Beit She’an.
El mosaico del Monasterio Bizantino de “Nuestra Señora María”
Durante
los trabajos realizados entre 1930 y 1931 en la zona denominada como
“Cementerio Norte” del yacimiento del Tell Beit-She’an, y en su nivel I,
G.M. Fiztgerald identifica una iglesia al Norte de éstas excavaciones.
Ésta iglesia formará finalmente parte de un conjunto monacal dedicado, o
promovido en su construcción, a/por una “Señora María” en el siglo VI
d.c. , y exterior a los restos de la muralla de la ciudad Bizantina,
aunque de origen heleno, de Scythopolis.
En el patio posiblemente
porticado y como zona de acceso al templo, aparecerá un gran mosaico
vestido de una serie de celdas octogonales y romboidales que incluyen
animales exóticos, aves y frutas, y en cuyo centro se localiza un
calendario de diseño hebreo, cuyos doce meses incluyen motivos
masculinos de origen romano, a los que se une una nomenclatura y
numeración latina en alfabeto griego que, a su vez, acotan una imagen
deificada del Sol y de la Luna.
Para
entender la transcendencia del hecho monástico en el pensamiento y
expansión del cristianismo, habría que remontarse a sus primeros pasos
dentro del orden imperial romano.
Los primeros monjes aparecen, tras el
principio del fin de la persecución cristiana, en el último tercio del
siglo III d.c. Situación dada como fruto de una política del
fortalecimiento de la unidad del imperio y que incluiría, dentro de esas
líneas de actuación, una necesidad de unificación religiosa. Así y
durante el mandato de Constantino, en el siguiente siglo, doctrinas
como el cristianismo, mitraísmo, y una variante oficial monoteísta de
creencias hacia el dios Sol de origen sirio serán las mas prominentes, o
las mas aptas, para realizar tal síntesis.
La palabra
“monacato” proviene del termino griego “μοναχώ” y que viene a
significar “vivir en soledad”, un concepto que nos advierte de una
cualidad eremita para sus primeros practicantes. Un formato de vida que
posiblemente fuera consecuencia de la persecución hacia los cristianos, y
que decidió a piadosos creyentes el trasladarse al desierto, solos,
permitiéndoles, así, llevar un camino ascético y de oración lejos del
hostigamiento del estado romano. Un acoso que llegó a una de sus mas
altas cotas durante la Roma del Emperador Decio, 249-251 d.c., siendo de
esa época cuando la tradición cristiana nos habla de Pablo “El Eremita”
como el primer anacoreta. Mejor conocido, y de esas mismas fechas, lo
es Antonio de Comas – Debido a los escritos bibliográficos de Atanasio de Alejandría en el siglo IV d.c. -. A
diferencia de Pablo, que vivió el ascetismo en solitario hasta su fin,
Antonio Abad acogió a discípulos formando las primeras comunidades de
monjes o “lavras” – Las lavras o “lauras” consistían en un conjunto
de independientes celdas en nichos donde los ermitaños vivían y oraban
para posteriormente, y cada semana, reunirse y compartir festividades y
servicios dominicales en un común sacro lugar – Así, éste tipo de
comunidades ascetas hacían demostración una nueva forma de alcanzar la
santidad, ausente del martirio de la persecución, pero a través de una
extrema mortificación del cuerpo.
A
principios del siglo IV d.c., y tras la decisiones políticas a favor del
Cristianismo, se produjo un paralelo aumento de monjes que se retiraban
al desierto siguiendo los pasos de los primeros ermitaños. Un hecho que
concordaría, a veces, con su extrema devoción cristiana, mas, por el
contrario y en otras, serviría también para eludir impuestos y levas
militares – Según nos dicta Atanasio de Alejandría en “Vida de Antonio” -.
En esos años se produce también la incorporación de la mujer a las
congregaciones. Mujeres que, en un primer momento, se hacieron pasar por
hombres para evitar latrocinios, siendo a la vez una forma de renegar
de su sexualidad como parte de la disciplina asceta (E. Patlagean,1975).
En paralelo a las lavras , en el norte de Egipto y alrededor del año
300 d.c., Pacomio, un antiguo eremita, funda el primer monasterio
cenobítico y establece la primera regla monástica cristiana – Y que será premisa para el autosuficiente “Ora et Labora” propugnado por Benito de Nursia y los benedictinos – y
donde al voto de pobreza y castidad de los monjes se une en el
obediencia hacia un abad que será quien dirija la congregación en sus
laborales mundanas, mientras que se mantiene la independencia del camino
a la hora de alcanzar su comunión con Dios.
Las
comunidades de Pacomio fue la base para el ordenamiento de las futuras
colectividades monásticas. Comunidades que se dividirán entre el Este y
Oeste mediterráneo en el ámbito de dos ortodoxias principales: El
benedictino, y que se extenderá por Egipto, Palestina y Siria, y el
pensamiento de Basilio de Cesarea, 330-379 d.c. que se establecerá, en
un primer momento, en la Capadocia anatólica y posteriormente por Asia
Menor. En el pensamiento de Basilio se rechaza la individualidad de las
congregaciones eremitas de Pacomio, advirtiendo de la dificultad
intrínseca que para el monje suponía llegar a la virtud “proprio motu”,
necesitando éste una común forma monástica. De esta guisa, Basilio,
propondrá una regla donde se reducirá el tamaño de las hermandades y
donde la obediencia al abad, como guía espiritual, será la primera
virtud – Tal fue así, que cualquier formato de ascetismos y
mortificación ajeno al hecho comunal debía ser aprobado por el abad (M.
Wagner, 1950) – Mas, lo que supuso un cambio radical en las, hasta
ahora, costumbres anacoretas, fue la fundación de “typika”, o cenobios,
cerca de las ciudades en lugar del desierto, con el primer fin de no
aislarse de sus semejantes, y a los que proporcionarían, por otro lado,
la verdadera fe en Cristo a través de su mensaje apostólico y sus obras
de caridad. Dicho esto y en corolario, el ideario de Basilio tuvo como
importante característica sintetizar la tradición greco-latina con la fe
cristiana, siendo la posterior base para la teología, así como la
exclusiva realidad monástica, cristiano-bizantina desde el siglo IX al
XV d.c.
Aunque la
aparición de mosaicos con motivos calendares fueron comunes en los
templos tanto en la región, Palestina, como en el tiempo, siglo V-VI
d.c. – Como así lo atestiguan las sinagogas de Sepphoris, Beit Alfa, Hamat Tiberias – su
estructura circular, en el motivo de Beit She’an, no tiene precedentes
dentro del contexto cristiano. Decir en éste sentido, que tales
representaciones, en un ámbito hebreo, son consecuencia de la
convergencia de las creencias judías con el mundo greco-latino y su
visión universal y cosmológica, representando, de ésta manera, la
creación y el ámbito de lo divino. Las características zodiacales y
deíticas – la circunferencia interior tiende a representan al “Sol Invictus” –
forman parte de la abstención de la religión en hebrea de representar
la imagen de Yahweh, incorporando, en sustitución, imaginería
cabalística y nomenclatura hebrea para afrontar la división anual
clásica, y que si aparece, dados sus motivos mensuales romanos, en el
mosaico de “Nuestra Señora María”. Anotado lo anterior, parece
plausible aceptar que los artesanos que llevaron a cabo las obras del
atrio de Beit She’an fueran de origen hebreo (S. Hagan), pero lo que
resulta en extremo intrigante, desde un punto de vista cristiano, es la
representación central del Sol, Helios y la luna, Selene, siendo el
origen de multitud de controversias y especulaciones.
« Y el faraón le dió el nombre de Yosef Zaphnat Pa’neach; y le concedió como isha/esposa a Asenat Bat Poti Phera kohen de On/ Hija del sacerdote de On. Y Yosef quedó a cargo de toda Eretz Mitzrayim/ Tierra de Egipto. » Génesis 41-45. Biblia Ortodoxa Hebrea.
Existen
varias hipótesis sobre el papel de María Magdalena en el relato
bíblico. Varias de ellas afirman que Maria fue la esposa de Jesús –
Según estas teorías, Cristo y según se desprende de los textos
bíblicos, eran una “rabí” y por tanto tendría la obligación de casarse
– y la fundadora de la primera iglesia en Cristo. Según el libro
“The Lost Gospel”, S. Jacobovici y B. Wilson (2014), y basándose en el
códices de Nag Hammadi, el apócrifo Evangelio de María Magdalena y un
relato incluído en un manuscrito recopilatorio por un monje del siglo VI
d.c. , conservado en la British Library, y denominado “Yosef y
Ansenat”, relevarían dicha identidad. – Recordar que “Jesús” es una corrupción del nombre “Josué”, o “Yehoshua”, “Yahweh salva” – Según
su interpretación, el relato manuscrito realiza multitud de paralelismo
entre Jesús y Josué dentro de un mensaje críptico. Así, el texto
indica que Yosef se presentó ante Ansenat montado en un carro tirado por
cuatro caballos blancos en similitud a Helios como “Deus Sol Invictus”,
siendo llamado por ésta “Hijo de Dios”. y por otro, que tanto Ansenat
como María Magdalena eran “virginales” sacerdotisas paganas de cultos
hacia la Diosa Madre que fueron redimidas a la fe cristiana.
En este
mismo sentido, y tomando el mosaico de Beth Se’an como prueba, se
conjetura que Selene/Artemisa pudiera ser una representación alegórica
de María de Magdala como pareja de Helios/Apolo, Cristo, dándole una
personalidad humana al ideal divino de la mujer.
Durante el
siglo V d.c. en la ortodoxia de la Iglesia se produce la polémica sobre
la humanidad de María como “Theotokos”, es decir “Madre de Dios”. Tras
la controversia arriana resuelta en el Concilio de Nicea I en el 325
d.c. se dilucidó definitivamente la divinidad de Jesús, donde Arrio,
256-336 d.c., y sus seguidores afirmaron que la naturaleza de Jesús, por
su nacimiento, era humana y, aún siendo el “Verbo Encarnado”, por
tanto no era Dios. – La naturaleza divina de Jesús, según el arrianismo, ya estaba creada al principio de los tiempos – . Posteriormente, en el III Concilio Ecuménico de Éfeso, 431 d.c., también se rechaza la postura de Nestorio, 386-451 d.c. –
Según Nestorio, María era la madre de la parte humana de Cristo,
“Christotokos” pero no de la divina, por lo que no podía ser denominada
como “Madre de Dios” – , para en el Concilio de Calcedonia, 451
d.c., proclamar definitivamente la existencia en Cristo de una parte
divina y otra humana en contra de los monosofistas que argumentaban la
perdida de humanidad de Jesús en aras de su parte divina.
Todo éste
debate sobre la esencia misma de Cristo se traslado en paralelo a la
discusión sobre la divinidad de María. Una divinidad que proclamaría el
papel de la mujer dentro de la Iglesia como virgen, madre, y ejemplo de
vida cristiana, y que fue también definitivamente resuelto en el III y
IV Concilio Ecuménico. Importante papel decisorio en ésta diatriba fue
la virginidad de María, no ya por el hecho de su importancia como
mortificación de la carne dentro del ideario de las, por aquel tiempo
importantes en su doctrina, comunidades monacales de ambos sexos, sino
por la propia aceptación que tal estilo de vida surgió en las clases
altas de la sociedad bizantina – Léase aquí el papel desempeñado por
la emperatriz Aelia Pulqueria en la resolución mariana de los concilios
de Éfeso y Calcedonia -. y donde se dibuja un paralelismo entre
María y la vírgenes cristianas. Del papel mariano hace eco Gregorio de
Nisa, finales del siglo V d.c., describiendo a la virginidad de María
como una roca contra la que el diablo se lanza con toda su fuerza y se hace añicos.
Volviendo
al tema central que nos atañe, es difícil poner en tela de juicio que
las representaciones que presiden el mosaico de Beit She’an no sean
imágenes deificadas de personalidades bíblicas. Aunque la presencia de
Helios y Selene no hay que desvincularla de motivos calendares
luni-solares, su aparición en el atrio del monasterio bizantino debe
proporcionarnos siempre un significado añadido. Resultaría sorprendente
que se negara el papel de Helios, “Deus Sol Invictus” en las
convergencias religiosas constantinas del siglo IV d.c., así como es
innegable el idealizado paralelismo entre Selene/Artemisa, “Señora de la
Luna”, y la “Diosa Madre” de las creencias paganas. Un papel de “Diosa
Madre”, o “Madre de Dios”, que arduamente puede ser tomado por María
Magdalena. El sorprendente hecho que Helios aparezca acompañado de una
personalidad femenina tiene que tener otras motivaciones. Explicaciones
que posiblemente hay que buscar en la definitiva elevación de María
Virgen a la divinidad, de la mano de su hijo, durante el siglo V d.c.
Referencias:
“An Introduction to Byzantine Monasticism” Alice- Mary Talbot (1987)
“Time, Memory, and Mosaics at the Monastery of Lady Mary” Stephanie Hagan (—-)
Imágenes:
es.wikipedia.org
penn.museum