La niebla espesa y gélida
Irrumpe sobre las ruinas venerables.
Jirones de vapor se condensan y disipan,
juguetones, en sus estancias quietas.
Hielos, escarcha y rocío,
lluvia, viento y frío,
se afanan en zapar los sólidos sillares.
Sus paredes esconden,
como testimonio mudo del ignoto origen,
tesoros de sabiduría,
reliquias de incalculable valor.
¿Quién hará hablar a las piedras?
¿Quién abrirá la boca de los muertos?
¿Quién descorrerá el velo del olvido?
En el canto I del Purgatorio de "La Divina Comedia" Dante escribe:
"Me volví a la derecha y me hallé enfrente
del otro polo, y vi en él cuatro estrellas
que sólo ha visto la primera gente.
Gozaba el cielo de sus llamas bellas:
¡oh viudo septentrión, pues que privado
tú por siempre jamás has de estar de ellas!".
Algo después, continúa con el siguiente párrafo:
"Y el guía: ¿Qué contemplas allá arriba?
Yo contesté: Las tres vivas centellas
cuyo ardor a este polo tanto aviva.
Y entonces, él a mí: Las cuatro estrellas
que viste esta mañana están abajo,
y éstas subieron donde estaban ellas".
Muchos
estudiosos de la obra de Dante coinciden en señalar que el otro Polo no
puede ser más que el Polo Sur; que las cuatro estrellas harían alusión a
la Cruz del Sur; que las otras tres a su lado estarían constituidas por
el Triangulum Australis; y que la primera gente serían antecesores que
conocieron una bóveda celeste diferente a la que conocemos hoy día en el
hemisferio Norte.
Todo ello despierta inquietantes interrogantes:
Dicho
pueblo primigenio, ¿vivió realmente en el hemisferio Sur, en las
antípodas de Europa, tal como parece señalar estos versos?
Y
si realmente dicho hipotético pueblo existió y contemplaba un horizonte
estelar diferente al nuestro, ¿cómo lo pudo saber un sabio florentino
del siglo XIII? ¿Acaso disponía de unas fuentes de conocimiento hoy
perdidas, o fuera del alcance del público general? Recordemos que no fue
fue hasta el siglo XV cuando los portugueses atravesaron el cabo de
Buena Esperanza, pudiendo observar las citadas constelaciones del
Hemisferio Sur.
Son numerosos los relatos que hablan de un pueblo de dioses, ángeles o titanes que habitó el mundo hace más de diez mil años. El libro egipcio de los muertos dice así:
“¡Oh Thot!
Respóndeme, ¿qué sucedió con
Los dioses a los que Nut dio vida en otros tiempos?
… Han engendrado guerras, desencadenado desastres,
Cometido calamidades, creado demonios,
Hecho estragos y destrucciones;
Pero también, al lado de estas Obras del Mal,
Realizaron grandes cosas”.
¿Sería ésta la raza a la que se refiere Dante en su "Divina Comedia"?
Piri
Reis, autor del célebre mapa que aparece en pantalla, explica que lo
había confeccionado a partir de una serie de mapas muy secretos y viejos
que seguramente sólo él conocía en Europa, y que eran a su vez copias
de otros aún más antiguos.
Este mapa ha levantado mucha polvareda, por una serie de circunstancias curiosas:
Obsérvese
que la línea costera que aparece en la parte inferior de la pantalla
coincide con la existente en realidad entre el cono sur americano y el
litoral de la Antártida.
Por
otro lado, África y Latinoamérica se encuentran separadas por la
distancia correcta (lo que indicaría un conocimiento de la "longitud"
geográfica). Y, lo que es más sorprendente: la proyección cartográfica
se asemeja a la siguiente, con un punto focal situado en Egipto.
Son
numerosos los científicos que, o bien han negado la autenticidad del
mapa, o han despachado estas similitudes con el argumento de que son
simples casualidades. Pero es imposible utilizar este calificativo con
el siguiente mapa de Orontius Fineus, de 1531. Éste es de una
autenticidad innegable. Su autor influyó sobre el famoso cartógrafo
Mercator.
Aquí
observamos que la tierra austral que él representa (300 años antes del
descubrimiento de la Antártida) tiene una forma muy similar al
continente helado, está correctamente encarada (con una desviación de
20º en relación a la realidad), y dibuja un perfil de las costas
meridionales de África, América y sus islas principales de sorprendente
perfección.
Es
más, el relieve de la tierra austral es totalmente correcto, como
podemos comprobar al comparar la orografía del mapa y del subsuelo
antártico.
Éste
es un hecho que ha llevado a algunos a validar este documento como un
auténtico mapa con al menos 9.000 años de antigüedad. Sólo en el período
conocido como Óptimo Holocénico, o en fechas en las que la Antártida
estaba lejos del polo Sur, sus montañas podrían haber estado al
descubierto para ser cartografiadas. En la actualidad son invisibles,
pues están ocultas por una gruesa capa de hielo y nieve.
Pero
hay un detalle que demuestra de forma incontestable la validez y la
antigüedad del citado mapa. Obsérvese el extremo Sureste del continente
Asiático. Éste es idéntico a como sería hace 12.000 años, cuando el
subcontinente de Sunda todavía estaba emergido. Actualmente, de éste
sólo subsisten las islas constitudidas por el archipiélago indonesio.
Y
si todo ello no fuera suficiente para avalar la verosimilitud del
origen antiquísimo de dichos documentos, obsérvese este mapa de África,
con origen en la Geografía de Ptolomeo. En él se presenta, con total
precisión y rigor, las fuentes del Nilo blanco y del Nilo azul.
No
son pocos los que se sorprenden del conocimiento que los antiguos
tenían del interior del África negra: en concreto, del nacimiento del
Nilo Blanco, de las llamadas "Montañas de la Luna", y del pueblo de los
pigmeos (llamados "akka"); tierras que fueron exploradas -por parte de
occidentales- a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
Aristóteles dice así:
"Las
grullas van hasta los lagos situados más allá de Egipto, de los cuales
nace el Nilo; por aquellas tierras viven los pigmeos, y esto no es
fábula, sino la verdad pura".
El
explorador inglés Richard Burton se preguntaba, en su célebre obra "Las
montañas de la Luna", cómo es posible que tanto los hindúes como los
griegos hayan colocado estos territorios en su lugar correcto, en unas
áreas hasta entonces inexploradas por el hombre blanco.
Hay
un aspecto todavía más curioso, y significativo, que podemos encontrar
en la geografía de Ptolomeo: el norte de África aparece jalonado por
unos ríos y unos lagos, numerosos e inmensos, que existieron en la
realidad hace 9.000 años, durante el período conocido como Óptimo
Holocénico. ¿Nuevamente una casualidad?
Es
bien sabido que los antiguos fueron unos soberbios astrónomos. Antes
mencionamos la incongruencia de que sociedades como los dogón africanos o
los maya mesoamericanos, que a duras penas se encontraban en un estado
neolítico de civilización, tuvieran tan amplios conocimientos
astronómicos.
Todas
las sociedades antiguas se han interesado, de un modo u otro, por los
ritmos celestes, por fenómenos atmosféricos terribles o maravillosos,
por ciertas peculiaridades del firmamento...
Es
curioso que numerosas sociedades del mundo, alejadas en el tiempo y en
el espacio, hayan fijado su atención en idénticos cúmulos estelares,
signos zodiacales o fenómenos astronómicos. Las Pléyades, la agrupación
estelar de Orión, la estrella Sirio, el planeta Venus, etc., son algunas
de las luminarias que aparecen una y otra vez en los mitos y en las
representaciones artísticas de los pueblos antiguos.
Todas
las culturas se han preocupado por estudiar el movimiento de los astros
en la bóveda celeste. No faltan, incluso, los que –como Giorgio de
Santillana- deducen de ello que los antiguos tenían un buen conocimiento
del fenómeno conocido como "precesión de los equinoccios"; es decir,
del movimiento aparente de las constelaciones por el horizonte durante
el equinoccio vernal, a lo largo del tiempo, por efecto del bamboleo del
eje de rotación terrestre.
Diferentes
culturas del mundo se han preocupado por estudiar los ciclos del Sol,
la Luna y los planetas: los equinoccios, los solsticios, las fases
lunares, los eclipses... Fenómenos que, en todos los rincones del
planeta, han marcado de un modo u otro las vidas de millones de seres.
Culturas
del mundo entero han diseñado y construido imponentes recintos para
estudiar los fenómenos celestes, o para consagrarlos de una u otra
manera. Curiosas alineaciones de monumentos o hitos se corresponden con
la salida del Sol en los solsticios o equinoccios. Multitud de
yacimientos arqueológicos dan fe de ello.
Nuevamente
cabe preguntarse. Este extendido interés por la Astronomía, en muy
diferentes sociedades, con diferentes niveles de desarrollo tecnológico,
¿es fruto de su desarrollo autónomo, o es consecuencia de un fenómeno
de difusión cultural?
No
sólo tenemos pruebas culturales para dar fe de la verosimilitud de esta
tesis. Existen numerosos testimonios, en forma de marcadores, hábitos,
costumbres o reliquias materiales que demuestran que, efectivamente, tal
fenómeno de difusión cultural debió existir realmente.
Los ejemplos son numerosísimos. Y las coincidencias hablan por sí solas.
ALARGAMIENTO DEL CRÁNEO.
Sociedades
de todo el mundo han practicado una actividad tan aberrante como
deformar el cráneo de sus hijos, para mantenerlo anormalmente alargado.
CERBATANA-BUMERÁN.
La cerbatana, con diseño muy similar, está extendida por América y el Sudeste de Asia.
El
bumerán era un instrumento de caza extendido por Europa, América y
Australia. Su diseño tan peculiar hace improbable su invención por
separado en diferentes partes del mundo.
DINGO.
El primer perro conocido en Europa era idéntico al dingo australiano. Éste llegó a Australia en barco. ¿Quién lo llevó?
MAÍZ.
Autores
antiguos como Plinio describen el maíz con total precisión. Los
africanos y los asiáticos ya lo conocían a la llegada de Colón al Nuevo
Mundo. Los habitantes de Asia Central cultivan primitivas variedades de
maíz, diferentes a las americanas. ¿Cómo es posible, si según la
doctrina oficial éste tiene origen en América?
Antiguas
palabras españolas, como "mazacote" o "mazapán", tienen un prefijo que
alude al "maka" sánscrito; literalmente “maíz”. La lengua nahuatl
(azteca) dispone asimismo del término "maza" (que significa puré de
maíz).
Además,
numerosos mitos americanos afirman que los antepasados encontraron el
maíz en el interior de una montaña, llamada Tonacatepetl en México,
Paxil en Guatemala y Tambo Toco en Perú. ¿Ello quiere decir que el maíz
americano tiene origen foráneo? ¿Y si es así, quién lo llevó a América?
MANOS EN NEGATIVO.
Distintos
pueblos han dejado una huella (en positivo o en negativo) de sus manos
en las cuevas y los templos del todo el mundo. Muchas veces éstas fueron
marcadas por mujeres, lo que denota una tradición matriarcal. Las más
antiguas (de hace unos 25.000 años) las encontramos en Europa y Extremo
Oriente; las más modernas (de hace unos 10.000 años) en Sudamérica.
MOMIFICACIÓN.
La momificación, con técnicas diferentes, la encontramos en el norte de África, en Asia y en América.
ALARGAMIENTO DE OREJAS.
El
alargamiento de orejas es común entre polinesios, asiáticos y nativos
americanos. Los moais de la isla de Pascua representan con claridad las
“orejas largas” de los constructores de estos soberbios monumentos.
PARCHÍS.
El
parchís es antiquísimo. Tiene carácter ritual, y es practicado en todo
el mundo. En la India se llama "pachisi"; entre los aztecas era conocido
como "patolli".
SACRIFICIOS.
En
todo el mundo se realizaban sacrificios humanos en tributo a su dios
principal. Eran comunes en las culturas precolombinas, pero también en
las germánicas y célticas, así como en Canaán, Polinesia y el Sudeste de
Asia.
BARCAS DE TOTORA.
La barca de totora es un tipo de construcción naval generalizado en el mundo. En todas partes tiene un diseño muy similar.
TATUAJE-TREPANACIÓN DEL CRÁNEO.
El tatuaje y la trepanación del cráneo son unas prácticas muy extendidas..
La
trepanación es explicada por motivos terapéuticos o religiosos. En el
primer caso, para extirpar tumores; en el segundo caso, para abrir
-supuestamente- un tercer ojo.
TABACO.
El
caso del tabaco es parecido al del maíz. Teniendo un origen
pretendidamente americano, han sido descubiertos restos de tabaco en
centenares de momias egipcias. Se piensa que era utilizado como
desinfectante.
El
cultivo y el consumo de tabaco es y ha sido tradicional en todo el
Sudeste Asiático, mucho antes del descubrimiento de América. Sociedades
tan "primitivas" como los semang de las islas Andamán o los nativos de
Nueva Guinea Papúa lo consumían con anterioridad a la llegada de los
europeos. Alfred Wallace, primer visitante occidental de Dorey, en Nueva
Guinea, da fe de ello.
PATATA-BONIATO
Los
nativos de Polinesia y del Sudeste de Asia cultivaban la patata y el
boniato –también con supuesto origen en América- antes de la llegada del
hombre blanco. Así lo testimonia el descubridor de Hawaii, James Cook.
Éstos
son algunos de los muchísimos marcadores sociales y culturales que
demuestran la existencia de contactos remotos entre sociedades muy
distantes entre sí en el tiempo y en el espacio. Pero las coincidencias
no acaban aquí. Las homologías son también observables en los corpus
míticos, la simbología y los restos materiales de diferentes partes del
mundo.
Un ejemplo lo tenemos en un relato muy característico que tiene como protagonistas un dragón, un héroe y una princesa:
"Cierto
país es devastado por un monstruo o dragón acuático, que vive en el mar
o en un lago. El dragón destruiría la entera población si no se le
dotara regularmente de una víctima, generalmente una doncella virgen.
Muchas de ellas han perecido de este modo, llegando el momento de
sacrificar la hija del propio rey. Ésta es expuesta al monstruo, pero he
aquí que llega un joven de humilde familia, que con arrojo y valor mata
al monstruo, salva a la doncella, y como premio recibe del rey la mano
de la princesa".
Esta
historia la encontramos en Japón, en Vietnam, en Escandinavia, en
Escocia, En Grecia o en Senegambia... Estamos hablando, por supuesto, de
la leyenda de San Jorge y el Dragón.
En
Japón el héroe es llamado Susa-no-wo, y la princesa recibe el nombre de
Inada. En Grecia los principales protagonistas son, respectivamente,
Perseo y Andrómeda. Distintos caracteres, pero una misma historia.
¿Sólo
una casualidad? Como podemos observar a partir de las siguientes
imágenes, el mito del dragón (o de la serpiente con alas de pájaro) es
universal: lo hallamos en prácticamente todas las culturas del mundo.
En
algunas, como en Europa, tiene connotaciones negativas; en otras, como
en Asia, su papel es más positivo. Sea como sea, se trata de un residuo
de una tradición muy remota que ha subsistido en muy distintos lugares.
Pero éste no es el único ejemplo:
ÁNGEL
DIOS BARBUDO
ATLANTES
DIOSAS MADRES
ESPIRALES
LABERINTOS
OMPHALOS
SVASTIKA
ESTRELLA DE SALOMÓN
RUEDA SOLAR
PILARES
PETROGLIFOS
Una
homología universal especialmente interesante es la del símbolo
conocido como MERU. Representativo de la montaña mítica en la que, según
los hindúes, se encuentra el paraíso primordial (también llamado Jardín
de Brahma), simboliza el centro del gran mandala que aparece en
numerosas representaciones de diferentes religiones y culturas.
Éste,
curiosamente, tiene gran similitud con los círculos que caracterizan a
la Atlántida descrita por Platón. La palabra sánscrita “mandala”
significa literalmente “círculo”. En el centro de éste hay un punto (o
“bindu”) que representa el monte MERU, la montaña mítica que está en
mitad del Universo. Así pues, el mandala es el contenedor circular del
espacio sagrado, como podemos observar en numerosos símbolos de todo el
mundo.
Ahora,
más que nunca, es lícito preguntarse: ¿qué pueblo -si existió- difundió
por las cuatro esquinas del mundo similares pautas simbólicas,
religiosas y culturales?
4. ENIGMAS
Un mar embravecido
lame las cicatrices de la Tierra.
Por doquier encontramos
horrendas llagas de desolación,
supurantes de nostalgia y melancolía.
Las olas, compasivas,
restañan el dolor de la herida mal curada.
Con delicadeza, alivian el sufrimiento,
de un mundo huérfano,
y, generación tras generación,
se esfuerzan en borrar el recuerdo
de aquellos caminantes
que tan profunda huella dejaron
en los anales del tiempo y del espacio.
Destacados autores han dado vueltas y vueltas a supuestos misterios que proliferan en el resbaladizo campo de la Antigüedad.
Erich Von Däniken, Charles Berlitz, Juan José Benítez... Son sólo algunos de los que en un momento dado pusieron de moda el análisis fantástico de la Historia.
Creyeron
ver naves espaciales en los relieves de sepulcros mayas; operaciones a
corazón abierto en las piedras de Ica; pistas de aterrizaje en las
estepas polvorientas de Nazca; o bulbos luminosos en ciertas
representaciones egipcias.
Los
especialistas serios, sin mucha dificultad, han desacreditado estas
tesis revisionistas, y por ende, cualquier intento de formular teorías a
partir de ciertas "analogías", o simples coincidencias más o menos
superficiales.
Sin embargo, los supuestos "misterios" no se acaban aquí. Los encontramos repartidos por todo el mundo:
Aviones, con diseño moderno -e incluso aerodinámico- que no van a ninguna parte.
Enormes bolas de perfección absoluta que no se sabe para qué sirven.
Descomunales
mensajes grabados en tierra que representan seres extraños, o figuras
imposibles, sin que tengamos idea de a quién van dirigidos.
Peo esto no es todo; aún no hemos encontrado respuesta para los siguientes hechos:
AMÉRICA
Es
harto conocido el mito de Viracocha en el continente americano. Tanto
éste, como el Quetzalcoatl azteca, o el Kukulkán maya, son
hombres-dioses, de considerable altura, que vinieron del extranjero,
portando largas túnicas, calzando sandalias, y luciendo vistosas barbas.
Éstas, como es sabido, resultan extrañas para la raza amerindia.
Estos
soberbios arquitectos de estructuras ciclópeas eran hombres sabios y
pacíficos educadores. Enseñaron a los nativos a dotarse de leyes, labrar
la tierra y tallar la piedra verde (el jade).
Los
etnólogos y antropólogos tradicionales descartan este mito, al
considerar que menoscaba el protagonismo o el mérito de las culturas
indígenas en la conformación de sus respectivas civilizaciones.
Pero
la verdad es que son centenares los testimonios que los pueblos
antiguos de América han dejado acerca de estos antiguos pobladores, que,
según el mito, estarían detrás del inicio de la civilización en el
hemisferio occidental.
Aquí
contemplamos numerosas representaciones de “barbudos” precolombinos.
Algunos con barba de chivo y rasgos orientales; otros completamente
europoides y barba poblada; los hay con barba postiza, como la empleada
por los antiguos egipcios; y también podemos encontrar imágenes de tipo
caricaturesco.
Además,
no son extraños los restos humanos que dan fe de la existencia de un
pueblo de cráneo dolicocéfalo, de tipología europoide, en esta parte del
mundo. Su antigüedad es a veces milenaria.
Los
viracochas, hombres blancos de larga túnica y poblada barba, no estaban
solos. Estaban acompañados por hombres y mujeres de otras razas,
generalmente en posición de igualdad. En estas imágenes observamos
representaciones precolombinas de negroides, europoides y mongoloides,
todos en supuesta armonía entre sí.
En esta otra imagen, un europoide portando un turbante, azota con un látigo a un nativo americano.
La
iconografía mesoamericana parece dar a entender que la forzada
convivencia entre caucasoides, negroides y mongoloides por un lado, y
nativos americanos, por otro, tuvo un fin abrupto cuando los primeros
fueron exterminados, de forma sangrienta, por los segundos.
Aquí vemos a negroides y caucasoides en posiciones grotescas, tras ser posiblemente torturados.
Pero
éstos no son los únicos testimonios que revelan, en América, realidades
ignotas para las que la ciencia oficial no tiene explicación.
Tras
el mito de El Dorado, la mítica ciudad de Manoa (que dio nombre a la
capital de la Amazonía brasileña, Manaos), se ocultan multitud de
tradiciones que nos hablan de ciudades perdidas en la selva, o en las
neblinosas cimas de los Andes, habitadas por hombres y mujeres de rostro
pálido y cabello rojo.
El
español Juan de Castellanos describió con los siguientes versos, a
mediados del siglo XVI, a los habitantes de la ciudad perdida de Manoa:
"Porque también afirman indios viejos
haver vecinos por aquel paraje
que en barbas y cabellos son bermejos...
Esto decían y muchas otras cosas".
Lo
cierto es que la selva ha engullido a numerosos aventureros que, como
el coronel británico Percy Fawcett, fueron en su búsqueda. Este
explorador, inmortalizado en el cine en la figura de Indiana Jones, de
Steven Spielberg, desapareció cuando andaba tras los restos de una
civilización perdida, fabulosamente antigua, en el corazón profundo de
América del Sur.
El
reino legendario del Dorado, si es que no tiene nada que ver con
enclaves como Tihuanaco o Sacsahuamán, en los Andes, no ha sido
encontrado todavía. Pero hoy se sabe que la verdadera cuna de la
civilización en América no se encontraba ni en Méjico ni en Perú, sino
en plena selva amazónica.
Los hallazgos que dio a conocer el explorador y aventurero francés Marcel Homet así parecen atestiguarlo.
Existen otros restos arqueológicos y reliquias que invitan a replantearse la Historia tal como ésta nos ha sido explicada.
Estas
figuras, talladas en una estela de la ciudad maya de Copán, representan
indudablemente a dos elefantes montados por sendos hombres, por mucho
que los arqueólogos convencionales nos traten de convencer de que se
tratan, en realidad, de una pareja de guacamayos.
Éstas no son las únicas representaciones de elefante en la iconografía precolombina.
Aquí
tenemos otros restos, constituidos por placas y monedas, tanto de
piedra como de oro, que los estudiosos se han negado a estudiar,
alegando que son falsificaciones. Aquí volvemos a encontrar la figura de
un elefante.
Algunos
de ellos, pertenecientes a la colección Crespi, de Ecuador, fueron
recopilados por un misionero que ejercía sus funciones en la selva.
Antes de su muerte, acaecida en 1982, aseguró que tales piezas le fueron
confiadas por los indios del lugar. La ciencia oficial se ha negado a
tomar en consideración estos objetos.
En
definitiva, ¿cómo es posible que existan tantas y tan variadas
representaciones del elefante en América? Recordemos que su pariente
cercano, el mamut, desapareció en este continente con el fin de la era
glacial, hace aproximadamente 12.000 años.
¿Estaríamos
hablando de reliquias simbólicas de un pasado ancestral, introducidos
en América por un pueblo foráneo de barbudos, proveniente de las selvas
de Asia, único lugar donde existen elefantes domesticados?
AUSTRALIA
Ahora
veamos esta representación que el explorador George Grey hizo de una
figura pintada en una cueva del Kimberley Range, en el Norte de
Australia. Compárese con una figura similar encontrada por el francés
Marcel Homet en la cueva de Chulín (Argentina). Son muy parecidas.
Ambas
figuras portan lo que parece un halo, pero que se podría tratar, en
realidad, de un turbante, tocado muy común en diversas culturas del
mundo.
Esta
figura sería característica de los espíritus "nimi", los dioses del
"tiempo de los sueños", o de la creación, que enseñaron a los aborígenes
australianos a pintar sus célebres pinturas sobre roca, llamadas
"wandjina".
¿Serían
los "nimi" los hombres que pilotaban este barco? Pintado sobre corteza
también en el norte de Australia, es anterior a la llegada de los
primeros europeos. Como es ostensible, representa un buque con doble
mástil, una puerta en el costado, y lo que parecen unos botes, similares
a los empleados por los antiguos barcos balleneros.
La
actividad ballenera no es extraña entre los polinesios y los habitantes
de las islas del Sur de Indonesia, como ésta de Lamalera.
Son
numerosas las representaciones de barcos en el Sudeste de Asia y el
Área del Pacífico, similares a estas del Norte de Europa.
Lo
que no es tan normal es la presencia de una puerta en el costado. La
única embarcación de la que hay noticia, antes del siglo XX, con
características similares, es la descrita en el mito del Diluvio
bíblico:
"Hazte
un arca de madera de ciprés. Haz compartimentos dentro de ella, y
calafatéala por dentro y por fuera. La harás así: trescientos codos de
largo, cincuenta de ancho, y treinta de alto. Pon la puerta del arca a
su lado, y hazle tres pisos".
Hombres
que portan turbante, que pilotan barcos balleneros con puertas en un
costado... ¿Podrían tener algo que ver con el siguiente dibujo sobre
corteza con origen en Australia?
Aquí
aparece un personaje que calza sandalias, con cabello lacio, atacado
por un calamar gigante. Los aborígenes australianos, pueblo de tierra
firme como pocos, ¿como podían conocer a este fabuloso animal, el bocado
favorito de la ballena gris, que vive en aguas profundas?
Sólo
un pueblo marinero, y más concretamente ballenero, podría haber
conocido al enorme cefalópodo que aparece en esta ilustración. ¿Tal vez
el representado por este petroglifo, caracterizado por calzar botas,
vestir manga corta, y tener cabeza de ave?
¿Sería
dicho pueblo marinero, y más concretamente ballenero, el que dibujó los
mapas que, con el transcurrir del tiempo, llegaron a manos de Piri Reis
y Orontius Fineus? ¿Aquellos en los que la Antártida, y en general todo
el Hemisferio Austral, aparecen perfilados con inaudita perfección?
Pero estos “príncipes navegantes” también harían acto de presencia en el Hemisferio Septentrional.
EUROPA
Ahora
obsérvese esta placa circular, llamada comúnmente "disco de Phaistos".
Este documento de al menos 3.700 años de antigüedad fue encontrado en
Creta por una expedición italiana en el año 1908.
Si
bien se localizó en un estrato arqueológico contemporáneo al tipo de
escritura cretense conocido como "linear A", como es evidente, no tiene
nada que ver con esta última.
Por
otro lado, en el disco de Phaistos aparecen una serie de figuras y
caracteres que, más que con el ámbito mediterráneo, tienen numerosos
puntos en común con las culturas mesoamericanas.
DIVERSAS IMÁGENES
MAÍZ
La
más chocante es sin duda la representación de esta mazorca de maíz,
claramente perfilada y dibujada. Ello no nos debe extrañar si tenemos en
cuenta que el escritor romano Plinio el Viejo, en su Historia
Naturalis, describe así esta planta:
"En
los últimos diez años ha sido introducido en Italia, procedente de la
India, un tipo de mijo que tiene un color negro, con un grano grande y
con un tallo como el de una caña. Crece hasta siete pies de altura, con
pelos muy grandes -son llamados la crin- siendo el tipo de cereal más
prolífico".
Así
pues, el disco de Phaistos da fe de la existencia en Europa de una
serie de rasgos culturales y tecnológicos que fueron compartidos por
otras sociedades situadas al otro lado del Atlántico. ¿O tal vez dicha
placa fuera un vestigio de otra sociedad muy anterior, madre de las
culturas del Viejo y del Nuevo Mundo?
ÁFRICA
Es
harto conocida la discusión sobre la auténtica edad de la esfinge de
Gizeh. Mientras los egiptólogos convencionales le atribuyen una
antigüedad algo anterior a las pirámides de la IV dinastía, cifrada en
algo más de 4.500 años, los análisis geológicos parecen demostrar que su
pauta de desgaste se acerca más a la erosión por efecto del agua, que a
la erosión eólica.
Teniendo
en cuenta que la esfinge ha estado cubierta, durante la mayor parte de
su Historia, por gruesas capas de arena, un proceso erosivo tan severo
se hace francamente difícil; especialmente en un clima tan árido como el
del norte de Egipto.
Es
por ello que numerosos geólogos se inclinan por sostener que la esfinge
sólo ha podido adquirir su forma actual en un período climático mucho
más húmedo y lluvioso que el actual, lo que nos lleva al menos al Óptimo
Holocénico, 9.000 años atrás; cuando el Sahara era un vergel, y en sus
sabanas y praderas ramoneaban grandes rebaños de vacas…
Como
éstas que aparecen en las pinturas del Tassili, en el centro de este
inhóspito desierto. Dichos animales eran criados por pueblos que, en
esos lejanos tiempos, practicaban la ganadería, y que estaban dotados de
una rica cultura, con atuendos y peinados refinados y sofisticados.
Su civilización comprendía –posiblemente- el uso de la escritura, llamada tifinag, que ha subsistido hasta nuestros días…
ASIA
Con
la excepción de las soberbias civilizaciones del Indo y de la antigua
China, el continente asiático ha sido desdeñado por la historiografía
occidental, negando su papel central como foco de cultura y
civilización.
Recientes
hallazgos han hecho tambalear esta visión etnocéntrica. Hoy se sabe que
numerosos rasgos civilizatorios tuvieron lugar en Asia milenios antes
que en otros continentes.
Los
primeros indicios de agricultura han sido hallados en Nueva Guinea, y
son al menos cinco mil años anteriores a los que podemos encontrar en el
llamado Creciente Fértil.
Los primeros ejemplos de trabajo del bronce han sido localizados en Tailandia, no en el medio Oriente, como se creía.
La primera cerámica la encontramos en el Sur de China y en Japón.
La primera escritura pudo tener lugar en China, en fechas muy anteriores que en Mesopotamia o Egipto.
Pero
es que además, en el Sudeste Asiático se han encontrado restos
arqueológicos, acompañados por monumentos megalíticos muy similares a
los que podemos encontrar en Europa, con un significado y un origen
completamente desconocido.
Estos
indicios nos hacen dudar de la doctrina oficial acerca de los orígenes
de la civilización. Las contradicciones entre las tesis dominantes y las
hipótesis alternativas las podemos encontrar incluso en numerosas obras
de referencia, que si en algunas páginas se aferran a las explicaciones
ortodoxas, en otras recogen otros hallazgos que desmienten las
primeras.
Últimamente están apareciendo algunas posturas que empiezan a cuestionar, aunque con timidez, la doctrina imperante
La
arqueología es una ciencia conservadora. Es de todos sabido. Pero
algunas evidencias desbordan las expectativas más osadas de los
estudiosos del mundo antiguo.
¿Cómo
pudieron tallar los antiguos estas figuras de diorita, o de jadeíta,
con tanta perfección, haciendo uso de sus primitivos instrumentos de
piedra o cobre?
Los
egipcios llegaron a moldear, por dentro y por fuera, jarros y vasijas
de duros materiales pétreos. ¿Cómo lo hicieron? Con la tecnología actual
ello es hoy día una tarea imposible.
¿Cómo
pudieron tallar y dar forma los artistas precolombinos a estas
sofisticadas calaveras de cristal de roca? Harían falta años y años de
un trabajo paciente y minucioso para lograr, con sus rudos instrumentos,
este magnífico resultado.
¿Cómo pudieron los egipcios hacer encajar con tanta perfección este hueco en un bloque de granito?
¿Cómo pudieron pulir y abrillantar, con sus escasas herramientas, estos supuestos sepulcros para bueyes sagrados?
¿Cómo
pudieron los orfebres andinos fabricar platino, que exige un punto de
fusión de 1770 grados centígrados, cuando ni siquiera conocían el
fuelle?
¿Qué
civilizaciones desconocidas desarrollaron estos misteriosos signos e
inscripciones, repartidos por distintos continentes, sin que estén
asociados a culturas reconocidas por la ciencia actual?
5. NUEVAS EVIDENCIAS
En el alto cielo
las nubes algodonosas dibujan
caprichosos diseños de vapor y viento.
Son retratos oníricos
de un mundo imaginario
poblado de fantasías y difusos recuerdos.
Ecos de un pasado muy lejano
que con el transcurrir del tiempo
ha poblado de dragones y sirenas
el abigarrado mundo de los sueños.
A
mediados de los años 90 se realizó en Yonaguni, al este de Taiwán, un
hallazgo que podría revolucionar el estudio de la Historia antigua.
Fue encontrada una estructura subacuática
de 120 metros de largo, 40 de ancho, y 20 de alto. Está conformada por
bloques y paredes talladas en ángulo, orificios alineados, escaleras,
muros, calzadas pavimentadas, esculturas, inscripciones, túneles,
canales y terrazas escalonadas.
Tiene
una orientación Este-Oeste en su eje más alargado, y se localiza a
23º30' de latitud norte, muy cerca del Trópico de Cáncer, lo cual
tendría una importancia enorme para una cultura que practicara el culto
solar.
Según
el geólogo japonés Masaaki Kimura, esta estructura sumergida es
indiscutiblemente antrópica, y su antigüedad sería, como mínimo, de unos
8.000 años.
Son
muchos los geólogos que han objetado que este monumento responde a
causas naturales. Lo más probable, según se piensa hoy día, es que fuera
efectivamente una estructura natural retocada por la mano del hombre.
Pero es indiscutible la intervención antrópica, especialmente cuando
observamos que en sus proximidades se encuentran sumergidos monumentos
como este ónfalo...
... Tan similar a estos otros que es posible encontrar en Japón o Corea. Y también en Brasil.
Pero es que además en todo el mundo hallamos ejemplos de estructuras con escalones irregulares, parecidas a Yonaguni...
O bien núcleos rocosos tallados, o incluso excavados, por el ser humano... Con un sentido que se nos escapa hoy día.
Otro
detalle repetido es la presencia de agujeros excavados en la roca,
parecidos a los que podemos observar en la superficie de Yonaguni. Los
arqueólogos los llaman "copelas". Su significado es asimismo
desconocido.
El
simbolismo del templo escalonado ha persistido en el tiempo, incluso
entre ciertos círculos de ocultistas. Esta pintura de Max Ernst, de
1935, ilustra sobre un lenguaje simbólico que únicamente ciertos
"iniciados" parecen comprender.
Más
recientemente, en una expedición submarina a cargo del científico
cubano Manuel Iturralde, del Museo de Historia Natural de La Habana, con
la colaboración de la ingeniera rusa Paulina Zelinsky, se ha localizado
una inmensa metrópolis sumergida a 650 metros de profundidad, cerca de
la península cubana de Guanahacabiles.
Imágenes
captadas con sónar y cámara de vídeo permiten identificar claramente
estructuras ortogonales, edificios e incluso esfinges. Dichos
científicos hallaron cámaras cuadradas rodeadas de gruesas paredes,
estatuas, o elementos megalíticos con figuras geométricas. Ambos
consideran que su origen es indiscutiblemente antrópico.
Y
no podemos olvidar el descubrimiento, efectuado hace ya algunos
decenios, de las calzadas sumergidas de Bimini, o de estos restos
enfrente de las costas libias, sumergidos a gran profundidad.
Pero
para encontrar indicios de las andanzas de estos “príncipes
navegantes”, no hay que ir demasiado lejos… Los encontramos, en Europa,
muy cerca de casa… En nuestros inveterados “megalitos”.
Es
común pensar que estos intrigantes monumentos, en ocasiones con un
tamaño desproporcionado, son característicos de Europa. Pero la verdad
es que los podemos encontrar en todo el mundo…
En África…
En América…
En Asia, tanto en Palestina, como en Extremo Oriente…
Y por supuesto, en Europa…
En
ocasiones, la maestría de los antiguos supera todo lo imaginable. A los
incas se les atribuye unas artes constructivas que, muy posiblemente,
son mérito de otras culturas muy anteriores.
Técnicas similares, como el encaje de piedras con múltiples ángulos, han sido aplicadas en otros lugares…
Los
expertos contemporáneos se han planteado numerosas hipótesis para
tratar de explicar cómo los antiguos pudieron construir tan soberbios y
descomunales monumentos. A veces acarreando piedras de más de doscientas
toneladas a largas distancias.
Este
monolito, por ejemplo, pesa 1.100 toneladas, lo que habría requerido
una fuerza humana, para moverlo, equivalente a 16.000 hombres.
Lo mismo cabe decir de este obelisco inacabado de Asuán, con un peso de casi 1.300 toneladas.
Pero
eso no es todo. Los encajes entre las diferentes rocas ciclópeas son
tan perfectos, que ningún objeto, por pequeño que sea, puede
atravesarlos…
La perfección de su talla salta a la vista si empleamos modernos instrumentos de medida, como el nivel o la escuadra…
Es
notable el hecho de que tanto los antiguos egipcios como las culturas
andinas emplearon parecidas técnicas para elaborar y colocar los
bloques… Éstos son de similar factura.
Pero
es aún más llamativo que los antiguos constructores debieron emplear
muy potentes herramientas para pulir, serrar, perforar o trepanar la
roca.
Algunos
expertos señalan que, a la vista de los restos que nos han llegado, su
velocidad y potencia debían ser superiores a los instrumentos de los que
hoy disponemos.
Éste
es el proceso que los romanos empleaban para tallar las rocas… Largo,
laborioso, tosco y, sobre todo, primitivo… ¿Cómo es posible que los
antiguos pueblos andinos, y los egipcios, dispusieran de técnicas
infinitamente más potentes? La ciencia actual no tiene respuesta para
ello.
La pirámide, el túmulo o la stupa representan tres versiones de un mismo símbolo: la montaña sagrada.
Distintos
pueblos han erigido pirámides para enaltecer su culto a los dioses.
Allí se han celebrado ceremonias, o se han enterrado reyes. En cualquier
caso, la pirámide cobra una importancia central en las religiones de
todo el mundo.
Las hay de tamaño descomunal…
… Y también otras que representan meramente un símbolo, como estos bloques piramidales de los alrededores de Ena, Japón.
Las encontramos en América…
En África…
En Canarias…
En Europa…
En Asia…
En Polinesia…
Algunas
son de tierra; otras son de piedra; las hay escalonadas, truncadas, con
escalones, etc. Las hay de todos tipos, pero todas expresan el mismo
mensaje: el que se esconde detrás de la montaña sagrada.
¿El monte Meru?
Como es evidente, las más arquetípicas, o paradigmáticas, son las conocidas tres pirámides de la meseta de Gizeh.
La
doctrina oficial asegura que fueron construidas durante la IV dinastía,
y por consiguiente tienen una antigüedad de en torno a 4.500 años. Pero
lo cierto es que intentos posteriores de imitar a los hipotéticos
constructores de la IV dinastía acabaron en fracaso. Es por ello que no
son pocos los que se cuestionan si estos monumentos no serían en
realidad muy anteriores.
¿Habrían
sido construidos por los mismos que levantaron la esfinge, si es que
ésta tiene en realidad la antigüedad que le atribuyen los geólogos?
¿Habrían sido empleadas técnicas y estilos similares a los utilizados en las lejanas alturas de los Andes?
Los
hipogeos, como las pirámides, jalonan la geografía mundial. Eran
centros de iniciación, ligados a la tierra fértil, y por ello están
asociados a la diosa madre y al laberinto.
En
las cuevas los hombres prehistóricos imprimieron sus manos, en positivo
o en negativo; en ellas plasmaron sus pinturas de magia simpática, con
las cuales hacerse propicios a la divinidad en la caza o en la
fecundidad.
Las
cuevas han acompañado la espiritualidad y la religiosidad del ser
humano. Las criptas de las catedrales son una reminiscencia de esta
antigua tradición.
Hoy
día podemos encontrar repartidas por todo el mundo multitud de
galerías; algunas enormes, sin propósito definido, con un origen
completamente desconocido…
Algunas, como éstas de Jerusalén, tienen proporciones gigantescas.
Ya la Biblia nos habla de ellas. En el libro de los Números se nos dice:
"Y
desacreditaron entre los hijos de Israel la tierra que habían visto,
diciendo: La tierra que hemos recorrido se traga a sus habitantes; el
pueblo que hemos visto es de una altura agigantada.
Allí vimos unos hombres descomunales, hijos de Enac, de raza gigantesca, en cuya comparación nosotros parecíamos langostas".
Así
pues, estas galerías eran habitadas por gigantes, y fueron construidas
antes de la llegada de los judíos a la Tierra Prometida, en tiempos de
Moisés.
A
la vista de estas imágenes, es lícito preguntarse. ¿Cómo se las
ingeniaron los antiguos para mover, tallar al milímetro, y sobre todo
colocar estos imponentes bloques de piedra, a semejantes alturas?
Y sobre todo: ¿Por qué lo hicieron?
6. EL PUEBLO QUE NUNCA EXISTIÓ
Son miles, sino millones
Los que inútilmente buscan el sendero
que conduce a las puertas
del Paraíso Primigenio.
Legiones de idealistas que,
cual sonámbulos,
caminan despiertos
por el mundo de los sueños.
¡Retornad, hermanos!
Abandonad ese vano intento.
El camino de la verdad
no es tortuoso ni secreto.
Lo hallaréis en todo lugar,
en cualquier momento.
En el trino del pájaro,
o en la mirada –dulce y candorosa-
de la madre a su pequeño.
Tanto
los megalitos como los hipogeos están asociados a una raza de gigantes.
Los vascos los llaman "jentillak", o gentiles, aludiendo a su religión
pagana. En Brasil, en la cuenca del Amazonas, eran pelirrojos con ojos
azules. Levantaron la ciudad perdida de Manoa, y sus huesos reposan bajo
grandes santuarios de rocas con forma ovalada, rodeados de enigmáticas
inscripciones.
En el conjuro 141 del Libro egipcio de los muertos egipcio se lee:
"A la venerada diosa de cabellera rojiza; a la diosa, amiga de la Vida, cuyos cabellos flotan en el viento".
Los
iroqueses de Norteamérica, los celtas irlandeses, los germanos, los
hindúes, los griegos, los egipcios, los cananeos, los hebreos... Todos
ellos hablan de gigantes, asociados a menudo a una raza de enanos, por
lo general de raza negroide.
Los
germanos caracterizan a Njord y a Notl como el primer hombre y la
primera mujer, respectivamente. Como indica su nombre, ambos eran de
raza negra. También eran negros los gnomos, o trolls, los cuales poseían
una inteligencia sobrehumana. El dios egipcio Min, equivalente al Pan
griego, compartía estas mismas características.
Gigantes pelirrojos frente a enanos negros. ¿Existe constancia arqueológica de ambas razas conviviendo juntos?
La
primera evidencia la encontramos en Europa; en la Grotte des Enfants,
no lejos de la ciudad francesa de Cannes. Al lado de dos cadáveres de
niños se hallaron ejemplares de una especie de concha (Cassis rufa) que
únicamente se puede encontrar en los océanos Índico y Pacífico.
En
esa misma gruta, a setenta centímetros de un individuo de raza
Crômagnon (europoide y de alta talla), se encontró un especimen de raza
Grimaldi, caracterizado por sus rasgos negroides y por su escasa altura.
Como
podemos ver en esta imagen, los individuos de la raza Grimaldi son
tipológicamente idénticos a los negritos semang de Indonesia, Malasia y
Filipinas.
Es precisamente en esta área donde podemos encontrar el hábitat natural de las conchas del tipo Cassis rufa.
Ello
indicaría que en la más remota antigüedad, hace más de 20.000 años,
existió un contacto directo entre individuos Crômagnon, con una talla
media de 1,85 metros de altura, y otros de raza semang, semejantes a los
actuales pigmeos del Sudeste de Asia.
Y por tanto, entre Europa y el lejano Extremo Oriente.
¿Estaríamos
hablando de los gigantes y los pigmeos de los que habla la tradición?
¿Los mismos que encontramos, repetidamente, en el folklore europeo?
Ya
sabemos que en América se pueden encontrar vestigios de pueblos
caucasoides y negroides... Generalmente conviviendo juntos y en un plano
de igualdad.
No
son escasos los restos humanos que demostrarían la presencia de pueblos
europoides, de cabellos rojos, en diferentes áreas culturales del
mundo...
AMÉRICA
Pedro
Pizarro afirmó que los miembros de la familia real inca eran altos, más
blancos que los mismos españoles, y tenían los cabellos de color rojo.
Pero
es en el norte de África y en el centro de Asia donde son más
abundantes. Son los llamados "rutenu" en Egipto, y "arci" (o tocarios),
en la provincia china de Xianjiang.
EGIPTO
GUANCHES
TOCARIOS
... Estos últimos se caracterizaban por la confección de prendas con diseños similares a los conocidos "tartanes" escoceses.
En
esta imagen observamos cómo las sacerdotisas de este pueblo empleaban
un atuendo muy similar al asociado a las brujas de los cuentos
infantiles.
En
algunos casos, podemos vislumbrar las trazas de esta antigua raza
pelirroja por la costumbre, en muchos pueblos, de teñir sus cabellos de
rojo.
Todavía quedan restos de esta población, en distintas partes del mundo, conviviendo con otras razas de la zona.
En Asia Central...
O
en Polinesia. Aquí vemos a un nativo pelirrojo de la isla de Pascua,
acompañando al navegante noruego Thor Heyerdahl. Los polinesios los
llaman "urukehu".
Los
"pukao", o tocados de los moai de la isla de Pascua, representan a los
moños con los que los nativos se recogían el cabello. Como vemos, éstos
tienen color rojo.
La tipología racial polinesia se acerca bastante a lo que es habitual en el entorno europeo.
Y
encontramos, por último, numerosos ejemplos del arte egipcio o
mesopotámico que nos presenta a individuos de estas características
raciales.
En
definitiva, tanto los restos arqueológicos como las evidencias
etnológicas y antropológicas señalan que el mito de los gigantes y los
pigmeos, los legendarios constructores de megalitos, hipogeos y montañas
sagradas, puede tener un fundamento real.
Lo
que está claro es que estas tipologías raciales, europoides y
negroides, están repartidas por los cinco continentes, y son asociadas a
los constructores de monumentos y de civilizaciones. Pero, ¿cuál es su
origen?
Flavio
Josefo, en su obra "Antigüedades de los Judíos", nos dice que el
paraíso terrenal, donde se encuentra el árbol de la vida y el de la
ciencia, se sitúa en el Oriente. El jardín está regado por un río, que
corre alrededor de toda la tierra y está dividido en cuatro partes: el
Ganges, el Eufrates, el Tigris y el Nilo; los cuatro grandes ríos de la
Antigüedad.
Obviamente, dicho gran río es el río Océano del que hablaban los griegos.
Herodoto,
en su célebre Historia, sitúa el país de Gerión, más conocido como
Tarsis, en el Levante, más allá de las columnas de Hércules. Para llegar
allí, partiendo de Grecia, Heracles hubo de atravesar la lejana
Escitia, es decir, las estepas rusoasiáticas.
El
estrecho de Sunda, en Indonesia, bien podría ser las columnas de
Hércules de las que habla Herodoto. Y en el centro encontramos un volcán
en activo, el Krakatoa, que según algunos tiene mucho en común con la
montaña sagrada Meru.
El
libro de Enoc coloca de nuevo el jardín del Edén en el Este del Este,
en un país rico en especias, plantas aromáticas y resinas.
Los egipcios sitúan al misterioso país de Punt en un escenario similar.
Algunos
de estos mitos ubican al Edén más allá del mar Eritreo; es decir, al
Este del Océano Índico, que recibía ese nombre durante la Antigüedad.
Más
allá del Índico está la India y, por supuesto, las Indias Orientales:
las actuales tierras de Malasia e Indonesia; países por excelencia de
las especias, del marfil y de todo tipo de artículos de lujo, que dieron
pie a la existencia de la llamada Ruta de la Seda.
Pero hay un pasaje de la Biblia que es a este respecto especialmente significativo:
"Caín se alejó de la presencia de Yahvé y habitó el país en el país de Nod, enfrente del Edén".
Curiosamente,
la ciudad de Edo (Tokio) se encuentra a escasos kilómetros de la ciudad
de Noda. ¿Sólo una casualidad? Me atrevo a decir que no.
Edén,
como Edo y Meru, podrían tener un mismo significado: "río de la
montaña". Meru podría estar en la base de topónimos como Sumeria o
Samaria, en los que el prefijo "sa" sería simplemente una partícula
enfatizadora.
El
Meru de la mitología budista, hinduísta o sinoaltaica podría tener algo
que ver con el término hebreo "merom", que significa "montaña", o bien
con el egipcio "mer", alusivo a la pirámide.
Esto
no es todo. La isla de Borneo (o Brunei) tiene dos partículas, "Bor" y
"Neo" que significan algo así como "tierra de Noé". Este mismo nombre
recibe una región de Nigeria, que se llama literalmente Bornu.
El
nombre del Noé bíblico lo encontramos extendido en mitos del Diluvio de
todo el mundo. El Noé polinesio se llama Nuu, el Noé chino se llama Nu
Gua, el Noé árabe se llama Nuh, el Noé fenicio se llama Uonos, el Noé
egipcio se llama nuevamente Nuu, el Noé hindú se llama Manu... Y no
olvidemos que el Manaos brasileño podría significar algo así como "agua
de Noé", una manera de aludir al Diluvio.
El
nombre del dios hebreo podría tener origen en la denominación de la
isla principal del archipiélago indonesio: Java. Yava según la
pronunciación sundanesa. De aquí derivaría Yahvé.
Son
muchos los estudiosos que piensan que el nombre del dios único hebreo
hace alusión a un territorio, un emplazamiento: más en concreto, una
montaña. El monte Meru, situado en el Oriente. La montaña sagrada por
excelencia.
En
la isla melanesia de Tanna los nativos rinden culto a un dios llamado
Yasur. Éste es un volcán. ¿Podría dicho Yasur representar al dios de los
volcanes de los hebreos?
Significativamente,
tanto las palabras Tanna como Yasur tienen desinencias en Israel.
“Tanna” significa “alabar” en hebreo, y “Yasur” es un gentilicio muy
habitual en esta lengua.
Posiblemente
sea en esta región, en su mayor parte inundada por el Mar de la China
Meridional, donde podamos encontrar los restos de la legendaria
civilización atlante, que, hace más de diez mil años, resultó inundada
en una noche, sin dejar rastro.
Tal
vez de esta zona provendrían los prometeos que, en diversas partes del
mundo, difundieron saberes y conocimientos, dando origen a las
diferentes civilizaciones que conocemos hoy día.
Para
localizarla habremos de adentrarnos en espesas selvas milenarias, donde
bajo metros de maleza y sedimentos, quizás se escondan fabulosos
tesoros todavía por descubrir.
Y
habremos de escudriñar los fondos marinos de ese mar que, hace muchos
años, albergaba valles lujuriosos y ríos caudalosos. Y quién sabe, tal
vez también ciudades populosas.
Sea
como sea, si queremos encontrar el auténtico origen de la civilización,
hemos de clavar los ojos en las lejanas tierras de Oriente.
Allí donde se han encontrado las primeras evidencias de cerámica...
... Y de agricultura...
... Donde nació la arquitectura...
... Y tal vez la metalurgia.
Las lejanas tierras de donde brota, a borbotones, el mito y el misterio.