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Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl (1568 —1648), fue un historiador mexicano, descendiente en línea directa de la casa gobernante en el señorío acolhua de Texcoco.
Nacido castizo, descendiente de un abuelo indígena y 3 abuelos españoles, entre
los años 1568 y 1580, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl fue llamado así en memoria del conquistador de Tenochtitlan, Hernán Cortés.
Hijo de Juan de Navas Pérez de Peraleda y de Ana Cortés Ixtlilxóchitl, fue descendiente directo de los reyes de Acolhuacan y de Tenochtitlan, último tlatoani de Texcoco, también llamado Ixtlilxóchitl II, hijo de Yacotzin ; por lo tanto tataranieto de Nezahualcoyotl, y de Beatriz Papatzin, hija ésta de Cuitláhuac, antiguo señor de Iztapalapa y último tlatoani de los mexicas en la época de la invasión española, período en que expulsó a los conquistadores en el episodio conocido como la Noche Triste.
Por mediación del Arzobispo de México, Fray García Guerra, su familia fue nombrada noble y se les dio un pequeño señorío hereditario.
Fue un distinguido alumno del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, fundado por órdenes del Fraile Juan de Zumárraga, primer obispo de México. En este sitio fue educado en la lengua náhuatl y en el idioma castellano.
Por un tiempo vivió en San Juan Teotihuacan, entre 1600 y 1604.
Ocho años más tarde, en 1612, fue nombrado gobernador indígena de Texcoco, y al año siguiente del pueblo de Tlalmanalco.
Fue el hermano mayor de Bartolomé de Alva Ixtlilxóchitl. Fue comisionado por los virreyes españoles de Nueva España para escribir la historia de los pueblos indígenas de México.
Su Relación histórica de la nación tulteca —llamada usualmente Relación— fue escrita entre 1600 y 1608.
Este texto es un conjunto de relatos acerca de sucesos ocurridos en la Nueva España y de la historia del pueblo tolteca.
La Relación y muchos otros textos de Ixtlilxóchitl contienen fragmentos de la literatura y la lírica nahua prehispánica. Proporcionan un detallado informe de la importancia de la actuación de su padre, Fernando Ixtlilxóchitl, en la conquista de México y la pacificación de los indígenas en el Valle de México.
Posteriormente, de 1610 a 1640, Ixtlilxóchitl escribió la Historia chichimeca, que refiere a los mismos eventos que la Relación, aunque con una organización más adecuada. El título original de la obra es desconocido, y éste con el que se conoce le fue impuesto por Carlos de Sigüenza y Góngora cuando el manuscrito pasó a su poder. Lorenzo Boturini, propietario del mismo texto unos años después, los llamó Historia general de la Nueva España.
Hay evidencia de que la Historia chichimeca formó parte de un trabajo más amplio cuyas partes faltantes están perdidas, o bien, no fue concluido.
El capítulo final de la Historia de Ixtlilxóchitl es el Sitio de Tenochtitlan, al que el autor le impone una versión texcocana de la Conquista, en contraste con Hernando de Alvarado Tezozómoc, autor de ascendencia tenochca cuya obra proporciona una visión más próxima a los mexicas.
La Historia chichimeca es considerada el mejor trabajo de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl.
William Prescott, historiador e hispanista norteamericano, decía lo siguiente respecto al príncipe Ixtlilxóchitl:
«Era un descendiente de la familia real tezkukaní, que descolló en el siglo de la conquista. Aprovechaba cualquier ocasión para instruirse, y era hombre de mucha aplicación y capacidad. El relato por él escrito muestra el brillante colorido de una figura histórica, de un hombre empeñado en reanimar la desaparecida gloria de una casa ilustre venida a menos, hundida casi entre escombros; todos han alabado su sinceridad y lealtad, y los escritores españoles que pudieron estudiar sus manuscritos se han dejado guiar por él sin desconfianza».
De muy distinto modo ha juzgado a este príncipe el mundo científico en los años posteriores a Prescott.
El «siglo de la crítica de las fuentes» vio en él a un romántico narrador de historia, una especie de vate épico, y lo miró con cierta comprensión y benevolencia al leer en su relato hechos sublimes de su pueblo, pero no se le creyó ni una palabra. Efectivamente, era asombroso y hasta increíble lo que contaba.
Sólo dos investigadores de las antiguas civilizaciones de México, seguramente los más destacados, los alemanes Eduard Seler y Walter Lehmann, empezaron a creer muy tarde que tales relatos tenían un fondo histórico.
Los primeros habitantes de México, acerca de los cuales la historia conoce algo, fueron los toltecas.
Se supone que vinieron del norte y se cree que entraron al valle del Anáhuac en el séptimo siglo después de Cristo. Se les acredita, también, la construcción de algunas de las grandes ciudades, cuyas ruinas aun existen en América central, donde se esparcieron durante el siglo XI. En este caso, deben haber sido los escultores de los jeroglíficos tallados en algunos monumentos.
Entonces, ¿por qué el sistema pictórico de escritura de México no provee, aún, ninguna clave interpretativa para los jeroglíficos de Palenque, Copán y Perú? Además, ¿quiénes eran y de dónde. procedían, estos civilizados toltecas? ¿Quiénes eran los aztecas que les sucedieron?
Entre los sistemas jeroglíficos de México existen algunos que permanecen indescifrables. Estamos hablando de jeroglíficos que se consideran simplemente como algo puramente figurativo y simbólico: “cuyo uso era limitado a los sacerdotes y los vates, que además poseían un significado esotérico“.
Muchos jeroglíficos en los monolitos de Palenque y Copán tienen el mismo carácter.
Pero los sacerdotes y los vates fueron diezmados por los conquistadores españoles y, por lo tanto, el secreto murió con ellos. Casi todos los terraplenes americanos siguen una conformación de terraza y ascienden mediante amplios escalones, a veces cuadrados, a menudo hexagonales, octagonales o truncos. Sin embargo se parecen, en todos los aspectos, a los teocallis mexicanos y a los topes indos. Visto que, en la India, estos últimos se atribuyen al trabajo de los cinco Pandus de la Raza Lunar, del mismo modo los monumentos y los monolitos ciclópeos de las riberas del Lago Titicaca se atribuyen a gigantes, los cinco hermanos desterrados procedentes de “más allá de las montañas“.
Adoraban a la Luna y antecedieron a los “Hijos y a las Vírgenes del Sol“.
Es obvio que la tradición aria se interconecta con la americana, en cuanto a las razas lunares y solares: Sûrya Vansa y Chandra Vansa, vuelven a aparecer en América.
Entre 1 687 y 1 689, Núñez de la Vega formó las Constituciones diocesanas del obispado de Chiapa, México. Núñez de la Vega estaba anheloso en identificar a los mexicanos con los bíblicos adoradores del sol y de la serpiente.
Al respecto hubiera podido consultar las Crónicas del virreinato de Guatemala, de Fuentes, y el Manuscrito, de Juan Torres, nieto del último rey de los quichés. Este último documento estuvo en manos del lugarteniente general de Pedro Alvarado, conquistador español que participó en la conquista de Cuba, en la exploración por Juan de Grijalva de las costas de Yucatán y del Golfo de México, y en la conquista de México dirigida por Hernán Cortés.
Y en dicho documento se dice que los toltecas descendían de los israelitas que, abandonados por Moisés luego del paso del mar Rojo, cayeron en la idolatría. Y bajo la dirección de su caudillo Tanub anduvieron errantes hasta llegar al punto llamado de las Siete Cavernas, en tierras de México, donde fundaron la famosa ciudad de Tula.
En las reliquias del lago Titicaca, en Bolivia, se observan dos tipos arquitectónicos distintos.
Por ejemplo: las ruinas de la isla de Coati son muy parecidas a las de Tiahuanaco. Lo mismo ocurre con amplios bloques de piedra elaboradamente esculpidos, algunos de los cuales, según los reportes de los investigadores, en 1846: “tienen 1 metro de alto, 5,5 de ancho y 1,8 de profundidad“. Mientras en algunas de las islas del Titicaca existen monumentos muy extensos, “se cree que aquellos de auténtico estilo peruano, son los restos de los templos destruidos por los españoles“.
El famoso santuario que contiene una figura humana pertenece a la primera categoría. Su entrada tiene 3 metros de alto, 4 de ancho, con una apertura de 2 metros por 1 metro, que se talló en una sola piedra. “La parte oriental tiene una cornisa en cuyo centro se encuentra una figura humana de forma extraña, coronada de rayos intercalados por serpientes con cabezas crestadas. A cada lado de esta figura se extienden tres filas de secciones cuadradas llenas de imágenes humanas y de otro género, cuyo diseño es, aparentemente, simbólico [...]“. Si este templo se encontrara en la India se atribuiría, indudablemente, a Shiva. Pero está en los antípodas, donde, según se sabe, ningún Shiva ni Naga incursionó jamás, aunque los mexicanos indígenas tienen su Nagal (Nagual) o brujo principal y adorador de la serpiente. “La creencia según la cual, estas ruinas que se elevan en un punto alto, anteceden cualquier otra conocida en América es corroborada, entre otros hechos, por las huellas que el agua dejó a su alrededor, dando la impresión de haber sido, anteriormente, una isla en el lago Titicaca. Además, el nivel actual del lago ha bajado 41 metros y sus orillas distan 19 kilómetros“. Por lo tanto, todas estas reliquias se atribuyen a la misma “población desconocida y misteriosa que antecedió a los peruanos, así como los tulhuatecas o toltecas, antecedieron a los aztecas. Parece haber sido el centro de la civilización más elevada y antigua de Sudamérica y de un pueblo que ha dejado los monumentos más gigantescos que reflejaban su poder y capacidad“. Además, todos ellos o son Dracontias, templos consagrados a la Serpiente o dedicados al Sol.
Las pirámides de Teotihuacan y los monolitos de Palenque y Copán presentan el mismo carácter. Las primeras distan algunas millas de la Ciudad de México, en el valle de Otumla, y se consideran como las más antiguas en este territorio. Las dos principales se dedicaron al Sol y a la Luna. Se construyeron con piedra cuadrada tallada. Constan de cuatro niveles y una área llana en la cumbre. La más amplia, la del Sol, tiene 67 metros de altura y su base mide 63.174 metros cuadrados. Por lo tanto, es equiparable a la gran pirámide de Keops. Según Humboldt, la pirámide de Cholula, que supera la altura de la de Teotihuacan en 3 metros, tiene una base de 130 metros cuadrados y cubre un área de 18 hectáreas. Es interesante leer lo que escribieron los primeros autores, los historiadores que las vieron durante la primera conquista, así como constatar lo que dijeron sobre algunos de los edificios más modernos, entre los cuales se encuentra el gran templo de México. Uno relata que consta de una inmensa área cuadrada: “rodeada por una muralla de piedra y cal, cuyo espesor mide 2,5 metros. La esmaltan almenas y adornos de muchas figuras de piedra en forma de serpiente“. Cortés muestra que su recinto podría fácilmente contener 500 casas. La pavimentación consistía de piedras pulidas, tan lisas que los caballos de los españoles no podían moverse sin resbalar, tal como relata Bernal Díaz. Debemos recordar que no fueron los españoles quienes conquistaron a los nativos de México; sino sus caballos. Este animal no se conocía en América. Entonces, cuando los españoles desembarcaron en la costa, las poblaciones oriundas, aunque excesivamente intrépidas, “se quedaron atónitas ante la presencia de los caballos y el estruendo de la artillería“. Así, dedujeron que los españoles eran dioses y les enviaron seres humanos como sacrificios. Este pánico supersticioso basta para explicar el hecho de como un pequeño puñado de hombres pudo vencer fácilmente a un enorme número de guerreros. Según Francisco López de Gómara, eclesiástico e historiador español que destacó como cronista de la conquista española de México, las cuatro paredes del recinto del templo corresponden con los puntos cardinales. En el centro de esta área gigantesca se elevaba el gran templo, una inmensa estructura piramidal de ocho niveles en piedra. La base mide 28 metros cuadrados y todo el edificio se eleva a lo largo de 36,5 metros, donde un nivel llano lo secciona. Allí se yerguen dos torres, los santuarios de las divinidades a quienes se había consagrado: Tezcat1ipoca y Huitzilopochtli. Esta era el área destinada a los sacrificios y donde se mantenía el fuego eterno.
Francisco Xavier Clavijero, jesuita y autor de la Historia Antigua de México, nos comunica que, además de esta gran pirámide, existían otras cuarenta estructuras similares consagradas a varias divinidades. Una se llamaba Tezcacalli, “la Casa de los Espejos Brillantes“, consagrada a Tezcatlipoca, el Dios de la Luz.” Las habitaciones de los sacerdotes, que, según Zárate, eran unas 8 mil, los seminarios y las escuelas, eran todas circunvecinas. Había una profusión de estanques, fuentes, arboledas y jardines donde las flores y las hierbas aromáticas se cultivaban para usarlas en los ritos sagrados y las decoraciones del altar. Además, el jardín interno era tan amplio que 8 mil o 10 mil personas podían cómodamente danzar durante sus festividades solemnes“, dice Antonio de Solís y Rivadeneyra, autor de Historia de la conquista de México, población y progresos de la América septentrional, conocida con el nombre de Nueva España (1684). Fray Juan de Torquemada, eclesiástico franciscano e historiador español, autor de obras en su mayoría relacionadas con la cultura antigua de México y del siglo XVI, estima que, en México existían 40 mil templos. Sin embargo, para Clavijero, que habla del majestuoso Teocalli mexicano, rebasan esta cifra. Los aspectos semejantes que se destacan entre los santuarios de civilizaciones antiguas en todo el mundo, son tan maravillosos que dejan a Humboldt casi enmudecido: “¡Qué analogías sorprendentes existen entre los monumentos de los antiguos continentes y los de los toltecas, los artífices de estas estructuras colosales, pirámides truncas divididas por secciones, como el templo de Belus en Babilonia! ¿De dónde tomaron el modelo de estos edificios?“. El eminente naturalista Humboldt podía haberse también preguntado: ¿de dónde habían sacado los mexicanos sus creencias tan similares a las cristianas? William Prescott, historiador e hispanista norteamericano, nos dice que: “el código de los aztecas suscita un profundo respeto merced a sus grandes principios morales, cuya percepción es tan clara como la que encontramos en las naciones más civilizadas“.
Algunos principios morales muestran cierta similitud con la ética evangélica. Uno dice: “Aquél que mira a una mujer con demasiada curiosidad, comete adulterio con la mirada“. Otro declara: “Mantén paz con todo; sobrelleven las injurias con humildad; Dios, que lo ve todo, les vindicará“. Reconocían un solo Poder Supremo en la Naturaleza, al cual se dirigían como la deidad: “por la cual vivimos, Omnipresente, conoce todos los pensamientos y brinda todas las capacidades. Sin ésta el ser humano es nada. La deidad es invisible, incorpórea, perfecta y pura. Sus alas nos deparan descanso y una protección segura“. Edward King, Visconde de Kingsborough, llamado Lord Kingsborough, fue un anticuario irlandés que pretendió demostrar que los aborígenes de América eran una de las diez tribus perdidas de Israel. Reunió y rescató numerosa bibliografía y documentación facsimilar conteniendo los reportes de los primeros exploradores de Mesoamérica y de las ruinas mayas precolombinas. En 1831, Lord Kingsborough publicó el primer volumen de Antiquities of Mexico, una colección de copias de diversos Códices prehispánicos de Mesoamérica que incluía la primera publicación completa del Códice de Dresde. El costo exorbitante de las reproducciones incluidas lo pusieron en bancarrota y fue encarcelado por sus deudas. La sofisticada publicación fue una de las primeras que se hicieron sobre el tema de las culturas mesoamericanas y tuvo como consecuencia despertar el interés de investigadores y exploradores que más tarde se dedicaron al estudio de esas cuestiones, como John Lloyd Stephens y Charles Étienne Brasseur de Bourbourg hacia la segunda mitad del siglo XIX. A partir de la publicación se elaboraron muchas teorías y mitos acerca del origen no indígena de los nativos de América. Lord Kingsborough fue llevado a prisión en donde murió de tifo el 27 de febrero de 1837, antes de heredar el título nobiliario de su padre. Los últimos dos volúmenes de Antiquities of Mexico fueron publicados por sus herederos de manera póstuma. Se llamó posteriormente Códice Kingsborough al conjunto de documentos facsimilares y de copias de los manuscritos precolombinos mesoamericanos que incluyó Lord Kingsborough en su publicación, titulada originalmente Antiquities of Mexico. Lord Kingsborough nos dice que, al momento de dar nombre a los niños: “usaban una ceremonia profundamente similar al rito cristiano del bautismo. Los labios y el pecho del recién nacido se rociaban con agua y el Señor imploraba que se limpiara el pecado con el cual se marcó antes de la fundación del mundo, así que el niño podía nacer nuevamente“. También dice que “sus leyes eran perfectas; la justicia, la satisfacción y la paz imperaban en el reino de estos paganos“, cuando los soldados y eclesiásticos de Cortés desembarcaron en Tabasco. Un siglo de penalidades, robos y conversión forzada, bastaron con trasformar negativamente esta población tranquila, inofensiva y sabia.
Las antiquísimas ruinas de México planteaban muchos interrogantes. De repente, uno tras otro, fueron sucediéndose nuevos descubrimientos. Algunos de aquellos extraordinarios testimonios de la cultura de la América precolombina no distaban de la capital de México más de una hora en ferrocarril, e incluso algunos de ellos radicaban en la misma periferia de la ciudad. Ixtlilxóchitl era un príncipe convertido al cristianismo, amigo de los españoles, muy culto y poseedor de extensos conocimientos sobre los sacerdotes. Pasada la época de las guerras, se dedicó a recopilar la historia de su pueblo. Su guía era la tradición, y su relato, que nadie quería creer, arranca de las tinieblas de la era primitiva con la fundación de la ciudad de Tula, o Toltan, hoy día, en el Estado de Hidalgo, por los toltecas. Hace historia de las grandes hazañas de este pueblo que conoció la escritura, los números, el calendario y levantó templos y palacios. Los toltecas no solamente gobernaron como príncipes en Tula, sino que eran muy sabios, y las leyes que dictaron fueron justas para todos. Su religión era benévola y libre de las crueldades que surgieron más tarde. Cuenta que su principado, que duró unos cinco siglos, sobrellevó hambres, guerras civiles y querellas dinásticas, hasta que otro pueblo, los chichimecas, ocupó el país. Los toltecas supervivientes emigraron y se establecieron primero en Tabasco y después en Yucatán. Los dioses de antaño, de los que los textos nahuatlacas contaban relatos legendarios eran descritos como hombres barbados, como correspondería a los antepasados del barbudo Quetzalcóatl. Al igual que en las teogonias mesopotámicas y egipcias, había relatos de parejas divinas y de hermanos que se casaban con sus propias hermanas. De interés prioritario y directo para los aztecas eran los cuatro hermanos divinos, Tlatlauhqui, Tezcatlipoca-Yáotl, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, según su orden de nacimiento. Ellos representaban a los cuatro puntos cardinales y a los cuatro elementos primarios: Tierra, Viento, Fuego, Agua, un concepto de la «raíz de todas las cosas» bien conocido en el Viejo Mundo de uno a otro confín. Estos cuatro dioses representaban también los colores rojo, negro, blanco y azul, y las cuatro razas de la humanidad, a las que se representaba a menudo, como en la primera página del Códice Fejervary-Mayer, con los colores correspondientes, junto con sus símbolos, árboles y animales.
Huitzilopochtli fue la principal deidad de los mexicas. También fue conocido como Ilhuicatl Xoxouhqui y ha sido asociado con el sol. A la llegada de los españoles a Mesoamérica, era la deidad más adorada en el Altiplano Central por imposición de los mexicas. Los conquistadores lo llamaron Huichilobos. Según la leyenda, Huitzilopochtli nació de Coatlicue, la Madre Tierra, quien quedó embarazada con una bola de plumas o algodón azulino que cayó del cielo mientras barría los templos de la sierra de Tollan. Sus 400 hermanos al notar el embarazo de su madre y a instancias de su hermana Coyolxauhqui, decidieron ejecutar al hijo al nacer para ocultar la supuesta deshonra, pero Huitzilopochtli nació y mató a la mayoría. Tomó a la serpiente de fuego Xiuhcoatl entre sus manos, le dio forma de hacha y venció y mató con enorme facilidad a Coyolxauhqui, quien quedó desmembrada al caer por las laderas de los cerros. Huitzilopochtli tomó la cabeza de su hermana y la arrojó al cielo, con lo que se convirtió en la Luna, siendo Huitzilopochtli el Sol. Aztlán significa en náhuatl «lugar de la blancura» o «lugar de garzas» y la leyenda dice que al dejar esta mítica isla, situada en el interior de un lago del Norte, vagaron años hasta que en el Sur se establecieron en Coatepec cerca de Tula. Pero más tarde los seguidores de Huitzilopochtli pensaron irse, mientras los de su hermana Coyolxauhqui querían quedarse. Se libró una batalla en la que los seguidores de Huitzilopochtli se comenzaron a llamar mexicas (mēxihcah, en náhuatl) en honor a Mextli, un dios guerrero. Según la leyenda dejaron de llamarse aztecas cuando se les apareció en sueños a cuatro sacerdotes en el cerro de Chapultepec. Entonces siguieron hacia el Sur, hasta que Huitzilopochtli les indicó donde fundar la nueva capital, México, Tenochtitlan, en el valle del Anáhuac al medio del lago de Texcoco, una ciudad llena de canales. Señor de una civilización dedicada a la guerra, Huitzilopochtli era un dios eminentemente guerrero; cuando los aztecas tomaron los dioses de las otras culturas nahuas, como la Tolteca, elevaron su dios al nivel de los grandes dioses de Mesoamérica, como Tláloc, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. En el centro de su ciudad, Tenochtitlan, construyeron un templo con dos altares, uno dedicado a Tláloc y el otro a Huitzilopochtli. Sobre el templo, cada 52 años se la añadía otra construcción, cada vez más grande, convirtiéndolo en una imponente edificación del mundo antiguo. En las ruinas actuales se pueden ver las distintas etapas de construcción.
A estos dioses se les ofrecían sacrificios humanos. A Tláloc, niños varones enfermos, y a Huitzilopochtli cautivos de habla náhuatl, tomados en combate. Cuatro sacerdotes sostenían al cautivo de cada extremidad y un quinto hacia una incisión con un afilado cuchillo de obsidiana y extraía el corazón. El prisionero estaba completamente cubierto de gris, que era el color del sacrificio, y tal vez estaba drogado, pues los gritos se consideraban de mal gusto en el caso del sacrificio a Huitzilopochtli. El propósito de los sacrificios a Huitzilopochtli era darle vigor para que pudiera subsistir en su batalla diaria, y lograr así que el sol volviera a salir en el siguiente ciclo de 52 años. Según la tradición nahua, han transcurrido cuatro eras que terminaron en desastre, y vivimos en la quinta creación. Los mexicas pensaban que alimentando al sol, Huitzilopochtli, se podría posponer el fin al menos por otro ciclo. Ellos no pensaban que fuera necesario un sacrificio diario. La Fiesta en honor a Huitzilopochtli se celebraba una vez al año. Esta concepción no es común a los demás pueblos nahuas, y al parecer fue debida al poderoso Tlacaélel, quien además instituyó la costumbre de las «guerras floridas», a fin de que Huitzilopochtli pudiera disponer de cautivos de habla náhuatl. En la religión mexica, los guerreros que morían en batalla, los que morían sacrificados y las mujeres que morían en el parto estaban destinados al paraíso y quizás para renacer en esta tierra como mariposas. Por ello se consideraba un honor ser sacrificado a Huitzilopochtli. A pesar de ser el dios más importante para la vida de los mexicas, no se han encontrado representaciones de Huitzilopochtli, excepto en algunos códices. El reconocimiento de cuatro ramas separadas de la humanidad contrasta con el concepto bíblico-mesopotámico de la triple división asiática, africana y europea surgida del linaje de Noé, y formado por sus hijos Sem, Cam y Jafet. Las tribus nahuatlacas y los pueblos de las Américas habían añadido un cuarto pueblo, el pueblo de color rojo. Los relatos nahuatlacas hablan de conflictos e incluso de guerras entre los dioses. Entre éstos se incluye el incidente en que Huitzilopochtli derrotó a los cuatrocientos dioses menores, así como el combate entre Tezcatlipoca-Yáotl y Quetzalcóatl. Estas guerras por el dominio de la Tierra o de sus recursos se hallan también en los mitos de todos los pueblos de la antigüedad. Los relatos hititas e indoeuropeos de las guerras entre Teshub o Indra con sus hermanos llegaron a Grecia a través de Asia Menor.
Los semitas cananeos y fenicios también escribieron acerca de las guerras del dios Baal con sus hermanos, en el transcurso de las cuales Baal también mató a centenares de «hijos de los dioses» menores cuando se les atrajo con engaños al banquete de la victoria del dios. Y en las tierras de Cam, en África, los textos egipcios hablaban del desmembramiento de Osiris a manos de su hermano Set, y de la posterior guerra entre Set y Horus, hijo y vengador de Osiris. Tal vez los dioses de los mexicanos eran los recuerdos de creencias y relatos comunes que tenían sus raíces en el antiguo Próximo Oriente. Según los relatos nahuatlacas de la creación y la prehistoria, nos encontramos con que el Creador de Todas las Cosas era un dios que «da la vida y la muerte, la buena y la mala fortuna». El cronista Antonio de Herrera y Tordesillas, en su Historia general, comentaba que los indígenas «le invocan en sus tribulaciones, con la mirada puesta en el cielo, donde creen que está». Este dios creó primero el Cielo y la Tierra; después dio forma al hombre y a la mujer a partir del barro, pero no duraron mucho. Después de algunos esfuerzos más, se creó una pareja humana a partir de cenizas y metales, y con ellos se pobló el mundo. Pero todos estos hombres y mujeres fueron destruidos en una inundación, salvo cierto sacerdote y su mujer que, junto con semillas y animales, lograron flotar con la ayuda de un tronco ahuecado. El sacerdote descubrió tierra después de enviar unos pájaros. Según otro cronista, fray Gregorio García, la inundación duró un año y un día, durante los cuales toda la Tierra estuvo cubierta de agua y el mundo se sumió en el caos. Como vemos todo ello muy parecido al relato de Noé. Los acontecimientos primitivos relativos a la humanidad y a los progenitores de las tribus nahuatlacas se dividían en leyendas, representaciones pictóricas y grabados en piedra, como el Calendario de Piedra, que detalla cuatro eras o «soles». Los aztecas consideraban su época como la más reciente de cinco eras, la Era del Quinto Sol. Cada uno de los cuatro soles anteriores había terminado con una catástrofe. A veces una catástrofe aparentemente natural, como un diluvio, y a veces por una calamidad provocada por las guerras entre los dioses. Se cree que el gran Calendario de Piedra azteca es la plasmación en piedra de las cinco eras. Los símbolos que circundan el panel central y la misma imagen central han sido objeto de numerosos estudios. El primer anillo interior representa, con toda claridad, los veinte signos de los veinte días del mes azteca. Los cuatro paneles rectangulares que rodean el rostro central se reconocen como los glifos que representan las cuatro eras anteriores, y la calamidad que terminó con cada una de ellas, tales como agua, viento, terremotos y tormentas, y el jaguar.
Los relatos de las cuatro eras son valiosos por la información relativa al tiempo transcurrido en cada una de las eras y a sus principales acontecimientos. Aunque las versiones varían, lo cual sugiere una larga tradición oral previa a los registros escritos, todas coinciden en que la primera era llegó a su fin con un diluvio, una gran inundación que arrasó la Tierra. La humanidad sobrevivió gracias a una pareja, Nene y su mujer, Tata, que se las ingeniaron para salvarse en un tronco vaciado. O bien esta primera era o bien la segunda fue la era de los Gigantes de Cabellos Blancos. El Segundo Sol se recordó como «Tzoncuztique», la «Era Dorada»;que terminó a causa de la Serpiente del Viento. El Tercer Sol estaba presidido por la Serpiente de Fuego, y fue la era de la Gente de Cabello Rojo. Como curiosidad tenemos que en 1911 se hallaron diversos restos humanos momificados de cabello pelirrojo en la cueva Lovelock, situada a unas 70 millas al noreste de la ciudad de Reno, en el estado de Nevada, Estados Unidos. En total, se hallaron unos 60 cuerpos, muchos de ellos momificados y gran cantidad de esculturas de piedra, hueso y madera, que se consideran de los más antiguos encontrados en el Nuevo Mundo. Sorprende entre los hallazgos unos mocasines y sandalias enormes. Según el cronista Ixtlilxochitl, éstos fueron los supervivientes de la segunda era, que llegaron en barco desde el este hasta el Nuevo Mundo, asentándose en la región de Botonchán. Allí se encontraron con gigantes, los Gigantes de Cabellos Blancos, que habían sobrevivido a la segunda era, y fueron esclavizados por éstos. El Cuarto Sol fue la era de la Gente de Cabeza Negra. Fue durante esta era cuando Quetzalcóatl apareció en México. Quetzalcóatl era alto de estatura, de luminoso semblante, con barba, y vestía una larga túnica. Su báculo, con forma de serpiente, estaba pintado de negro, blanco y rojo; llevaba piedras preciosas engarzadas y estaba adornado con seis estrellas. Quizá no sea casualidad que el báculo del obispo Zumárraga, el primer obispo de México, se hiciera muy parecido al de Quetzalcóatl. Fue durante esta era cuando se construyó Tollan, la capital tolteca. Quetzalcóatl, señor de la sabiduría y el conocimiento, introdujo la enseñanza, los oficios, las leyes y el cálculo del tiempo en base al ciclo de 52 años. Hacia el final del Cuarto Sol tuvo lugar una serie de guerras entre los dioses. Quetzalcóatl partió, de vuelta hacia el Este, hacia el lugar de donde había venido. Las guerras de los dioses causaron estragos en el país y los animales salvajes, representados por el jaguar, diezmaron a la humanidad, por lo que Tollan quedó abandonada.
Más tarde llegaron los pueblos chichimecas, o aztecas; y dio comienzo el Quinto Sol, la era azteca y todavía la era actual. ¿Por qué se les llamó «soles» a las eras y cuánto duraron? En el Códice Vaticano-Latino 3738 se dice que el primer Sol duró 4.008 años, el segundo 4.010 y el tercero 4.081. El Cuarto Sol «comenzó hace 5.042 años», pero no se especifica el momento de su final. Sea como sea, tenemos aquí un relato de los acontecimientos que se remonta a 17.141 años a partir del momento en que los relatos se anotaron. Es un lapso de tiempo demasiado largo como para creer que la gente pueda recordar algo. Y los expertos, aunque aceptan que los acontecimientos del Cuarto Sol contienen elementos históricos, tienden a desechar lo relativo a eras anteriores como meros mitos. ¿Cómo explicar entonces los relatos de Adán y Eva, den un Diluvio Universal y la supervivencia de una pareja?. Son episodios que, según H. B. Alexander, en su obra Latin-American Mythology, son «sorprendentemente evocadores del relato de la creación del Génesis y de la cosmogonía babilónica». Algunos expertos sugieren que los textos nahuatlacas reflejan de algún modo lo que los indígenas ya habían escuchado en los sermones bíblicos de los españoles. Pero, dado que no todos los códices son posteriores a la Conquista, las similitudes bíblico-mesopotámicas sólo se pueden explicar si se admite que las tribus mexicanas tenían lazos ancestrales comunes con la antigua Mesopotamia. Además, la cronología mexica-náhuatl se correlaciona con acontecimientos y momentos con una precisión científica e histórica que debería llevar a más de uno a detenerse y reflexionar. La fecha el Diluvio, al final del Primer Sol, se data en unos 13.133 años antes del momento en que se escribió el códice; es decir, hacia el 11.600 a.C. Y resulta que se estima que el Diluvio bíblico, confirmado por el relato de Platón en relación al hundimiento de la Atlántida, arrasó la Tierra hacia el 11.000 a.C; por lo que las coincidencias sugieren que hay algo más que un mito en los relatos aztecas. También es intrigante la afirmación de los relatos de que la cuarta era fue la época de la «gente de cabeza negra», mientras que las anteriores eras se distinguían por los gigantes de cabello blanco y la gente de cabello rojo. Y éste, «gente de cabeza negra», es precisamente el término por el cual se nombraba a los sumerios en sus textos. ¿Acaso los relatos aztecas sostienen que la era del Cuarto Sol fue la época en la que los sumerios aparecieron en escena? La civilización sumeria se calcula que comenzó hacia el 3600 a.C; y no debería sorprendernos que, datando el comienzo de la Cuarta Era en 5.026 años antes de su propia época, los aztecas lo situaban ciertamente en los alrededores del 3500 a.C. -lo cual coincide sorprendentemente con el inicio de la era de la «gente de cabeza negra».
La explicación de que los aztecas les contaron a los españoles lo que habían escuchado de los mismos españoles, no se sostiene en lo referente a los sumerios, ya que se descubrieron descubrió los restos y el legado de la gran civilización sumeria cuatro siglos después del descubrimiento de América. Ello nos lleva a la conclusión de que los pueblos nahuatlacas debían de conocer los relatos que aparecen en el Génesis a partir de sus propias fuentes ancestrales. Pero, ¿cómo tuvieron la misma información que la que sirvió `para escribir el Génesis? Esta misma pregunta desconcertó ya a los españoles. Asombrados de haber descubierto no sólo una civilización en el Nuevo Mundo, sino también «el gran número de personas que hay allí», estaban asimismo desconcertados por las conexiones bíblicas de los relatos aztecas. Intentando dar con una explicación, se les ocurrió una respuesta sencilla. Debían de ser los descendientes de las Tribus Perdidas de Israel, que fueron exiliadas por los asirios en el 722 a.C. y se desvanecieron sin dejar rastro . Lo que quedó del reino de Judea lo conservaron las tribus de Judá y de Benjamín. Pero ¿cuándo había sucedido todo aquello? Fue un francés, Désiré Charnay, el primero en confirmar los relatos de Ixtlilxóchitl mediante un hallazgo; a pesar de lo cual no consiguió que se prestara atención al relato de Ixtlilxóchitl. Ningún arqueólogo creía en la existencia de Tula, citada por el príncipe, ciudad que ha sido comparada con la fabulosa Thule, también identificado como Tile, Thula, Thila, o Thyïlea, que es un término usado en las fuentes clásicas para referirse a un lugar, generalmente una isla, en el norte lejano. A menudo se cree que pueden haber sido diversos lugares como Escandinavia. Otros creen que se localiza en Saaremaa en el mar Báltico. «Última Thule», en la geografía romana y medieval, puede también denotar cualquier lugar distante situado más allá de las «fronteras del mundo conocido». Fue mencionada por primera vez por el geógrafo y explorador griego Piteas de Massalia en el siglo IV a. C. Piteas dijo que Thule era el país más septentrional, seis días al norte de la isla de Gran Bretaña, y que el sol de pleno verano nunca se ponía allí. En la mitología griega Thule era la capital de Hiperbórea, reino de los Dioses. Para Procopio de Cesarea, Thule era una isla grande del norte habitada por 25 tribus. Se trata con toda probabilidad de Escandinavia, pues varias tribus son fácilmente identificables, tal como los gautas (Gautoi) y los saami (Scrithiphini). Procopio de Cesarea escribió también que al volver los hérulos, pasaron con los varni y los daneses cruzando el mar a Thule, donde se asentaron junto con los gautas.
A veces se ha especulado con la conexión entre Thule y el mítico continente perdido de la Atlántida. La ubicación más probable de Thule se considera actualmente que pudiera ser la costa de Noruega. Un estudio del año 2007 realizado sobre el mapa de Claudio Ptolomeo por un equipo de investigadores de la Universidad Técnica de Berlín, dirigido por Eberhard Knobhel, Dieter Legelmann y Frank Neitzel, identifica Thule con la isla actualmente llamada Smøla, ubicada frente a la ciudad de Trondheim y sede de la realeza escandinava hacia el siglo I. Otros historiadores piensan que se trata de las islas Shetland, las Feroe, Islandia o Groenlandia. En la Edad media, el nombre se utilizó a veces para nombrar a Islandia. Por ejemplo, en la Gesta Hammaburgpor los obispos de la Iglesia de Hamburgo, se citan probablemente escritos más antiguos acerca de Thule. Asimismo los nazis buscaron por todo el mundo la Thule histórica, que ellos creyeron era la patria primigenia de la «raza aria». La organización esotérica alemana que más influenció al nazismo se llamaba la Sociedad Thule. El principal interés de la Sociedad Thule fue una reivindicación sobre los orígenes de la raza aria. «Thule» era un país situado por los geógrafos grecorromanos en el más lejano norte. La sociedad fue bautizada en honor a la Ultima Thule, mencionada por el poeta romano Virgilio en su poema épico Eneida. Era la porción más al norte de Thule y se suele asimilar a Escandinavia. La ariosofía la designó como capital de la Hiperbórea y situaron Ultima Thule en el extremo norte cercano a Groenlandia o Islandia. Los thulistas creían en la teoría intraterrestre. Entre sus metas, la Sociedad Thule incluyó el deseo de demostrar que la raza aria procedía de un continente perdido, quizás la Atlántida. La existencia real de la villa de Tula, al norte de la capital de México, no significaba para los investigadores ningún punto de partida, ya que en sus alrededores no había ninguna ruina que confirmara las indicaciones legendarias del príncipe historiador. Cuando el francés Désiré Charnay, allá por los años ochenta del siglo XX, empezó a excavar en una pirámide cerca de esta Tula, la arqueología no dedujo consecuencias de su trabajo. Fue durante la última guerra mundial cuando un grupo de investigadores mejicanos empezó a excavar en busca de antiguas ruinas en México. En 1940 los arqueólogos de todo el mundo tuvieron que dar la razón a Ixtlilxóchitl, como tuvo también que hacerse antaño con Homero, en que se baso Schliemann para descubrir Troya, o con la Biblia, que posibilitó los descubrimientos de Layard. Los incrédulos investigadores hubieron de rendirse a la evidencia de una antigua Tula, capital de los toltecas, cuando aparecieron, como testimonios incuestionables las pirámides del Sol y de la Luna.
Egon Erwin Kisch, periodista y emigrado alemán, que vivió algunos años en México, fue el primero que hizo un reportaje sobre la pirámide de la Luna. Seducido por la magia de los mundos que resurgían, anotó: «Mientras el reportero y la pirámide traban conversación, en lo alto de la plataforma superior asoman los pronunciados rasgos de la cara de un indio. Es Ixtlilxóchitl, que surgido en persona de la tierra como la pirámide, reivindica su honor científico tras una condena y destierro de casi cuatrocientos años». Una tras otra van apareciendo distintas culturas, y así surge la de los legendarios toltecas, derrotados por los aztecas. Sorprendentemente los habitantes de la capital de México han vivido centenares de años al lado de estos monumentos. Pasaban a su lado sin interesarse por ellos. Con sólo abrir bien los ojos se les hubiera revelado aquella pirámide. Pero ha sido el siglo XX el de los más impresionantes hallazgos. Al noroeste de la capital, los arqueólogos excavaron en 1925 la pirámide de las serpientes, comprobando que no se trataba de un monumento hecho de una sola vez, sino una original construcción a modo de una enorme cebolla de piedra, en la que se fue superponiendo una capa a otra. Por los calendarios indígenas se podía deducir que, probablemente, cada cincuenta y dos años tenía lugar la construcción de una nueva capa, por lo que se estuvo trabajando durante más de cuatrocientos años. Para hallar algo similar hemos de referirnos a la construcción de catedrales de la Europa occidental. En el subsuelo de la ciudad de México se buscaron los restos del gran teocalli, o pirámide mesoamericana coronada por un templo, que Cortés hizo destruir por completo. Y se hallaron los cimientos de piedra. Hemos de señalar que en la antigua lengua azteca teo significa dios, curiosamente lo mismo que en griego. Esta zona de ruinas se extiende nada menos que en un área de diecisiete kilómetros cuadrados. Esta ciudad fue probablemente cubierta por capas de tierra de varios metros de espesor por los propios habitantes antes de emprender la fuga. Fue una labor de protección tan gigantesca como la ciudad misma, pues las pirámides escalonadas más altas, con sus características escalinatas, alcanzan hasta sesenta metros de altura. Más tarde, los arqueólogos exploraron otras zonas, y Eduard Seler fue el primero en descubrir la pirámide fortificada de Xochicalco, ochenta kilómetros al sur de la capital. También excavaron en Cholula. Allí donde antaño Cortés cometiera una de sus traiciones más vergonzosas. Y en el interior de la pirámide mayor, que cubría en su tiempo un espacio más vasto que la pirámide de Keops, los arqueólogos descubrieron un laberinto de galerías que se extendían kilómetros y kilómetros y llegaban más hacia el Sur.
La Batalla de Cholula fue un ataque realizado por las fuerzas del conquistador español Hernán Cortés en su trayectoria a la ciudad de México-Tenochtitlan en 1519. De acuerdo a los cronistas y al propio Hernán Cortés, se trató de una acción preventiva por la sospecha de una posible emboscada dentro de la ciudad de Cholula donde habían sido recibidos. Los cholultecas habían sido fieles tributarios de los mexicas, después de la acción militar, fueron sometidos y se volvieron aliados de los conquistadores españoles. De acuerdo a la crónica de Díaz del Castillo, Moctezuma había enviado un escuadrón de 20 000 guerreros mexicas a las proximidades de la ciudad para realizar una emboscada. La ciudad de Cholula era devota del dios Quetzalcóatl y se suponía que los cholultecas tomarían por sorpresa a una veintena de españoles para sacrificarlos en el teocalli previamente, de acuerdo a los rituales de guerra. Estos planes fueron revelados indiscretamente por una mujer anciana a Malintzin de quien pretendía ser su suegra, Malintzin informó inmediatamente a Cortés de la situación. Durante dos días los cholultecas se mostraron hospitalarios con los españoles a quienes además de hospedaje proveyeron de alimentación, pero al tercer día, los jefes cholultecas parecían rehuir el contacto con los europeos. Por otra parte, los totonacas avisaron a Cortés que habían detectado hoyos disimulados en las calles de la ciudad que pretendían servir de trampa a los caballos, y que se habían percatado del sacrificio de algunos niños a los dioses de la guerra, lo cual era un ritual acostumbrado que siempre precedía inequívocamente el inicio de las acciones bélicas. Cortés alertó a sus hombres, y pidió el apoyo de 3 000 tlaxcaltecas, por la noche deliberó la posibilidad de escapar a Huejotzingo, volver a Tlaxcala o iniciar una acción preventiva de ataque para tomar de sorpresa a los cholultecas, se decidió por la última opción. A la mañana siguiente, Cortés le dijo a los gobernantes y sacerdotes cholultecas que estaba enterado del complot y los puso bajo arresto. Después se disparó un tiro de escopeta al aire, lo cual fue la señal para el inicio de las hostilidades. Los españoles con arcabuces, ballestas y el acero de sus espadas tomaron desprevenidos a los cholultecas, mientras los aliados tlaxcaltecas y totonacas arremetieron con una furia incontrolable, robando sal y algodón, matando y tomando cautivos. El plan resultó, murieron entre 5 000 y 6 000 cholultecas, un gran porcentaje de ellos civiles desarmados.
Los sobrevivientes pidieron clemencia a Cortés, explicando que cumplían órdenes de los mexicas. De esta forma las hostilidades cesaron, Cortés se reunió con los dirigentes que habían sobrevivido y pactó con ellos, les pidió dejar de realizar sacrificios y actos de canibalismo, así como dejar su religión para convertirlos al cristianismo. Al principio rehusaron la idea de destruir a sus ídolos, pero finalmente se convirtieron en aliados de los españoles. Los prisioneros capturados por los tlaxcaltecas fueron puestos en libertad. Cinco días más tarde, la ciudad regresó a su actividad normal como si nada hubiera sucedido. Los 20 000 guerreros mexicas nunca asistieron al lugar, ni tuvieron contacto con los españoles durante el resto de la trayectoria hacia Tenochtitlan. Ante los embajadores de Moctezuma, Cortés actuó de forma astuta y política, justificando toda la culpa hacia los cholultecas, a quienes acusó de tributarios traidores que había tenido que castigar al descubrir la emboscada pretendida. Desde Tenochtitlan, Moctezuma siguió enviando mensajeros con valiosos regalos de oro con la intención de disuadir a los españoles de que avanzasen, lo cual solo fue un aliciente para despertar su ambición. Después de un total de catorce días de estancia en Cholula, el contingente español continuó su marcha hacia México-Tenochtitlan. En 1931, el mejicano Alfonso Caso excavó, por encargo de su Gobierno, el Monte Albán, cerca de Oaxaca, encontrando algo que sus antecesores probablemente no habrían sospechado jamás, aunque seguramente no dejaron de pensar en ello: el tesoro de Monte Albán. Pues, en efecto, halló un tesoro. Egon Erwin Kisch relata al respecto: «¿Hay algún otro punto en la tierra —se preguntaba— más envuelto en una oscuridad tan absoluta sobre su pasado y que no dé la menor respuesta a nuestras preguntas ansiosas? ¿Qué pesará más en nosotros: el hechizo o la confusión? Y Erwin Kisch añadía: «¿Es acaso en este complejo espacial, cuyo contorno nos dispara hacia el infinito, o es quizás en las mismas pirámides que semejan nobles escalinatas tendidas hacia las moradas del cielo? ¿O en el patio del templo que vemos en nuestra imaginación lleno de millares y millares de indios entregados a sus ritos violentos? ¿O en el gran observatorio, cuya atalaya forma azimut con el meridiano? ¿O en el estadio de proporciones tales, con sus ciento veinte filas de asientos, que no es superado por ningún otro construido hasta el siglo veinte en Europa desde los años brillantes de la antigüedad romana? ¿O en el sistema de disponer centenares de tumbas, de modo que el terreno no quede todo él convertido en osario, o sea, disponiendo las sepulturas de forma que ninguna dificulte la colocación de la otra? ¿O en los mosaicos de colores, los frescos con sus figuras, escenas, símbolos y jeroglíficos? ¿O en esos recipientes de arcilla, esos vasos de los sacrificios, de formas elegantes y nobles, o en esas urnas de líneas perfectamente rectas con sus cuatro pies, en el interior de cada uno de los cuales una campanilla llama y pide auxilio cuando algún criminal quiere llevársela? ¿O es quizás en las joyas del tesoro de Monte Albán, que en la Exposición Universal de Nueva York dejaban pálidos a todos los demás objetos de orfebrería antigua y moderna? Pero sólo una pequeña parte de este tesoro brilla en una vitrina del Museo Nacional de México. Nadie hubiera creído que unos salvajes pudieran pulir el cristal de roca con tal perfección técnica, que consiguieran hacer collares de veinte hileras con 854 piezas cinceladas de oro y gemas matemáticamente iguales. Uno de los broches representaba un caballero de la muerte como no lo hubiera mejorado Lucas Cranach; hebillas de liga parecidas a las de la Jarretera inglesa; pendientes que parecen formados por lágrimas y espinas; una tiara digna de un papa; dediles trenzados para adornar las uñas; brazaletes y sortijas con ornamentos de figuras ventrudas, broches para capas y prendedores de jade, de turquesa, de perlas, de ámbar, de coral, de obsidiana, de dientes de jaguar, de hueso y de concha. En una mascarilla de oro se ve sobre las mejillas y la nariz un trofeo consistente en un fragmento de piel humana. Una tabaquera con hojas de sandía y oro; abanicos hechos con plumas de pájaro de quetzal. Un conjunto tan fastuoso y joyas tan fabulosas como aquellas que muchos de estos indios llevaban aún en el sepulcro, jamás los han poseído ni una emperatriz bizantina, ni la esposa de un maharajá, ni una multimillonaria americana».
Pero aún sabemos muy poco de este pueblo pre-azteca. México y Yucatán son regiones de la jungla; en que el arqueólogo se pierde cuando intenta una explicación. Lo que realmente puede decirse, a ciencia cierta, es que la cultura de los tres pueblos se halla estrechamente relacionada. Los tres levantaban pirámides cuyas escalinatas conducían a los dioses, al Sol y a la Luna. Éstas, como sabemos, están dispuestas según un criterio astronómico y han sido construidas en base a un calendario. El americano Ricketson Jr. fue el primero en demostrarlo, en 1928, basándose en una pirámide maya en Uaxactún. Pero actualmente tenemos otra prueba más reciente, la de Chichen Itzá, y otras muchas más remotas en Monte Albán. Todos estos pueblos vivían en base a sus ciclos del calendario. Ellos pensaban que, pasados cincuenta y dos años, el mundo se hundiría. De tal temor nacía el poder de los sacerdotes, ya que solamente ellos eran capaces de conjurar la siempre inminente desgracia. Los medios que empleaban se hicieron cada vez más terribles, más crueles, degenerando en las inmensas carnicerías humanas y en la fiesta de Xipe Totee, el dios de la tierra y de la primavera, en holocausto del cual los sacerdotes torturaban a otros hombres, poniéndose la ensangrentada piel de las víctimas cuando éstas latían aún en los estertores de su agonía. La relación entre estos pueblos se manifiesta también en sus dioses, que guardan entre sí el mismo parentesco que se observa entre la mitología griega y la romana. Una de las divinidades mayores, el grande y sabio Quetzalcoatl, vivía, lo mismo que Kukumatz, en Guatemala, y Kukulkán, en Yucatán. Su imagen como la serpiente emplumada se halla tanto en los monumentos antiguos como en los más recientes. Incluso se parecían las costumbres de los pueblos de América Central. Y sus idiomas, aunque muy numerosos, pueden agruparse en dos grandes familias lingüísticas. En lo que se refiere a su historia en tiempos antiguos, nos movemos completamente en la oscuridad, a pesar de los excelentes resultados de las investigaciones, que si bien han llegado a establecer una exacta correlación del calendario maya con el nuestro, carecen siempre de un punto de partida. En la jungla, donde están las pirámides y palacios, descubrimos monumentos, pero no hallamos todavía períodos ni fechas. Podemos aventurar teorías, pero nos encontramos con muy pocos hechos seguros. Algunos investigadores, basándose en algunos indicios, creen que la erección de las grandes pirámides por los toltecas tuvo lugar en el siglo IV de nuestra era.
Hay diversas pirámides levantadas desde Tula hasta el Monte Albán. Pero hay una que está situada al extremo sur de la ciudad de México, sobre una colina de unos siete metros de altura y que lleva el nombre de pirámide Cuicuilco. Erigida en un paisaje abrupto, los volcanes Ajusco y Xitli, o tal vez sólo el último, sepultaron en una erupción de lava este monumento sin que le valiera mucho la ayuda del dios, ya que solamente la mitad del mismo quedó cubierta de lava encendida. En este caso los arqueólogos tuvieron que pedir la ayuda de los geólogos. Y los geólogos, sin suponer que su respuesta iba a provocar una verdadera revolución en la visión histórica del mundo, contestaron que ocho mil años. Hoy sabemos que tal respuesta era incorrecta. Los métodos geológicos son insuficientes cuando se trata de determinar períodos de tiempo relativamente cortos, ya que la geología cuenta en cientos de miles o millones de años. Hoy suponemos con mayor seguridad que los pueblos americanos descienden de las tribus mogólicas que llegaron a América hace veinte o treinta mil años atravesando Siberia y Alaska por un istmo que entonces existía o bien navegando. Pero no sabemos de dónde vinieron los creadores de la cultura teotihuacana, ni los toltecas, ni cómo estos grupos de pueblos, entre Alaska y Panamá, fueron capaces de adquirir las primeras ideas básicas de toda cultura. Ni siquiera sabemos si realmente fue un pueblo tolteca el que creó tales monumentos, ya que encontramos huellas en muchas partes de México de los zapotecas o de los olmecas. Si suponemos que los precursores de la cultura maya y de la azteca son los toltecas, por ahora no disponemos más que de una denominación para los creadores de todas las culturas de la América Central. Probablemente la palabra «tolteca» signifique «constructores». Más recientemente la ciencia distingue la civilización de los toltecas de la de Teotihuacán
El explorador alemán Theodor-Wilhelm Danzel, en uno de sus trabajos sobre México para tratar sobre los tres grandes Imperios de Centroamérica, dice: «A veces, para peculiarizar la cultura de los aztecas y de los mayas, se ha insinuado un paralelismo con el mundo antiguo y se ha comparado a los aztecas con los romanos y a los mayas con los griegos. Tal comparación, en conjunto, no es del todo injusta. Los mayas, efectivamente, eran un pueblo dividido en comunidades separadas y hasta enemigas entre sí, que sólo se unían cuando era preciso oponerse a un enemigo común. Aunque el papel político que desempeñaron los mayas no haya revestido gran importancia, supieron crear, sin embargo, obras destacadas en escultura y arquitectura y realizaron notables progresos en astronomía y aritmética. Los aztecas, por su parte, constituían un pueblo guerrero que construyó su reino sobre las ruinas de otro pueblo —los toltecas— que no pudo resistir a la violencia de su ataque. Los toltecas, si seguimos con nuestro paralelismo, pueden ser comparados con los etruscos». Los toltecas, y tal vez otros pueblos anteriores, por su capacidad inventiva, recuerdan en su papel histórico a los sumerios. En cambio, los mayas se asemejarían a los babilonios, que aprovechando el ingenio de otros supieron elaborar una cultura monumental. Y los aztecas son como los asirios guerreros, que buscan principalmente el poder. Siguiendo esta comparación, la capital de México fue conquistada por los españoles en su más brillante período. Exactamente lo mismo sucedió cuando los medos conquistaron la capital de los asirios, la floreciente ciudad de Nínive. Pero ambos ejemplos dejan sin aclarar el hecho sorprendente de que los toltecas, cuando su Imperio se hubo hundido prácticamente, emprendieron otra emigración que, penetrando en el Nuevo Imperio de los mayas, dejó sus huellas en la ciudad de Chichen Itzá. Esto sí que no tiene parangón alguno en la historia antigua. Ahora bien: ¿estamos seguros de que las cosas sucedieron de este modo? Acaso fuera todo muy distinto. Existe, en efecto, una leyenda según la cual todo sucedió de modo diferente. Y en ella, la irrupción de los españoles en aquel panorama histórico aparece como fijada de antemano de un modo mítico.
Se cuenta que Quetzalcoatl, al que se menciona como un dios, vistiendo una larga veste blanca y luciendo espesa barba, llegó una vez del «país del sol naciente» y enseñó al pueblo todas las ciencias, costumbres y leyes sabias, y creó un Imperio en el cual los granos de maíz alcanzaban la altura de un hombre y la fibra de algodón, ya coloreada, no necesitaba de ningún tinte. Pero, por alguna razón, tuvo que abandonar el Imperio. Con sus leyes, su escritura y sus cantos, se volvió por el mismo camino por donde había venido. En Cholula se detuvo para proclamar de nuevo su vasto saber. Luego llegó hasta el mar, empezó a llorar y se abrasó a sí mismo, convirtiéndose su corazón en el lucero del alba. Toda esta descripción parecería indicar que subió a algún tipo de nave espacial. Otros dicen que embarcó en su nave y retornó a su país de origen. Pero todas las leyendas coinciden en asegurar que había prometido volver. Toda leyenda tiene un fondo de verdad; por eso creemos que estas leyendas no son simples invenciones poéticas. Entre otras cosas, es curioso lo de la vestimenta blanca, la piel blanca y la barba de Quetzalcoatl, ya que son características totalmente insólitas para los pueblos indígenas americanos. Tal vez los creadores de la cultura del más antiguo Imperio de los mayas hayan sido habitantes de la Atlántida. Los españoles, al invadir México, y dando cuerpo a la profecía del hombre blanco con barba, fueron considerados como «dioses blancos del Oriente», y aquellos españoles fueron tomados como los sucesores de Quetzalcoatl. Pero el tema no queda agotado. Podemos esbozar un cuadro de cuatro ciclos históricos y culturales que i han surgido por sí mismos en cuatro de las más importantes civilizaciones creadas por la Humanidad. Ha de tenerse presente que entre estas civilizaciones y las sociedades primitivas, media un gran abismo. Hay tres civilizaciones que, en importancia, siguen muy de cerca a las que hemos reseñado. Se trata, concretamente, de la de los hititas, la del valle del Indo y la de los incas. Pero estas civilizaciones aún no se conocen suficientemente. De los incas sabemos casi tanto como de los mayas; pero entre los hombres que han buscado la cultura andina no hallamos ni un Stephens ni un Thompson. Por otro lado, también es bastante lo que sabemos de la historia china, pero estos conocimientos, en su mayoría, no nos han venido por el camino de las excavaciones. En la región de los hititas y en el Valle del Indo se vienen haciendo, de algunos decenios a esta parte, excavaciones serias y con éxito.
P. Blavatsky, en el volumen I de su libro Isis sin Velo, comienza con una referencia a un libro antiguo. Es el documento hebreo más antiguo, referente a la sabiduría oculta, el Siphrah Dzenioutha. Una de sus imágenes representa a la Esencia Divina emanando de ADAM, a manera de arco luminoso que pasa a formar un círculo; y, después de haber llegado al punto superior de su circunferencia, la Gloria inefable retrocede y vuelve a la tierra, llevando en su vórtice un tipo de humanidad superior. A medida que se aproxima más y más a nuestro planeta, la emanación se hace más y más obscura, hasta que al tocar la tierra es ya negra como la noche. Este libro tan antiguo es la obra original de la cual fueron compilados los muchos volúmenes del Kiu-tí . Y no solamente este último y el Siphrah Dzenioutha , sino que también el Sepher Yetzirah, la obra atribuida por los kabalistas hebreos a su Patriarca Abraham; el Shu-King , la biblia primitiva de la China; los volúmenes sagrados del Thoth-Hermes, egipcio; los Purânas de la India; el Libro de los Números caldeo, y el Pentateuco bíblico. Todos han sido derivados de aquel pequeño volumen. Dice la tradición que fue escrito en senzar, la lengua secreta sacerdotal, conforme a las palabras de los Seres Divinos que lo dictaron a los Hijos de Luz en el Asia Central, en los comienzos de nuestra quinta raza aria; pues hubo un tiempo en que este lenguaje (el senzar) era conocido por los Iniciados de todas las naciones. Según la teosofía de Blavatsky, influenciada por el gnosticismo, las razas raíces son las etapas por las que pasa una especie a lo largo de su historia. El número siete, según los esoteristas, es un número misterioso y mágico. Desde tiempos inmemoriales se ha creído que muchos aspectos de la vida del hombre son regidos por este número. Son siete días los que tiene la semana, los mismos que empleó el Dios bíblico para formar la Tierra. Son siete los mares del planeta. Los hindúes han descubierto siete chacras o puntos de energía en el cuerpo, hay siete maravillas del mundo, siete pecados capitales y siete calamidades. En su libro La Doctrina Secreta, Helena Blavatsky habló por primera vez de las razas raíces. Según ella, cada planeta tiene siete razas durante toda su historia. Es preciso señalar, no obstante, que las razas raíces de Blavatsky, no se corresponden con nuestro concepto habitual de raza, ya que la primera sólo habría existido en el plano astral.
Según Blavatsky, la primera raza raíz es la protoplasmática, formada por individuos divinos y con cuerpos casi etéricos. Ellos habrían vivido en el antiguo continente de Thule, que se localizó donde actualmente se encuentra el Polo Norte. La segunda raza raíz era la hiperbórea, habitantes originales del Norte de Europa. La tercera raza raíz la constituían los habitantes del continente de Lemuria, también conocido como Mu. La cuarta raza raíz estaba formada por los habitantes de la Atlántida, otro hipotético continente perdido y de los que probablemente descenderían los toltecas. Eran muy altos y su avanzada civilización habría dado origen a las civilizaciones conocidas por nosotros. La quinta raza raíz, identificada principalmente como aria, sería la humanidad actual, subdividida en las razas humanas que conocemos. La sexta y séptima razas raíces representan estados futuros de la actual raza raíz y que según los teósofos, serán de nuevo más etéreas. Los antepasados de los toltecas lo comprendían tan bien como los habitantes de la perdida Atlántida, que lo habían heredado a su vez de los sabios de la tercera raza de Lemuria, los Mânus -his, quienes lo aprendieron directamente de los Devas de las razas primera y segunda, la hiperborea. Hay un dibujo que se refiere a la evolución de estas razas y, especialmente, a la de las razas cuarta, atlante, y quinta, aria, de nuestra Humanidad durante la ronda o Manvántara Vaivasvata; estando cada ronda constituida por los Yugas de los siete períodos de la Humanidad, cuatro de los cuales han pasado ya en nuestro Ciclo de Vida, y debiendo alcanzarse muy pronto el punto medio del quinto. Este dibujo es simbólico y abarca desde el principio. El antiguo libro describe la evolución cósmica y explica el origen de todas las cosas que existen en la tierra, incluso el hombre físico. Pero después de explicar la verdadera historia de las razas, desde la primera hasta la quinta, la nuestra, se detiene al principio del Kâli Yuga, o Edad Negra, hace unos 5000 años, cuando se especula que acaeció la muerte de Krishna, el resplandeciente dios del Sol, héroe y reformador. Hay otro libro, que se publicó a comienzos de la Edad Negra, y que tiene una antigüedad de unos 5.000 años. Pronto terminará el primer ciclo de los 5.000 primeros años, que comenzó con el gran ciclo de Kâli Yuga. Y entonces se cumplirá la última profecía contenida en aquel libro, que es el primer volumen de profecías referentes a la Edad Negra.
Según las escrituras védicas, los cuatro iugás forman un ciclo de 4.320.000 años (un majá-iugá, o ‘gran era’), que se repite. El Satyá-iugá (‘era de la verdad’) fue la primera era, de 1.728.000 años de duración. El promedio de vida era de 100.000 años. Se conoce como Edad de Oro. El Duapára-iugá (‘segunda era’) tuvo 1.296.000 años de duración. El promedio de vida era de 10.000 años. Se conoce como Edad de Plata. El Tretā-iugá (‘tercera era’) tuvo una duración de 864 000 años. El promedio de vida era de 1000 años. Se conoce como Edad de Bronce, que no se pretende que coincida con la Edad de Bronce en la India. El Kali-iugá, o Kali Yuga, (‘era de la riña’) tiene 432 000 años de duración. El promedio de vida es de 100 años, al comienzo de la era, hace 5100 años. Se conoce como Edad de Hierro, que tampoco se pretende que coincida con la Edad de Hierro en la India. El Kali Yuga es un periodo que aparece en las escrituras hinduistas. El demonio Kali trata de matar a una vaca, y es detenido por el rey ario Paríkshit, descendiente de los Pándavas. Comúnmente se lo denomina como «era de la riña» o «era de riña e hipocresía». En idioma sánscrito káli significa ‘dado’, o más bien el lado del dado marcado con un uno, el lado perdedor del dado, y iugá: ‘era’. Según el Majábharata, la era de Kali Yuga comenzó en la medianoche del duodécimo día de la guerra de Kurukshetra. A mediados del siglo VI, el astrónomo Aria Bhatta (476-550 d. C.) determinó mediante cálculos astrológicos que ese momento podría haber sucedido entre el 17 y el 18 de febrero del 3102 a. C. Al final, nacerá Kalki, el décimo y último avatar de Visnú, que montando un caballo blanco y blandiendo una espada, matará a toda la humanidad corrompida y salvará a los que sigan siendo devotos de Visnú. Kalki, el avatar de Visnu, viene a destruir al demonio Kali y a sus seguidores en la Tierra. Según el Bhagavata-purana, Kali es un demonio, hijo de Krodha (‘ira’) y Jimsa (‘violencia’). Cometió incesto con su hermana Durukti (‘calumnia’) y así tuvo dos hijos: Bhaia (‘miedo’) y Mritiu (‘muerte’). Su segunda esposa era la diosa Alaksmí (‘infortunio’). Aparece como un genio malvado en el episodio de Nala, en el Majábharata. No se debe confundir a este malvado demonio Kali con la diosa Kali. En las tradiciones hindúes Kalki es la décima y última encarnación (avatar) del dios Vishnú, de acuerdo con el Garuda puraṇá, y la vigesimosegunda, según el Bhāgavata puraṇá. Según el Bhagavata puraná, Kalki vendrá al final de kali iugá, la era del demonio Kali, para iniciar una nueva satiá iugá —la era de la verdad— con los sabios que se han conservado puros en los Himalayas. El volumen II de las profecías se halla preparado desde los tiempos de Shankarâchârya, el gran sucesor de Buddha.
El matemático, masón, filósofo, y esoterista francés René Guénon, en su obra “Atlántida e Hiperbórea“, señala la confusión que se hace demasiado a menudo entre la Tradición primordial, originalmente “polar“, y cuyo punto de partida es el actual Manvántara, y la tradición derivada que fue la atlante, relacionada con un período mucho más limitado. Esta confusión puede explicarse, en cierta medida, por el hecho de que los centros espirituales subordinados estaban constituidos a imagen del Centro Supremo. La tradición hindú nos enseña que la presente humanidad ha entrado en la fase del Kali-Yuga, es decir en el fin del presente Manvántara o era de un Manú. Un Manvántara comprende 71 majá-iugá, que equivalen a una catorceava parte de la vida del dios Brahmā, 12.000 años de los dioses, o 4.320 000 años de los humanos. Es curioso que si dividimos los años de los humanos por los años de los dioses, nos da 360, un número importante para los sumerios en relación a sus dioses. Cada uno de estos periodos es presidido por un Manu. Según el hinduismo, ya han pasado seis de tales Manvántaras y el actual es el séptimo, que es presidido por el Manu Vaivasvata. Faltan siete Manvántaras para completar los 14 que conforman una vida completa de Brahmá. Es así como la Tula atlante, cuyo nombre se ha conservado en América Central, adonde fue llevado por los toltecas, debió de ser la sede de un poder espiritual, que era como una emanación del de la Thule hiperbórea. Como este nombre de Tula designa la Balanza, su doble aplicación está en estrecha relación con la transferencia de esa misma designación desde la constelación polar de la Osa Mayor al signo zodiacal que aún hoy lleva el nombre de Libra. También es con la tradición atlante que hay que relacionar la transferencia del sapta-riksha, la morada simbólica de los siete Rishis, en cierta época, desde la misma Osa Mayor a las Pléyades, constelación igualmente formada por siete estrellas. Se decía de las Pléyades que eran hijas de Atlas y se les llamaba también Atlántidas. Todo esto está de acuerdo con la situación geográfica de los centros tradicionales. Hiperbórea corresponde al Norte, y la Atlántida al Occidente; y es notable que las mismas designaciones de estas dos regiones, netamente distintas, puedan prestarse igualmente a confusión.
La posición misma del centro atlante en el eje Oriente-Occidente indica su subordinación con respecto al centro hiperbóreo, situado en el eje polar Norte-Sur. Efectivamente, aunque el conjunto de ambos ejes forme lo que puede llamarse una cruz horizontal, no por eso ha de dejar de considerarse al eje Norte-Sur como relativamente vertical con respecto al eje Oriente-Occidente. Incluso puede darse al primero de estos dos ejes, de acuerdo con el simbolismo del ciclo anual, el nombre de eje solsticial, y al segundo el de eje equinoccial; y esto permite comprender que el punto de partida que se da al año no sea el mismo en todas las formas tradicionales. El punto de partida que puede llamarse normal, el que está en conformidad directa con la Tradición primordial, es el solsticio de invierno; el hecho de que comience el año en uno de los equinoccios indica la vinculación con una tradición secundaria, como la tradición atlante. Por otra parte, situándose esta última en una región que corresponde a la tarde en el ciclo diurno, ha de considerársela como perteneciente a una de las últimas divisiones del ciclo de la actual humanidad terrestre. Puede decirse que pertenece a la segunda mitad del Manvántara actual. Se cree que la duración de la civilización atlante debió ser igual a la de un “gran año“, entendido en el sentido del semiperíodo de la precesión de los equinoccios; en cuanto al cataclismo que le puso fin. Algunos datos parecen indicar que tuvo lugar siete mil doscientos años antes del año 720 del Kali-Yuga, año punto de partida de una era conocida. Ello implicaría una antigüedad de unos 12.000 años, que coinciden sorprendentemente con la época en que, según Platón, se hundió la Atlántida. Por otra parte, como el otoño en un año corresponde a la tarde en un día, puede verse una alusión directa al mundo atlante en aquello que indica la tradición hebrea, refiriéndose a que el mundo fue creado en el equinoccio de otoño, el primer día del mes de Tishrei. Y quizá sea esta también la razón más evidente de la enunciación de la “tarde” (ereb) por delante de la “mañana” (boquer) en el relato de los “días” del Génesis.
Tishrei (del idioma acadio tašrītu «comienzo»), es el primer mes del calendario hebreo moderno, que comienza con la Creación del mundo, y el séptimo según el ordenamiento de los meses en la Biblia, que comienza por Nisán, en conmemoración de la salida de los hebreos de la esclavitud en Egipto. El nombre otorgado al mes de Tishrei en la Biblia es simplemente «el séptimo mes», siguiendo la numeración ordinal, al igual que el resto de los meses del año hebreo en la Torá. Es nombrado por primera vez ya en el primer libro de la Biblia: «Y reposó el arca en mes séptimo, a los diecisiete días del mes, sobre los montes de Ararat» (Génesis). En una ocasión, la Biblia se refiere a él también como «la luna de Eitanim» (“el mes poderoso”): «Y se reunieron con el rey Salomón todos los varones de Israel en el mes de Eitanim, que es el mes séptimo, en el día de la fiesta solemne» (Reyes). Es un nombre derivado, según se cree, del idioma fenicio, ya que sólo es así mencionado en el contexto de las relaciones comerciales entre Salomón, rey de Israel, e Hiram, rey de Fenicia, y se cree que fue el nombre utilizado por los antiguos habitantes de Canaán, que llamaban a sus meses con terminología relacionada a la agricultura y al clima. Su nombre actual, Tishrei, tiene sus orígenes en los nombres de los meses de la antigua Babilonia, provenientes del acadio. Y de aquí fueron adoptados por los judíos allí desterrados entre 586 a. C. y 536 a. C., luego de haber sido llevados al exilio por el rey Nabucodonosor II. El nombre Tishrei no figura en la Biblia. Sólo siete de los doce meses aparecen en ella con sus nombres babilónicos: Nisán, Siván, Elul, Kislev, Tevet, Shevat y Adar. Tishrei sólo lo hará por primera vez con este nombre en el Talmud, obra que recoge principalmente las discusiones rabínicas sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, narraciones y dichos, parábolas, historias y leyendas. Tishrei cuenta siempre con 30 días, y podrá comenzar sólo en lunes, martes, jueves o sábado de la semana. Es el primer mes del otoño boreal, cercano al equinoccio otoñal del 21 de septiembre, en que el día y la noche tienen la misma duración. Su signo del Zodíaco es Libra, debido a que es un mes de balance personal, que acoge a las más solemnes de entre las festividades del año judío (Rosh Hashaná, Yom Kipur y los días que corren entre ambas, llamados «los diez días de penitencia»), y en los cuales y según la antigua tradición, sopesa Dios en su balanza, virtudes y pecados de los mortales, para inscribirlos o no en el “Libro de la Vida“.
Entre los árabes existe la costumbre es contar las horas del día a partir del maghreb, es decir de la puesta del sol. Esto podría encontrar una confirmación en el hecho de que el significado literal del nombre de Adán es “rojo“, habiendo sido la tradición atlante precisamente la de la raza roja. Y también parece que el diluvio bíblico corresponde directamente al cataclismo en el que desapareció la Atlántida, y que, en consecuencia, no debe identificarse con el diluvio de Satyavrata que, según la tradición hindú, salida de la Tradición primordial, precedió inmediatamente el comienzo de nuestro Manvántara. Por el contrario, los diluvios de Deucalión y Ogigia, entre los griegos, parecen referirse a períodos aún más limitados y a cataclismos parciales posteriores al de la Atlántida. Desde luego, este sentido que puede llamarse histórico no excluye de ninguna manera los otros. Parece claro que el ciclo atlante se haya tomado como base en la tradición hebrea, ya sea que la transmisión se hiciera por intermedio de los egipcios, lo que no tiene nada de improbable, o por cualquier otro medio. Parece particularmente difícil determinar cómo se hizo la unión de la corriente venida de Occidente, después de la desaparición de la Atlántida, con otra corriente descendida del Norte, procedente directamente de la Tradición primordial, unión de la que debía resultar la constitución de las diferentes formas tradicionales propias de la última parte del Manvántara. En todo caso, se trató de una especie de fusión entre formas previamente diferenciadas, para dar nacimiento a otras adaptadas a nuevas circunstancias de tiempo y lugar. Y el hecho de que las dos corrientes aparezcan como autónomas puede contribuir también a alimentar la ilusión de una independencia de la tradición atlante. Sin duda, para investigar las condiciones en que esta reunión se operó, habría que dar una importancia especial a la cultura Celta y a la de Caldea, cuyos nombres, que son el mismo, designaban en realidad no a un pueblo en particular, sino a una casta sacerdotal. Pero ¿quién sabe hoy lo que fueron las tradiciones celta y caldea, así como la de los antiguos egipcios? Nunca se puede ser demasiado prudente cuando se trata de civilizaciones completamente desaparecidas. Y no son las tentativas de reconstitución a las que se entregan los arqueólogos las susceptibles de aclarar la cuestión. Pero muchos vestigios de un pasado olvidado surgen de la tierra en nuestra época, y esto no puede ser sin una razón. Hay que ver ahí un “signo de los tiempos“: Debe reencontrarse todo al final del Manvántara, para servir de punto de partida en la elaboración del ciclo futuro.
Para el hombre corriente de nuestra época, solamente la antigüedad grecorromana, aparte de la cultura cristiana occidental, son significativas. Pero, al igual que el pueblo sumerio, otras culturas mucho más remotas laten aún en el fondo de nuestra conciencia. Y el moderno historiador inglés Arnold J. Toynbee considera la historia de la Humanidad como una sucesión de veintiuna civilizaciones diferentes. Y llega Toynbee a esta elevada cifra porque su idea de las «civilizaciones» no es idéntica a la de «ciclos de civilizaciones», sino sinónima de «sociedades civilizadas». Así, por ejemplo, Toynbee disocia en el cristianismo ortodoxo oriental una sociedad bizantina ortodoxa y otra rusa. Y de la civilización china separa la japonesa y la coreana. La extensa obra de Toynbee lleva el título de A Study of History y es probablemente la más importante de las publicaciones sobre historia de la civilización en los últimos decenios. Toynbee destruye definitivamente el esquema histórico, ya atacado por Oswald Spengler, filósofo e historiador alemán, conocido principalmente por su obra La decadencia de Occidente, pero aún en vigor en nuestras escuelas, que tratan del «desarrollo progresivo» y la división, ya realmente insostenible, en las edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea. Platón nos habla de la cultura sumergida de la Atlántida. La literatura inspirada por este reino sumergido, cuya existencia ni siquiera se ha podido demostrar, comprende unos veinte mil volúmenes. Entre ellos son muchas las obras para las cuales el cuadro histórico de nuestro mundo sería algo absurdo sin la Atlántida. Tampoco Leo Frobenius, el gran historiador de la cultura y explorador de África, habría quedado satisfecho con la lista de Toynbee, y de seguro hubiera insistido en añadirle unas cuantas «civilizaciones negras». También Frobenius opera siempre con el concepto de una «civilización de la Atlántida». Y tal vez surgirán nuevos arqueólogos que saquen a la luz nuevas civilizaciones de las cuales ni siquiera sospechas tenemos hoy. Existen esparcidos por el mundo monumentos solitarios y enigmáticos, como aislados testigos de no sabemos todavía qué cultura. Los más discutidos son las misteriosas estatuas de la isla de Pascua, unas 260 estatuas de piedra negruzca de lava. Las estatuas no hablan, pero el gran número de tablas de madera, cubiertas de una escritura de tipo jeroglífico, podrían quizá resolver el enigma. En 1958, el etnólogo alemán Thomas Barthel publicó una obra extraordinariamente aguda, titulada Grundlagen zur Entzifferung der Osterinselschrift («Bases para el desciframiento de la escritura de la isla de Pascua»), con la interpretación de numerosos signos. Poco antes, el investigador noruego Thor Heyerdahl, que en 1947 había alcanzado fama mundial por haber atravesado el Pacífico desde Callao hasta las islas Tuamotu a bordo de la balsa Kon-Tiki, igual a las de los antiguos incas, visitó nuevamente la isla de Pascua. Su relato de dicho viaje, publicado en 1957, tuvo amplia difusión y despertó gran interés. En 1966 apareció la primera valoración científica de la obra, que constituye una crítica de la misma. El misterio de esta escritura de Pascua parece ahora más profundo que antes.
Pero la tesis de que las inscripciones en una lengua desconocida y sin traducción a otra lengua son indescifrables, se ha demostrado falsa. Ya en 1930 el alemán Hans Bauer descifró, con afortunada rapidez el idioma ugarítico. La suerte —que sonríe a los que se esfuerzan de encontrar un texto bilingüe correspondió esta vez a Helmuth Th. Bossert, quien, en 1947, descubrió las inscripciones bilingües en relieve de Karatepe, en la actual Turquía, con lo cual pudo ser descifrada de lengua hitita en escritura jeroglífica, empeño en el que habían trabajado en vano tres generaciones de investigadores. Pero el mayor éxito de nuestro siglo en materia de desciframientos corresponde a una persona ajena a la especialidad. Después de cincuenta años de búsqueda inútil en todos los países, el joven arquitecto inglés Michael Ventris descifró, sin contar con ninguna traducción, la escritura cretense denominada «lineal B» y descubrió que se trataba de un antiguo dialecto griego. Durante el siglo XX aumentaron el número de excavaciones arqueológicas realizadas, interrumpidas sólo por las guerras. El francés Claude F. A. Schaeffer efectuó excavaciones en el antiguo puerto sirio de Ugarit; el alemán Kurt Bittel lo hizo en Hattusas, la antigua capital de los hititas; Sir Mortimer Wheeler descubrió una «cultura del Indo» cuyo centro principal se halla en Mohenjo-Daro, que era completamente desconocida hasta entonces y que aún hoy presenta innumerables enigmas; el italiano Amedeo Maiuri, que realizó excavaciones en Pompeya durante más de cuarenta años, a pesar de lo cual no han sido dejadas al descubierto hasta hoy más que tres quintas partes de la ciudad. En éste como en otros lugares se produce un constante proceso de corrección de las conclusiones a las que se había llegado anteriormente. Así, el profesor americano Blegen, al excavar nuevamente la colina de Troya, comprobó que Schliemann y Dörpfeld se habían equivocado, ya que la Troya de Homero no corresponde al estrato VI sino al VII A (1200-1190 a. C.). Otros arqueólogos hicieron descubrimientos notables. Leonard Woolley, el gran investigador de Ur, excavó a partir de 1937 en Alalak (Turquía), y en 1947 anunció haber descubierto la tumba de un rey llamado Yarim-Lim, que vivió hace casi cuatro mil años. El americano Nelson Glueck encontró las «minas del rey Salomón». En 1949, el mejicano Alberto Ruz descubrió en la pirámide maya de Palenque una tumba real. Y el egipcio Zakaria Goneim excavó en Sakkara y encontró una pirámide escalonada cuya existencia se ignoraba por completo.
De gran importancia científica fue, en 1958, el descubrimiento de una ciudad neolítica en Katal Huyuk, en Turquía, que fue datada en el 6000 a.C. El descubrimiento fue realizado por el inglés James Mellaart después de que Kathleen Kenyon hiciera el sorprendente hallazgo de una antigua ciudad bajo las ruinas de Jericó. La edad de ambas poblaciones es aún objeto de discusión, así como el concepto mismo de ciudad en una época tan remota. El arqueólogo, israelí Yigael Yadin descubrió la fortaleza de Masada, en el desierto de Judea, donde, según cuenta el historiador judío Josefo, se quitaron la vida novecientos sesenta guerreros para no rendirse ante los sitiadores romanos. Pero fue una pura casualidad la que condujo al descubrimiento de unos antiguos rollos de escritura hebrea en una cueva cerca de Kumran, al norte del mar Muerto, unos antiguos rollos de escritura hebrea, entre los cuales había un texto completo de Isaías. A este hallazgo siguieron otros en otras cuevas. Y los «manuscritos del mar Muerto» resultaron ser los textos más antiguos que se hubieran encontrado nunca y los que pueden arrojar nueva luz sobre los relatos de la Biblia. Pero el hecho más importante para la arqueología de cuantos se han producido después de la segunda guerra mundial es la gran influencia de la tecnología. Comenzó con la arqueología submarina y la arqueología aérea, hasta entonces apenas experimentadas. El americano Paul Kosock dio un importante primer paso en este sentido cuando, desde un avión, descubrió en los Andes toda una red de las llamadas «carreteras incas». Hoy en día, la fotografía aérea forma parte ya de los preparativos habituales de una investigación arqueológica. Las fotografías aéreas muestran también, a través de las diferencias de vegetación y de color del terreno, las huellas de antiguas construcciones que se hallan debajo de la superficie terrestre. Y lo que iniciaron a principios de siglo los solitarios pescadores de esponjas de las costas griegas cuando extraían las primeras ánforas del mar, se ha convertido en una verdadera arqueología submarina gracias al investigador francés Jacques-Yves Cousteau, inventor de la escafandra autónoma. No es posible aún imaginar todo lo que ocultan los fondos marinos.
Un grupo de investigadores canadienses ha descubierto los restos de una posible ciudad sumergida frente a las costas orientales de Cuba. Grandes edificios, hasta cuatro pirámides y varios monolitos forman parte de las ruinas que algunos ya se aventuran a asociar con la Atlántida. Los autores del hallazgo se muestran sin embargo cautos, aunque reconocen que es poco probable que las estructuras encontradas hayan sido producidas por la Naturaleza. Son las ruinas de una ciudad sumergida en pleno Triángulo de las Bermudas. Este es el hallazgo que han hecho público un grupo de científicos de Canadá y que ha hecho disparar la imaginación de algunos, quienes no han dudado en asociar este descubrimiento arqueológico con restos de la Atlántida, el continente que según el mito desapareció bajo las aguas hace aproximadamente hace 10.000 años y de cuya existencia se hacen eco personajes tan ilustres en la antigüedad como Platón. A unos 700 metros de profundidad en el norte de las costas orientales de Cuba, un robot submarino localizó restos de lo que pueden ser la arquitectura de una gran ciudad. Según una información de la agencia Prensa Latina que recoge el Comercio.com las imágenes que tomó el robot muestran los restos de construcciones monumentales, entre ellas las que pueden corresponder a cuatro pirámides gigantes, así como otra que tiene forma de esfinge y varios monolitos cuyas piedras podrían haber sido grabadas. El equipo, dirigido por los especialistas Paul Weinzweig y Pauline Zalitzki, nada más hacerse público el hallazgo declaró: “Es asombroso. Lo que observamos en las imágenes en alta resolución del sonar: son llanuras interminables de arena blanca y en el medio de esta bella arena se aprecian claramente diseños arquitectónicos hechos por el hombre”. Según Russia Today, parece ser que la posibilidad de encontrar un resto arqueológico en esta zona empezó a vislumbrarse a mediados de los sesenta, en plena crisis de los misiles en Cuba, cuando los submarinos de la armada norteamericana que patrullaban la zona detectaron restos de lo que podrían ser las ruinas de una ciudad. Sobre las presuntas causas por la cual esta ciudad se habría sumergido bajo las aguas se baraja la posibilidad que se debiera a una explosión de gas metano fruto de la alta actividad volcánica que ha registrado esta zona. Desde 2010, la comunidad científica ha llegado al consenso de que este tipo de explosiones son las responsables de las desapariciones producidas en el Triángulo de las Bermudas y que han alimentado numerosos mitos en torno a los fallos en los aparatos mecánicos y de navegación de embarcaciones y aeronaves que surcan la zona. Weinzeig piensa que se puede estar ante un complejo construido en un periodo de la historia del Caribe que correspondería al periodo Preclásico. Sobre la civilización que presuntamente pobló esta ciudad, en su opinión podría tratarse de una civilización avanzada, similar a la cultura de Teotihuacán.
Si pasamos del Atlántico al Pacífico, vemos que, al igual que muchos descubrimientos, la causalidad juega un importante papel, y así ocurrió durante una inspección submarina rutinaria en los alrededores de la isla japonesa de Yonaguni. Los científicos del Centro Geológico Oceanográfico de la Universidad de Ryukyu, en Okinawa, se toparon con una estructura que se encuentra a unos 200 metros de la región de Arakawabana, y que no parece ser producto de la naturaleza, sino que se le atribuye a la intervención de la mano del hombre. Se trata de una estructura de 120 m. de largo, 40 m. de ancho y 20 m. de alto. Aparentemente se trata de un tramo de escaleras, con dos orificios de unos 90 cms. de diámetro y 1 metro de profundidad que se cree eran para colocar dos pilares hechos de madera. Los científicos aseguraron que esta obra fue realizada por la mano del hombre y de ninguna manera por alguna erosión volcánica, como se pensó en un principio. Estas ruinas tienen la forma de un Zigurat y geológicamente se han datado alrededor del 8.000 a.C., lo que la convertiría en uno de los más importantes descubrimientos arqueológicos. En recientes exploraciones acuáticas, usando robots, análisis de rocas y una serie de observaciones subacuáticas, fueron descubiertos una serie de puentes de tierra que conectan el archipiélago de las pequeñas islas de Ryukyu con las tierras de la China continental. Dichos puentes se hundieron debido a una serie de cambios geológicos. También se descubrieron una serie de formaciones topográficas únicas, las cuales pueden haber sido parte de antiguos templos o pequeñas pirámides. El último puente de tierra que conecta las islas con China puede haber aparecido durante el último período glacial, a fines del Pleistoceno, conectando una serie de importantes islas. En Junio de 1.998 se realizó una serie de filmaciones de estas estructuras rocosas, una de las cuales muestra una enorme formación piramidal de 80 metros de largo cerca de la isla de Yonaguni. Algunas estructuras tienen 25 metros de alto, y tienen ángulos rectos perfectos y escaleras enclavadas en la roca. Otras se encuentran a sólo 10 metros de la superficie de las aguas.
La estructura principal presenta ángulos casi rectos y bordes o esquinas bien determinadas que difícilmente pueden considerarse naturales y que se encuentran a lo largo de 5 Km. de la costa sur de Yonaguni. Como las ruinas se encuentren sumergidas, se supone que tuvieron que ser talladas cuando el monumento se encontraba sobre el agua, es decir, durante la época glaciar, cuando los niveles del mar eran mucho más bajos debido a que la mayor parte del agua se encontraba congelada en el hemisferio norte. Esto indicaría que la última vez que el monumento de Yonaguni se encontraba fuera del agua fue alrededor del año 8.000 a.C., unos 5.000 años más antiguas que la época en que, según fuentes oficiales, se construyeron las pirámides de Egipto. Aunque recientemente se está revisando la antigüedad de dichas pirámides. Estas enormes construcciones requieren un nivel de organización y planificación, que los historiadores no aceptan que pudiera existir hace unos 10.000 años. Por lo tanto, si se prueba que estas formaciones fueron realizadas por el hombre y que tienen unos 10.000 años, tendremos que revisar la historia y la cronología arqueológica actual. Estas estructuras sumergidas parecen dar contenido a las leyendas de una civilización prehistórica en el Océano Pacífico llamada Lemuria o Mu. Los japoneses llamaban a sus emperadores prehistóricos Jim Mu, Tim Mu, Kam Mu, etc., lo que quizá significa que sus ancestros fueran supervivientes de esta civilización. Asimismo, en el norte de Japón hay un importante río llamado Mu. El arqueólogo japonés Eiji Ikeda dijo que no ha visitado personalmente las ruinas encontradas, pero que considera que no pueden pertenecer a la cultura de Ryukyu, ya que ésta es mucho más reciente a la fecha dada por los descubridores de esa estructura. Aunque matizó que se deben hacer investigaciones adicionales para probar que hubo intervención de la mano del hombre, ya que hasta el momento no se han encontrado herramientas de ninguna clase o restos humanos, ni siquiera inscripciones que den información sobre su antigüedad o procedencia.
Volviendo al océano Atlántico, tenemos la muralla submarina de Bimini, archipiélago de las Bahamas, también conocida como el Camino de Bimini. Es una estructura subacuática que se extiende durante unos 800 metros cerca de las islas Bimini y las Bahamas. Su estructura completa está formada por bloques de piedra caliza rectangulares que se parecen bastante a los caminos antiguos o a las viejas murallas. El 2 de septiembre de 1969, El Dr. J. Manson Valentine, guardián honorario en el Museo de la Ciencia de Miami, encontró un extenso pavimento rectangular y poligonal de piedras planas de gran tamaño a unos seis metros de profundidad, mientras realizaba una inmersión en al aguas de la costa del noroeste de Bimini. Los bordes de los bloques de piedra habían sido redondeados por la erosión de las aguas durante años. La mayoría eran de aspecto rectangular y otras cuadradas y el tamaño de las mismas variaba entre 2 y 15 pies de longitud. Algunos antropólogos y oceanógrafos creen que podría tratarse de una mega-construcción realizada por el hombre. Pero la idea de una antigua civilización nos llevaría a pensar inmediatamente en la legendaria Atlántida. En 1940, antes del descubrimiento del Camino de Bimini, el clarividente norteamericano Edgar Cayce dijo que Poseidonia, supuesta capital de la Atlántida descrita por Platón, se descubriría entre 1968 y 1969. Y J. Manson Valentine la descubriría en el año 1969. El ingeniero italiano Cario M. Lerici aplicó a la exploración arqueológica métodos geofísicos que hasta entonces se habían empleado únicamente para buscar petróleo. Comenzó su trabajo en los cementerios etruscos del norte de Roma. Con sus aparatos de gran sensibilidad localizó en un tiempo muy breve cientos de tumbas. Para evitar excavaciones inútiles en tumbas vacías inventó un tipo de periscopio con ayuda del cual fotografiaba el interior de la tumba antes de excavar. En 1964, apenas diez años después de haber iniciado su trabajo, anunció haber descubierto 5.250 tumbas etruscas sólo en la zona de Cerveteri y Tarquinia. Pero las dos ayudas científicas más importantes fueron legadas por la física atómica y la biología. Se hizo realidad así el más antiguo sueño de los arqueólogos: la posibilidad de establecer una cronología exacta.
En 1948, el americano Willard F. Libby elaboró el método de «Datación por Radiocarbono», basado en el conocimiento de la velocidad de descomposición del isótopo C 14 que se encuentra en toda materia orgánica. Restos hallados en tumbas, cuya gran antigüedad atestiguan los escritos hallados, han revelado su edad al «reloj de los tiempos» de Libby. Pero las fechas establecidas por estos métodos fisicoquímicos no llegaban a precisar el año exacto, sino que constituían sólo una aproximación, tanto más inexacta cuanto más antigua era la fecha. Se supo entonces que otro americano, Andrew E. Douglas, físico y astrónomo de profesión, había elaborado otro método que estaba siendo perfeccionado al máximo por un equipo de trabajo de la Universidad de Arizona. Se trataba del método «Tree-ring Dating», la llamada dendrocronología, consistente en el cálculo del número de años a partir del numero y las características de los anillos de los árboles, aunque ya estuviesen carbonizados. El perfeccionamiento de este método, ya conocido hacía tiempo, consiste en la posibilidad de «enlazar» unos con otros los anillos anuales de árboles de diferentes edades y remontarse así, de árbol en árbol —siempre que se hallen restos de ellos en tumbas y ruinas—, en el pasado. Así, en el estudio de las ruinas precolombinas se retrocedió en el tiempo hasta los comienzos de la era cristiana. Con este método es posible establecer las llamadas «cronologías flotantes». Es decir, sin conexión con una fecha absoluta de nuestra cronología. Asimismo puede comprobarse que un objeto es más antiguo o más moderno que otro o0bjeto. Dichas cronologías resultan ser de inestimable valor para la confirmación o invalidación de fechas ya establecidas. El empleo de un instrumento como el microscopio se ha perfeccionado mucho en el ámbito de la arqueología. Todos estos métodos modernos no sólo han perfeccionado la calidad de la investigación arqueológica, sino que han elevado considerablemente la cantidad de resultados obtenidos. Hace unos años eran muy pocas las expediciones «sobre el terreno» que se realizaban simultáneamente. Hoy en día, la Universidad de Pennsylvania, en Estados Unidos, controla más de veinte expediciones cada año. En algunas zonas, la afluencia de material descubierto es demasiado grande en relación a la velocidad con qué se realiza el trabajo de clasificación e interpretación. Y aquí se da el peligro de que materiales recién desenterrados pasen a ser enterrados de nuevo en los museos.
Cada vez hay más curiosidad por el pasado. Esto se puso de manifiesto con una intensidad insospechada cuando los técnicos anunciaron que en Egipto iba a construirse una presa cuyas aguas inundarían algunos monumentos. Se trataba en primer lugar de las esculturas de Abu Simbel y de unos cien monumentos más, partes importantes todos ellos del patrimonio artístico de la Humanidad. De todo el mundo civilizado se elevaron voces de protesta.
Grandes organizaciones y pequeños grupos de escolares abrieron suscripciones. Intervino la UNESCO y más de veinte países se unieron para salvar Abu Simbel. En todo el mundo, las excavaciones continúan. Necesitamos los últimos cinco mil años para poder soportar los próximos cien con cierta tranquilidad. El judío portugués Antonio de Montesinos relató a un sabio de Ámsterdam que se había encontrado en Perú con algunas personas que decían ser descendientes de la tribu perdida de Rubén. El fraile Diego Durán tampoco tuvo dudas acerca del origen hebreo de los nativos de la Nueva España (hoy México).
El asunto era de lo más atractivo para los teólogos e incluso para los lingüistas, pues más de uno vio en algunos de los idiomas de América una deformación corrompida del hebreo. El lingüista francés Henry Onnfroy de Thouron llegó a la conclusión de que el quechua de los pueblos andinos y el tupi de los nativos brasileños eran de origen hebreo-fenicio. Como ejemplo, el río Solimoes sería una adulteración del nombre de Salomón. Además, el explorador alemán Waldek comentó algo que le dijeron los indios juarros del Yucatán. Según ellos, los toltecas podrían ser los descendientes de las tribus israelitas que se establecieron en las «Siete Cuevas», donde fundaron la legendaria ciudad de Tula. Pero fueron los mormones, con Joseph Smith a la cabeza y su revelado Libro de Mormon, los que dieron más popularidad a esta creencia con sus variantes. En este libro se considera a los indios americanos como descendientes de los judíos emigrados de Jerusalén en la época de Zequedías, aunque éstos no pertenecieron a las diez tribus de Israel.
Esperamos que los avances tecnológicos en el terreno de la arquitectura nos permitan , entre otros, dilucidar el misterio que rodea a los antiguos toltecas.
Fuentes:
C.W. Ceram – Dioses Tumbas Y Sabios
René Guénon – Atlántida e Hiperbórea
H.P. Blavatsky – La Doctrina Secreta
H.P. Blavatsky – Isis sin Velo
Charles Berlitz – El misterio de la Atlántida
Zecharia Sitchin – Los Reinos Perdidos