independientemente y parece estar muy influida en su fase B (desde 1500 a.C.) por las culturas egeas contemporáneas (enterramientos en pithoi).
Hacia 1300 a.C., coincidiendo con la invasión del noroeste peninsular por los celtas, El Argar, que bien pudo haber sido un estado centralizado, da paso a una cultura «post-argárica», de villas fortificadas independientes, en su mismo ámbito. Tras la fundación de Marsella por los focenses (hacia 600 a.C.), los iberos reconquistan el noreste a los celtas, permitiendo la creación de nuevos establecimientos griegos al sur de los Pirineos.
A las comunidades establecidas al final de la edad del bronce se las considera sustrato indígena al hablar de la cultura íbera. Básicamente hay cuatro focos: El Argar, la cultura del Bronce Manchego, la del Bronce Valenciano y los Campos de Urnas del Noreste.
PUEBLOS DESTACADOS
Albacete, Alcudia, Alicante, Aliseda, Arce, El Argar, Basti, Baena, Segobriga, Azaila, Los Millares, Tiernes, Numancia, Balazote.
SOCIEDAD Y ECONOMIA
La sociedad ibera estaba fuertemente jerarquizada en varias castas sociales muy dispares, todas ellas con una perfecta y bien definida misión para hacer funcionar correctamente una sociedad que dependía de ella misma para mantener a su ciudad.
La casta guerrera y noble era la que contaba con más prestigio y poder dentro de estas.  Aparte de las armas, poseer caballos otorgaba también gran prestigio y reflejaba poder, nobleza, y formar parte de la clase más pudiente.
También tenían gran importancia la casta sacerdotal, en la que las mujeres, como se observa en los túmulos funerarios, eran el vínculo de la vida y la muerte. Las sacerdotisas gozaban de gran prestigio, ya que eran las que estaban en continuo contacto con el mundo de los dioses, aunque también había hombres que desarrollaban una tarea mística, prueba de ello son los sacerdotes lusitanos, que leían el futuro en los intestinos de los guerreros enemigos.
Otra de las castas era la de los artesanos, apreciados porque de ellos salían los ropajes con los que se vestían y resguardaban del frío, los que elaboraban calzado, los que modelaban vasijas en las que guardar agua y alimentos y, sobre todo, por ser los que les hacían, a medida, armas y armaduras con las que se distinguían de las otras castas más bajas.
Finalmente estaba el «pueblo llano», gente de distintos oficios que se dedicaban a los trabajos más duros.
Indumentaria ibera
Los iberos se vestían con telas de distintas calidades, según su poder económico.
Guerreros: Según los textos antiguos, la prenda más habitual era un vestido de tela, como la de los romanos, con el ribete en rojo. 
Sacerdotisas: Las sacerdotisas eran quizás las que más adornos tenían. De ellas vienen la mantilla y la peineta, con la que se solían cubrir la cabeza y el cuerpo, un ejemplo de ello es la Dama de Elche, y los moños que hoy se pueden ver en Castellón. 
Otras prendas de vestir: Otra prenda muy valorada, era el sagum, una capa de lana, que protegía del duro frío. Otra de las prendas que aún existen hoy, es una tela que a modo de diadema utilizaban los guerreros para recogerse el pelo. Su calzado era unas alpargatas, que se ataban a la pierna y el pie, en el invierno se cubrían los pies ya las piernas con unas botas de piel y pelo de animal. 
El guerrero ibero
El guerrero de Mogente.
Su carácter fue descrito por los griegos, quienes se fascinaron por unos soldados que se lanzaban al combate sin miedo alguno y que resistían peleando sin retirarse aún con la batalla perdida, los guerreros a los que se referían eran mercenarios iberos reclutados por los griegos para sus propias guerras.
Economía
No sabemos mucho sobre la agricultura ibérica, pero sí lo suficiente como para deducir su importancia económica. Del estudio de una buena cantidad de piezas del utillaje agrícola halladas en los poblados del área valenciana, dedujo E. Plá que se había llegado en éste, como en otros edificios, a una especialización adecuada, dándose con la herramienta justa que en muchos casos ha llegado hasta nuestros días.
La agricultura que se practica es la de secano, siendo los cultivos fundamentales el cereal, el olivo y la vid, para la que está atestiguada ya en el siglo VI la obtención de excedentes con destino a su comercialización, así como las leguminosas (garbanzos, guisantes, habas y lentejas). Y por otra parte, se conocen diversas especies frutales, entre las cuales destaca el manzano, el granado y la higuera.
Tuvieron también cierta importancia determinados cultivos industriales, especialmente el lino en Saitabi (Játiva). Tenemos ampliamente documentada la industrialización del esparto, especialmente en el Campus Spartarius, al norte de Cartagena, con multitud de aplicaciones, entre las cuales sobresalen los cordajes para la navegación.
Respecto a la ganadería, no parece haber tenido un papel predominante, salvo quizá en regiones específicas, limitándose al papel habitual complementario de la agricultura. Sí es necesario señalar la importancia de ciertas especies como el caballo, utilizado en la caza y la guerra y probablemente símbolo de determinado estatus social en cuanto que da acceso a estas actividades. También debió tenerse en gran estima al buey y de la abundancia de ganado bovino nos hablan las frecuentes menciones del sagum o manto de lana ibérico en las fuentes romanas.
La caza, parece haber tenido una cierta importancia, según se deduce de su frecuente representación en la cerámica pintada, aunque quizá más como actividad social que económica. El jabalí debe haber sido la pieza reina, aunque junto a él se cazan igualmente cérvidos y varias especies menores.
ARTE Y CULTURA
El arte ibérico posee sus mejores manifestaciones en obras escultóricas de piedra y bronce, madera y barro cocido. Ofrece gran variedad regional con rasgos culturales de cada zona que se distribuye en tres zonas bien diferenciadas: Andalucía, la zona de Levante y el Centro peninsular.
Escultura
La escultura ibérica aparece en torno al 500 a.C. y constituye una de las manifestaciones más importantes de la cultura ibérica en la que confluyen influjos mediterráneos (griegos y fenicios principalmente) y autóctonos. Desde los primeros descubrimientos se han planteado entre los especialistas diversas hipótesis respecto a su origen.
Las diferentes influencias se ven reflejadas en las obras, algunas de estilo más orientalizante (Pozo Moro), con posibles influjos sirio-hititas, y otras de aspecto más jónico (Cerrillo Blanco, Porcuna), con algunas evocaciones del arte chipriota y etrusco.
Pintura
La pintura ibérica no reúne la perfección y el interés que ofrece la escultura, pero tampoco deja de tener su importancia aún prescindiendo de que muchas interesantes pinturas de las llamadas prehistóricas pueden datar de las edades del bronce y del hierro y sean, por lo mismo, verdadera y propiamente obras de arte ibéricas. Fuera de ellas, la pintura ibérica se reduce a decoraciones de numerosas vasijas y de algún muro de cámaras sepulcrales. Su mayor antigüedad se atribuye al siglo VI a.C. como puede inferirse por comparación con los restos de cerámica griega con los cuales se halla, a veces confundida la ibérica y, sin duda, que ésta fue siguiendo a través de las civilizaciones púnica y romana llegando quizá hasta la invasión de los bárbaros.
 
 
Kalathos ibérico decorado. Cueva del Cabuchico (Azuara, Zaragoza), siglo I a.C. Museo de Zaragoza.
Cerámica
Con la introducción del torno rápido por los fenicios en el siglo VIII a.C. se produce un cambio en la fabricación de la cerámica en el mundo indígena, lo que permite el desarrollo de una de las manifestaciones más características de la cultura ibérica.
Etapas de la cerámica ibérica, según Ruiz-Molinos:
Ibérico I (600/580–540/530 a.C.), protoibérico, orientalizante final. Vasos trípodes, vasos con asas triples, formas de barniz rojo y ánforas fenicias. 
Ibérico II (540/530–450/425 a.C.), ibérico antiguo. Urnas de orejeras (Oral), vasos con borde de cabeza de ánade, decoración con bandas. Asociada con cerámica griega de origen masaliota o de Emporiton, y cerámicas áticas de figuras rojas. 
Ibérico III (450/425–350/300 a.C.), ibérico inicial-pleno. Diversificación de formas y motivos. Cerámica de barniz rojo-ibérico en el Levante y Andalucía. Apogeo de la cerámica ática de figuras rojas. Al final (350–300 a.C.) se produce un corte brusco de las importaciones de cerámica griega. 
Ibérico IV (350/300–175/150 a.C.), Ibérico pleno-tardío. Máximo desarrollo de la diversificación. Aparición del estilo de Liria-Oliva. Las decoraciones son variadas e incluyen escenas con guerreros, de recolección, actividades textiles, caballeros, danzantes, músicos, animales, etc. Su final coincide con la aparición de la cerámica campaniense y el final de la segunda guerra púnica. 
Ibérico V (175/150–60 d.C.), Ibérico tardío. Vinculada a las producciones romanas (campaniense A y B, sigillata). Estilo de Azaila, continuación del Elche-Archena. 
Ibérico VI (60 d.C.–siglo II/III d.C.). Producción marginal con estilo ibérico en época romana. 
La Ruta de los Iberos es un proyecto de turismo cultural coordinado desde el Museo de Arqueología de Cataluña que tiene como objetivo dar a conocer los principales yacimientos ibéricos de nuestro país, así como los pueblos que los habitaban.
La Ruta de los Iberos os invita a seguir las huellas de una de las culturas más importantes de la península Ibérica disfrutando de un patrimonio arqueológico tan monumental como espectacular: ciudadelas fortificadas, poblados amurallados, ciudades que existieron hace más de 2.500 años. Actualmente, la Ruta está integrada por 16 yacimientos ibéricos musealizados que se estructuran en 7 itinerarios, identificados con el nombre con que los autores clásicos conocen los pueblos del nordeste peninsular:
El país de los indigetes, en las comarcas de Girona, que comprende los yacimientos de Ullastret (Ullastret, Baix Empordà), Castell (Palamós, Baix Empordà) y Puig Castellet (Lloret de Mar, la Selva). 
El país de los ilercavones, en las comarcas de Tarragona, con los yacimientos de El Castellet de Banyoles (Tivissa, Ribera d’Ebre), Sant Miquel (Vinebre, Ribera d’Ebre) y La Moleta del Remei (Alcanar, Montsià). 
El país de los cesetanos, en las comarcas del Penedès, que comprende los poblados ibéricos de Olèrdola (Olèrdola, Alt Penedès) y La Ciutadella (Calafell, Baix Penedès). 
El país de los ilergetes, en las comarcas de Lleida, con los yacimientos de El Molí d’Espígol (Tornabous, Urgell) y La Fortalesa (Arbeca, Les Garrigues). 
El país de los layetanos, en la zona de los ríos Llobregat y Tordera, representado por los poblados de Puig Castellar (Santa Coloma de Gramenet, Barcelonès) y Ca n’Oliver (Cerdanyola del Vallès, Vallès Occidental). 
El país dels ausetanos, en la comarca de Osona, con los yacimientos de El Turó del Montgròs (El Brull, Osona), El Casol de Puigcastellet (Folgueroles, Osona) y L’Esquerda (Roda de Ter, Osona). 
El país de los lacetanos, en torno al Bages, que es representado por el poblado ibérico de El Cogulló (Sallent, Bages). 
LAS DAMAS DE BAZA Y ELCHE
La Dama de Elche es un busto íbero tallado en piedra caliza que se data entre los siglos V y IV a. C. Mide 56 cm de altura y tiene en su espalda una cavidad casi esférica de 18 cm de diámetro y 16 de profundidad, que posiblemente servía, para introducir reliquias, objetos sagrados o cenizas como  al difunto. Otras muchas figuras ibéricas de carácter religioso, halladas en otros lugares, tienen también en su espalda un hueco y, como la Dama, sus hombros se muestran ligeramente curvados hacia delante.
La pieza se encontró cerca de Elche (España), donde existe un montículo que los árabes llamaron Alcudia ('montículo') y que en la antigüedad estaba casi rodeado por un río. Se sabe que fue un asentamiento íbero denominado Helike (en griego) y que los romanos llamaron Illici Augusta Colonia Julia. Cuando llegaron los árabes, situaron la ciudad más abajo, en la parte llana, conservando el topónimo romano de Illici, que fue arabizado por el sonido en «Elche».
Se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de España, de Madrid (España)
LA DICHA DE BAZALOTE
La dicha de Balazote es una  ibérica escultura encontrada en el término municipal de Balazote, en la provincia de Albacete. Quienes primero la estudiaron fue un grupo de arqueólogos franceses que la identificaron como una especie de cierva; de ahí que "biche" fuera su primera denominación, castellanizándose posteriormente a dicha. Ha sido datada en el siglo VI a. C. Se encuentra depositada en el Museo Arqueológico Nacional de España (situado en Madrid) desde 1910.
Existen pocos datos sobre su hallazgo. Se sabe que fue encontrada en el paraje de los Majuelos, a escasa distancia del núcleo urbano. Recientes excavaciones en la vega de Balazote descubrieron un túmulo ibérico que permite situar tan singular pieza en el contexto de una necrópolis tumular a la que probablemente perteneció. Cerca del lugar también se rescataron importantes mosaicos de una villa romana.
Es una de las muestras escultóricas emblemáticas del Arte ibero. 
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La recreación del rito íbero del equinoccio de otoño en la Puerta del
 Sol de Puente Tablas (Jaén) permite revivir el encuentro entre el astro
 rey y la diosa de la fecundidad.
 
Será durante el amanecer de los días 20 al 25 de septiembre de la mano 
del Instituto Universitario de Arqueología Ibérica y permitirá acercarse
 a la 
cultura de los íberos durante sus 45 minutos de duración. 
La campaña de excavaciones en la ciudad íbera de Puente Tablas (Jaén), 
una de las ciudades fortificadas íberas más características de 
Andalucía, construida en el siglo VII a.C., terminó en marzo pasado con 
el descubrimiento de un santuario de inspiración oriental de casi 300 
metros cuadrados, dedicado al culto oracular de una deidad femenina. 
Diosa de la fecundidad
Este santuario ibérico está muy próximo a la puerta donde ya se halló 
una estela con la representación de una diosa de la fecundidad, con los 
brazos esculpidos sobre el vientre y marcas de una tiara y un manto. 
Además, la diosa parece sostener entre las manos un disco solar con el 
que recibiría la luz. 
Ahora, coincidiendo con el equinoccio de otoño y gracias al dispositivo que se ha levantado en la Puerta del Sol por
 el equipo de investigación del Instituto de Arqueología Ibérica se puede recrear este ritual íbero asociado al Sol.
Un efecto solar mágico
Del 20 al 25 de septiembre, 
cuando amanece la luz solar pasa justamente por el centro del corredor de la puerta
 y su luz ilumina la estela de la diosa, empezando por la cabeza y 
terminando en los pies, mientras el entorno queda en penumbra.
La 
disposición de la puerta provoca que según asciende el Sol, la sombra 
caiga sobre la estela, escondiéndola y creando un efecto mágico de 
"aparición y desaparición de la diosa".
Este encuentro solar representa 
la unión mística y divina entre el dios masculino que simboliza el Sol y
 la diosa femenina, representada en la piedra.
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Descubrimiento sobre el mundo de los íberos en un yacimiento de Albacete
Tres vasos singulares de la "Pompeya iberica"
 revelan la mitología de los últimos noble íberos que se enfrentaron a 
la romanización en la Península Ibérica. Las piezas han sido halladas en
 el yacimiento de Libisosa (Albacete), el mejor conservado del periodo ibérico final en España.
Las representaciones de las tres piezas son 
muestras de la propaganda heroica que los aristócratas ibéricos
 encargaban en el primer tercio del siglo I a. C. Solo los guerreros, 
caballeros y oligarcas podían estar representados. Estos nobles, para 
crear un pasado épico, dejaron de utilizar la escultura y comenzaron a 
plasmar esta propaganda en vasijas de barro.
Para los científicos de la Universidad de Alicante que han hecho el descubrimiento en el 
yacimiento de Libisosa (Albacete), la 
iconografía ibérica
 en general es una especie de libro en imágenes que tienen que 
descifrar. Y estos vasos, en concreto, constan de una decoración 
figurada, ya sea humana o animal, de la aristocracia ibérica para su uso
 propagandístico. Intentan construir un currículo evocando un pasado 
heroico que no existió. Una mitología de su propia estirpe.
Representaciones en los tres vasos
Uno de los vasos –la tinaja de los caballeros– representa una lucha uno 
contra uno, un combate singular porque en ese momento era una práctica 
noble pasada de moda, que representa valores aristocráticos. En una 
segunda vasija hay un combate colectivo, simbólico. En la otra cara 
aparece un 
lenguaje muy antiguo: dos ciervos con aves posadas y 
enfrentadas al árbol sagrado o de la vida. El tercer vaso muestra un 
desfile heroico ecuestre del monarca a caballo, animal muy vinculado a 
la aristocracia.
Los científicos de la Universidad de Alicante que hallaron las piezas en
 el yacimiento de Libisosa (Albacete), en concreto Héctor Uroz 
Rodríguez, explican su trascendencia: “Tanta importancia tienen los 
vasos en sí como el contexto en el que aparecieron. Este 
lugar representa lo que se podría denominar como una ‘Pompeya ibérica’, porque cuenta con la fase del ibérico final mejor conservada de España”.
Una ciudad arrasada de un día para otro
“Por lo que se refiere a la época a la que pertenecen las vasijas 
–periodo ibérico final–, el yacimiento aparece como una tumba en vida 
–explica Uroz–, un 
poblado destruido de forma repentina de un día para otro, que causa un efecto Vesubio, pero provocado por el ejército romano”.
 Es un momento de guerras civiles entre romanos por el poder. Diversas 
facciones de su aristocracia luchan por el dominio unipersonal. Algo que
 no llegará hasta la época de Augusto, el primer emperador romano".
Según el investigador, la Península Ibérica –que era ya una provincia de
 Roma– sirve de campo de batalla de los conflictos entre los romanos. 
Libisosa desaparece con la Guerra de Sertorio, un general romano en 
conflicto con Cecilio Metelo. No existen fuentes literarias sobre la 
afiliación de este poblado respecto al conflicto.
“Libisosa no es solo importante por lo que se ha encontrado hasta ahora,
 sino también por el potencial que tiene. Hemos intervenido en 17 
campañas de 
excavación, en el 10% del 
yacimiento.
 Tenemos inventariadas más de 145.000 piezas. Siempre digo que del mundo
 ibérico lo mejor está por descubrir y posiblemente lo encontremos algún
 día aquí”, concluye Uroz. El 
yacimiento de Libisosa se empezó a excavar en 1996 de forma ininterrumpida.
Al finalizar, podemos suponer que la diosa era guardada en una pequeña 
capilla que también fue descubierta junto a la puerta, a salvo de la 
intemperie hasta el siguiente rito solar en la primavera.